Hace calor. A finales de mayo, el verano se
adelanta o bien nos ofrece una muestra de lo que nos espera. Las temperaturas,
me informa el móvil, alcanzan los veintiocho grados. Pronostican en la
información meteorológica, de unas y otras cadenas, que en lo que concierne a
esta zona del norte de España, mañana y pasado notaremos en nuestras carnes un
aumento que será más pronunciado en
comarcas del interior. Justo ahí, donde yo vivo. Pues no nos queda nada.
¡Pensar que hoy ya me metí en casa,
sudoroso y agotado, con todas las ventanas abiertas, confiando en que las
corrientes de aire nos proporcionen cierto grado de comodidad y de frescura!
Mañana y pasado, entonces, supongo que acabaré en la ducha y no saldré hasta el
atardecer, a este paso. ¿Y si viene así la canícula? No sé, me resguardaré en
la nevera o me transmutaré en pez y viviré un par de meses en las aguas frescas
de los riachuelos.
Aquí, cuando el termómetro alcanza una temperatura
superior a los veinticinco, la percepción de ahogo producido por la humedad
ambiental que nunca nos abandona causa un efecto multiplicador sobre la
sensación de calor. Es imposible. Es un fuego abrasador que causa un sofoco
asfixiante.
Y en los programas sobre el clima que
emiten radios y televisiones se congratulan y sonríen, mientras te sueltan que
ya llegó el verano y durante cuatro o cinco días el tiempo en el norte de la Península
será espléndido y comparan tan anchos y panchos las temperaturas abrasadoras
del sur con las nuestras, como si quisieran hacernos ver a los oyentes que nosotros
estamos en la gloria.
¿Espléndido para quién, me pregunto yo?
Quizá para el turismo, para la hostelería o para los que padecen de huesos, a
los que les va muy bien con él. Pero, ¿para los viandantes, para los peatones? ¡A
los presentadores me gustaría a mí verlos por aquí! ¡Que no, que no, que no es
que quiera que llueva todo el año! No es eso, solamente quisiera explicarles
esa pequeña diferencia: humedad sí, humedad no.
Claro que tendrían la respuesta justa para
ello, y yo sentiría un bochorno enorme, otro más aparte del producido por el
calor y la humedad.
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