Tinieblas
que se prolongan como almas pérfidas,
que
no encuentran ramalazo de aire
que
difumine las sombras oscuras que las cubren,
noche
que sigue siendo noche por más que la mire.
Y,
como si alguien chascara los dedos de repente,
el
firmamento perezosamente se enciende
por
los reflejos a mi espalda de sueños inocentes;
sobre
la faz de la tierra brotan los colores del mundo
y una
luz angelical y cálida se desparrama ante mis ojos.
Me
doy la vuelta y advierto su origen, su causa:
La
sonrisa de Celia ya despierta al alba,
sus Buenos días, Tito,
su
mirada.
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