26-4-2019
Nada más entrar en la Mesa del Colegio Electoral
al que hoy me toca ir a arrojar mis sobres, con sus respectivas papeletas
dentro, al interior de una urna transparente bastante pocha y deslucida, fruto
seguramente de haber sido usada tantas veces a lo largo de los años, sobada y
manoseada y, quién sabe, si alguna que otra caída, como se infería de alguna
visible rajadura, bueno, no, de tres urnas todas en estado semejante, ya que
son elecciones por triplicado, me encuentro con una mesa larga donde, colocadas
muy guapamente, veo que se hallan las papeletas correspondientes al el
Parlamento Europeo. Lo chocante, que está dispuesta totalmente a la vista del cualquiera.
No se halla cerrada con una cortina, como sucede con las referidas a las
elecciones locales y autonómicas, no, qué va. Allí, tan panchas y tan
ricamente, para que tú, cuando elijas aquella opción que más te interese,
puedas ser observado libremente por los miembros de la Mesa Electoral, por los
interventores o por el público en general. De voto secreto, nanay de la China.
Al menos en lo que a esta elección respecta.
Ante la contemplación de dicho desaguisado,
lo comento al Presidente. Enseguida, este y un interventor salen y,
dirigiéndose a mí, mientras señalan las papeletas y su ubicación, me comentan
que había sido imposible, por la superficie del local, ponerlas en otro lugar y
que, según les había explicado en el Ayuntamiento, no había ningún tipo de
medio para interceptar la visión del votante, ya que la mesa era demasiado
grande para situarla en una de las cabinas. Por lo tanto, se había decidido
mantenerlas en aquel lugar, una vez informada la Junta Electoral y aprobado por
ella.
Miré hacia las demás personas sentadas tras
la Mesa de Votación y unos agachaban la cabeza, tal vez por falta de interés, y
otros, que sí se fijaron en la conversación, asentían dando las aclaraciones
por buenas. No detecté en ninguna de ellas el menos atisbo de preocupación por
aquel hecho.
Me quedé sorprendido. No podía creer lo que
estaban contando.
-¿Y cómo mantengo el secreto de mi voto?-
pregunté un tanto descolocado ante la actitud de aquellos representantes de la
Administración y de los Partidos Políticos
-Verás, puedes coger de esa mesa varias
papeletas distintas y, luego, te metes en la cabina y metes en el sobre la que
desees.- Respuesta contundente, claro que sí. O sea, que, para no enseñar el
plumero, tendría que ir una a una, entre las más de treinta opciones distintas
que hay; después, colarme en la cabina; allí, ir desgranando una a una hasta
dar con la que pienso votar; y por fin, ¿qué hago con las restantes?, ¿las
vuelvo a colocar en su lugar o las vuelvo a emplazar en cada montoncito, como
estaban antes?, ¿o las dejo en el interior de la cabina por alguna esquina?, ¿o
simplemente me las guardo en el bolso y las tiro al salir a la primera papelera
que encuentre?
-¿Pero esto es legal?- pregunto al
Presidente.
Se encoge de hombros y me contesta un tanto
avergonzado:
-Es lo que dijeron. No hay otro sitio.
-Oye, ¿y no pudieron acondicionar una
sábana, otra cortina, o algo así. ¿Sería tan difícil hacerlo cuando lo
instalaron ayer? ¿Y os han dicho en la Junta Electoral que era correcto?- No
sabía ya ni cómo decirle las cosas. Me di cuenta que lo único que iba a sacar
en limpio, si seguía por ese camino, era meter en problemas, que no le atañían
a él y que eran responsabilidad de otros que habían pasado olímpicamente del
asunto, y se retrasaría todo con las consecuencias que de ello se derivarían
para unas personas que tenían que aguantar allí hasta las tantas de la noche; y
bastante tenían con ello como para que yo les fuese a marear con aquella
irregularidad.
Elegí la papeleta del partido por el que
iba a votar.
-Anda, déjalo estar. ¿Para qué vamos a
darle más vueltas?- Y me metí en la cabina, a lo tonto, porque bien podría
haber introducido la papeleta allí mismo. Total, qué más daba.
Al marchar, no dejaba de preguntarme en la
cantidad de gente que no votaría al Parlamento Europeo en aquella Mesa. A fin
de cuentas, muchos votantes, al ver que dentro de la cabina solo había dos
clases, no se arriesgarían a pedir la tercera. Y si preguntaban por ella y les
decían lo que había, quién sabe si preferirían no hacerlo. La timidez por parte
de muchos es algo que no se puede evitar. Y el momento más que embarazoso de
elegir una de aquellas papeletas azules a la vista de todos, seguramente les
impediría hacerlo. Aunque creo que ahí no habría timidez, sino cierta dignidad.
Hacerlo sería perder un derecho fundamental del ciudadano: el secreto al voto.
La indignidad es de quienes permiten estos lances y estos sucesos, de quienes,
siendo responsables últimos del proceso, no previeron esta cuestión.
Y yo metí la pata al votar. Ahora me doy
cuenta. Pero tarde, claro, como tantas veces. De la indignidad de ese voto me
di cuenta a toro pasado.
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