jueves, 23 de mayo de 2019

EL ESCRIBIDOR Y LA PINTORA


Folios sobre la mesa, sucios
del grafito untuoso del lápiz;
páginas tenebrosas, infectas,
tapizando el parqué del cuarto;
cuartillas virginales, condenadas,
sin duelo, por el pecado de vanidad;
pulpa de celulosa, denigrada
por el sueño de un engreído;
corruptos y estériles, todos,
como las palabras que contienen;
muertos, vacíos,
cadáveres blancos putrefactos
por la ineptitud literaria
de ese soberbio escribidor fracasado.

De repente, en la ventana,
ante sus ojos atribulados,
una mariposa,
que se posa atrevida,
respaldada por su belleza multicolor,
y se enfrenta serena,
conocedora de su brevedad,
al final de su efímera existencia.


Y coloca otro folio en blanco,
y, mientras ve abrirse sus alas,
el lápiz se le escurre de la mano,
volando a la par de ella,
consciente de quién absorbe
la fuerza de la palabra
en ese instante fugaz.

Y recoge los folios,todos,
de la mesa,
del suelo,
de su cabeza,
emborronados como nubarrones,
papelorios siniestros insustanciales,
versos abortados en su nacimiento,
sin corazón ni alma,
y los arroja, consecuente y aliviado,
mas aún altanero y envanecido,
al hogar al que pertenecen,
al destierro inequívoco predestinado,
al calor del fuego.

Mientras, la paleta del pintor,
la artista del color,
la errante portadora del arco iris,
abandonada su cotidiana soledad,
dibuja y pinta en el aire
mil veces,
y mil veces mil,
y aún mil más,
una sola palabra,
una única palabra,
la que de verdad le importa,
la que le enseñaron el primer día,
la que determina su camino:
libertad.

Y el autor fallido,
al instante humilde e insignificante,
ase una cuartilla impoluta,
desliza tenue el carboncillo
y comienza a escribir pulcramente:
“Frágil y etérea, mariposa de colores,
pintora iridiscente del aire,
que…”




 


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