miércoles, 7 de agosto de 2019

DE TAL PALO, TAL ASTILLA


En su mente se fraguan soluciones a cualquier imprevisto que le pueda acaecer. Si una camisa se moja con el zumo de naranja que desayuna o se ensucia al salpicar una salsa en la que se le cayó el tenedor por un descuido no hace falta decirle ninguna cosa, ni tan siquiera preguntarle con el consiguiente ¿y ahora, qué?; antes de que se le formule, la respuesta viene rauda y con antelación: Bueno, a la lavadora, que se lo traga todo y no protesta. Que se la avisa, si va distraída con el patinete o la bici, de que se puede caer y hacerse daño, pues se cae, se levanta, mira a esos adultos ceñudos y, antes de que nadie le pueda decir una palabra, se descuelga con un: No fue nada, y se sacude las manos o las rodillas, aunque le duelan un montón. Que se le requiere, cuando sale con algún juguete a la calle, que si se encuentra con alguna amiga debe dejárselo también un poquito para que jueguen las dos o las que sean, sin problema hasta que se encuentra con ellas: Es que no traen nada, o sea, que, papá (mamá, abuelito, da igual), me guardas el juguete y así jugamos a otra cosa.
Lo tiene claro, a cualquier imprevisto le busca una respuesta, lo importante es no dar el brazo a torcer ni que se lo intenten doblar. Si hay solución para las cosas, ella la encuentra. Quién sabe más adelante. De momento, con más de una discusión y castigo, al final se sale con la suya, aunque, como calificaban antes los maestros, progresa adecuadamente.
Por esas cosas, en ocasiones, se nos mete en la cabeza a nosotros, a los mayores, decir que es terca, o egoísta o mandona, qué sé yo. Queremos que sea como nosotros, o sea, peores que cualquier niño. Creemos que la enseñamos cuando en el fondo, en nuestra vida particular, hacemos lo mismo que ella pero con otros objetos. Si el médico nos manda una dieta o no comer o no beber de aquello o no fumar, cuántas veces le hacemos caso: una, dos, antes de volver a nuestros hábitos. Si disponemos de un coche que nos encanta, que cuidamos como oro en paño, a quién se lo dejaríamos, anda, ¿ a quién lo haríamos sin estar sufriendo mientras que no nos lo devuelven?: a uno, dos, y con un verdadero temor de que nos lo estropeen, porque cómo les íbamos a pedir cuentas de ello. Si alguien precisa de una cantidad de dinero, que tú podrías dejarle porque no lo necesitas entonces, ¿se lo prestarías así como así? Anda, ya.
A fin de cuentas, ella o él lo único que hacen es imitar nuestro comportamiento, quién sabe si porque lo llevan en sus genes y esos genes están en el noventa y nueve coma nueve, nueve, nueve, nueve, nueve y más nueves de la gente. Para nuestros errores, encontramos soluciones; y para nuestra generosidad, explicaciones para evitarla, aunque no en los demás. Somos personas, con nuestros inconvenientes, diferencias, ingenuidades y singularidades, pero siempre con objetivos claros: cada uno, primero lo suyo, luego lo de los demás si beneficia lo suyo, después lo de otros si a él lo deja como está y por fin lo de cualquiera a quien no se conoce y que le trae al pairo lo que le suceda, con tal de que él siga como mínimo igual que está. Las excepciones son las que confirman la regla. 
Y la niña manda su ropa a la lavadora para evitar la riña de sus papás que la habían avisado de ponerse la servilleta; se aguanta el dolor e incluso sonríe cuando cae para no darles la razón cuando le dijeron que se haría daño; y no deja sus muñecos porque para ella eso es como su coche o el dinero de los padres.
O sea, que dejadlos, que el tiempo pone todo en su sitio y no van a ser muy distintos de nosotros. Y si a nosotros mismos nos juzgamos buenas personas, ¿qué queremos entonces de ellos? Andad, rebuscad en vuestra memoria y comprobad lo que hacíais cuando erais críos y crías.

No hay comentarios:

Publicar un comentario