jueves, 22 de agosto de 2019

LA RISA



Y su risa despertó al búho,
que dormía agotado bajo las tejas,
que arrojó su bizca mirada
sobre aquellas largas guedejas
que corrían desaforadas
tras el rebaño de ovejas.
Sus continuos ululatos
alertaron a una corneja
de denso pelo negro y brillante
dormida sobre la hiedra
que cubría con sus tallos trepadores
las ramas rugosas, vetustas y viejas
del centenario y retorcido castaño,
que había nacido entre las piedras
de un antiguo castillo medieval,
impresionante aún por su fortaleza.
Y cuando la risa desapareció
alejándose más allá de la maleza,
ambas aves silenciaron sus picos
sumiéndose nuevamente en la tristeza:
una, encogida y silenciosa
en una esquina bajo las tejas,
y otra, con su cabeza bajo las alas,
en el viejo castaño, sobre la hiedra.
Mientras, saltando a lo lejos,
la cara alegre de largas guedejas
con su risa infantil le decía al viento,
al río, al prado, a las peñas,
que no puede ser feliz quien vive
en el pasado, anclado en sus penas,
que hay que mirar hacia adelante
sin tropezar en las mismas piedras,
y si, por error, te cayeses otra vez,
levantar todo tu ser de la tierra,
erguirte, caminar un paso y diez mil
y sobreponerte, que la vida no es eterna.

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