Dubitativa
aún, al fin se dejó caer,
sublime
y etérea como el beso de un niño,
Su
pasión desatada fue más fuerte
que
el pánico cerval a la incertidumbre.
Mecida
por aquella delicada brisa otoñal,
fue
deshilachando el tiempo
entre
vuelos oscilantes aquí y allá,
al
azar, quién sabe si con el ánimo lleno
de
zozobra ante lo desconocido
o
si retardando excitada el momento,
aunque
suspirando por su ansiado encuentro,
por
alcanzar ese éxtasis tantas veces deseado.
Cupido
había dado en la diana y
su
compañero, atento y nervioso,
la
esperaba al final de su vuelo
con
los brazos abiertos.
Al
primer roce, tierno y delicado,
como
el de una mariposa sobre la piel,
se
estremeció y tembló ante su contacto
hasta
la última punta,
hasta
el último nervio
de
su cuerpo perfectamente lobulado.
Por
fin, serena, descansa arrebujada
entre
los múltiples abrazos amorosos
de
aquel césped verde y brillante
que
la balancean suavemente,
que
la acunarán hasta el final de sus días.
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