Flores,
flores, a cientos,
y
corriendo por el prado
la
niña con los brazos abiertos
gritaba
feliz al aire tibio
que
la mañana de mayo
arrastraba
del sur.
Flores,
muchas flores, a miles,
de
todos los colores,
y
entre ellas, como una emperatriz,
la
niña le decía a la brisa:
Sopla, fuerte, más fuerte,
que los pétalos acaricien
mi cara,
que sus aromas impregnen
mis cabellos y mi cabeza,
que mi cuerpo se tiña
con los colores del pintor.
Y
la tenue aura, ligera y feliz,
mientras
enredaba sus dedos
en
la melena suelta de la chiquilla,
susurraba
a las montañas,
a
los arroyos, a las flores,
palabras
de júbilo, de entusiasmo
antes
de lanzar al mundo su risa
propalando
su satisfacción.
Más,
muchísimas más, a millones,
y
la niña, tumbada entre la hierba,
convertida
en la más bella flor,
se
mecía al ritmo de sus hermanas,
que
la acunaban contra su corazón.
Flores,
flores, un mundo de flores
y
una niña, soberana, sonríe al cielo
soñadora
y satisfecha,
reina
de la vida, ¡bendita ilusión!
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