Hay veces, como hoy, que despotrico y me
sulfuro con él porque no para. Basta que decida, en alguno de esos momentos que mejor
estaba durmiendo, que se va a pasar unos días a conocer lo que sea, lo que se
le ocurra, da igual, para que me eche a temblar. No sabe recorrer un lugar,
por más historia que tenga, de forma calmada y tranquila, con paradas para
descansar a ratitos. ¡Si ya no tiene edad, hombre! Pero no, qué va, desde que
amanece, como dicen, ya le apetece, aunque lo que le apetece es, nada más
acabar de desayunar, comenzar el itinerario que se ha marcado la víspera poco
antes de ir a dormir y, hala, caminata que te crio.
Una va y lo ve y no puede hacer otra cosa
que echar las manos a la cabeza: del orden de los nueve o diez quilómetros se
meterá entre pecho y espalda. Como si una no se cansara. A él le importa un
comino, sea lo que sea comino, lo importante es tirar cada dos por tres de
teléfono móvil y sacar cuantas más instantáneas mejor, al tuntún, sin ton ni
son, le da igual. Luego, llega a casa, las descarga en su ordenador del año
catapún, que yo lo he visto, y la mitad las vuelca en la papelera de reciclaje porque la que no está
movida, está sin enfocar o borrosa o no sabe ni dónde la sacó. O sea, que se queda con cuatro, mira tú.
¡Pero bueno, hombre, no estarías mejor, en
vez de tanta foto, reposando un poquito, tomándote una cañita y contemplando el
paso de las nubes blancas que parecen corderitos y que retozan por el cielo de
aquí para allá!
En
este momento, apoyada por fin en esta silla, si no fuese porque estoy tan
agotada que no soy capaz de dar un paso más, huiría de esta ciudad imperial de las
narices, por mucho monumento que tenga, como alma que lleva el diablo para que
no me alcanzase el muy corredor. ¡A ver, señores, que una también tiene su
corazoncito, aunque no lo crean, y necesita un descanso de vez en cuando, que los años no pasan en balde! Aunque yo solo sea una simple y sencilla muleta.
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