Y el viento,
fuerte,
violento, huracanado,
quebró
delicados vástagos,
primerizos,
frágiles, débiles,
aunque
dejó el árbol,
soldado
en mil asaltos,
en
pie, poderoso, férreo, tenaz.
Como
el dolor más profundo,
que
te sume en la asfixia,
mas
permite que la vida,
esa
vida del después,
continúe
y vuelva
a
llenarnos de alegrías.
Tal
que la semilla:
hija
huérfana de padres,
desamparada
y desguarnecida,
a
merced de la fortuna,
que
se recupera en su soledad
para
brindarnos su ofrenda de vida.
Y tronó
la tormenta, oscura y aterradora,
y
rompió otra rama, y otra,
esta
vez la más gruesas,
pero
el árbol, inflexible,
inalterable
su voluntad,
se
enderezó aún más erguido y orgulloso.
Como
tú, como yo,
como
el ser humano vencido en mil batallas
que
se levanta perseverante,
consciente
de su poder omnímodo,
hasta
conseguir la meta final,
con
el honor del que nunca se rinde.
Porque
ni la Muerte con su guadaña,
impávida,
alevosa, siempre vigilante,
es
capaz de emitir ni un sonido,
ni
una mueca grosera de triunfo,
ni
una áspera sonrisa de victoria
ante
la fortaleza de un ser libre.
Y
ese tronco, arrugado por los años,
surcado
de heridas de guerra,
enfrentado
toda su vida a los elementos
que
ansiaron derribarlo y pudrirlo,
resistirá
en pie, desafiante y altivo,
mientras
alguien recuerde lo que fue:
un
soberano, insumiso y libre ser vivo.
Como el olmo de Machado que a pesar de estar hendido por el rayo .... “algunas ramas verdes le han salido”.
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