jueves, 4 de junio de 2009

HIJOS MUNICIPALES

Y de repente a alguien se le ocurre que eso de nombrar hijos adoptivos y predilectos es algo que engrandece el nombre de un pueblo, y que hasta ahora no se hizo con casi o ninguna asiduidad. Y va y, ni corto ni perezoso, lo lleva adelante: se hace una convocatoria con unas bases para ello y se echa a la calle el escrito para que quien quiera lo solicite para cualquier persona que considere que lo merece. Luego…”p’ alante”.
Entonces las fuerzas de la “ jet set” pueblerina, que nacen allá por finales de los setenta del siglo XX, al amparo de la nueva democracia que asalta el poder, por fin, en esta España velada por la mentira durante tantos décadas, y con la que hasta entonces hasta alguno de ellos comulgaba, pues se lanza a la aventura de proponer para el título de adoptivo, que va a ofertar el ayuntamiento, a uno de sus amigos, introvertido él, que no se relaciona con casi nadie a no ser con estos cuatro amigos y familiares, y que va por la calle cual jirafa africana, con el cuello levantado mirando por encima del hombro al resto de “aldeanos”.
Hay que aprovechar que se jubiló este año, así que a por ello.
El resto de la villa: tararí, que te vi. ¿Hijo adoptivo? ¿Qué es eso? ¿A quién se lo habrá que dar? ¿Qué habrá tenido que hacer para que se le dé un título tan insigne?
Pues nada, porque aparte de cumplir con su deber como profesional, dedicó su tiempo libre... ¿A qué?:
¿A sus negocios para hacerse rico o a trabajar por el bien de la sociedad en la que está inserto y vive desde años atrás?
¿A pasear por las calles de la villa donde reside cual americano emigrante cargado de dinero o a caminar, alternar y hablar con los ciudadanos que no asisten a diario a determinadas cafeterías?
¿A atender a personas de forma altruista en sus ratos libres o a cobrarles poniéndoles un plato o una cesta delante para que “apurran” algo?
Que va: estuvo siempre ligado a las asociaciones o colectivos culturales, deportivos o de cualquier otra índole. Trabajó desde dentro como el más abnegado defensor de este tipo de actividades.
¡Pues no! Tampoco.
Así que se le da el título de hijo adoptivo a una persona que siempre se estuvo mirando el ombligo y su propia cartera.
Y el Ayuntamiento siempre aducirá que no había nadie más para nombrar, que no se había propuesto a nadie más.
¿Valen disculpas? Para otorgar un título de estas características no sirve sólo que lo proponga alguien; la obligación municipal, que es quien lo otorga, es además investigar y estudiar el asunto para completar el expediente. En modo alguno se pueden fiar de las palabras doradas con que van a adornar sus amigos a un personaje por el mero hecho de presentarlo. Quien lo hace es el encargado de vestir de oropel las cualidades del susodicho, e incluso de buscar a cuatro infelices para que lo apoyen; pero quien lo otorga ha de vestirlo de oro, y por lo tanto ha de saber que hace antes de nombrarlo pues, si se equivocan, la culpa es siempre suya, no de palabras rimbombantes huecas.
Y al llegar el momento, quién puede más:¿ el oro o el oropel?
Parece ser que el oropel. Cuesta menos y se puede cubrir mucha más superficie de papel, aunque se caiga en la falacia y la desinformación o la información interesada. El oro cuesta más: supone ser justo y da para menos.
Y la vida sigue, y los nombres aparecerán en los papeles, y dentro de unos años alguien se fijará en lo bueno que era tal hijo adoptivo o predilecto y se seguirá escribiendo la historia entre mentiras y semiverdades ocultas que nunca verán la luz.
Y más gente como yo volverá a decir cosas como ésta, pero seguirá andando mirando hacia adelante orgulloso de ser como es, porque su futuro no depende de personajes mediocres y egoístas como éstos que se han involucrado en tamaña deslealtad para con su pueblo. Y en su mente continuarán escribiéndose mensajes con todo tipo de frases, alguna suave como ¡qué vergüenza!, y otras de calibre más elevado que vale más obviar.

Y amén, que alguien me dirá que me he pasado dos pueblos.
Que tengan un buen día, y que a ustedes los nombren, con total merecimiento, hijos de algo; si no, sigan siéndolo de sus padres, como cualquier hijo de vecino, que es todo un orgullo.
Hasta la próxima.

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