miércoles, 3 de junio de 2009

"TASTUCU TÚ"

Esa era la respuesta de la cría cada vez que la llamaba “trastuca”,
Hacía unos meses no me contestaba nada, todavía no había encontrado sentido a este apelativo de “trastuca” con que yo la llamaba cada vez que la veía, pero ahora, ya cumplidos los dos años y pico, me respondía siempre igual.:"¡Tastucu tú!"
Desde bien pequeñina, mi hija la había paseado por Grau, la había llevado a casa, la había llevado de paseo, había jugado con ella, le había enseñado canciones, le había dado de comer, cualquier cosa con tal de estar cerca de ella. Por suerte, su prima, la madre de la niña, y su marido no eran esa clase de gente, que de todo hay, “repunante” que creen que son los mejores educadores para sus hijos por el mero hecho de ser ellos los que la engendraron y, por ello, los únicos que pueden hacerlo de forma adecuada. Conocían de sobra con quien la dejaban y sabían de sobra con quien se enfrentaba la chiquilla.
Desde el primer momento, a los pocos meses de su nacimiento, aún en la cuna y luego en el carricoche, se veía que iba a ser un torbellino: inquieta, hiperactiva, mimosa, risueña, corredora en cuanto empezó a dar sus primeros pasos y, sobre todo, una cría capaz de volver loco a cualquiera que la tuviera a su cargo: no podía uno relajarse ni siquiera un segundo.
Pero mi hija, todo cariño y pasión por ella, era, a la vez que cariñosa, inflexible en su educación: la conocía y se había dado cuenta que no podía jugar en determinados aspectos o de lo contrario se le subía al moño por menos de nada. Y
la niña había comprendido perfectamente hasta donde llegar, hasta donde podía estirar la cuerda.
Recuerdo una ocasión en que no le daba la gana de comer y lloraba como una descosida sin echar una sola lágrima, porque quería que le pusiésemos en el ordenador “La gallina Turuleca” o cualquier otra melodía, con la que disfrutaba, y quedaba sentada sin moverse durante minutos y minutos sin moverse, al tiempo que cantando lo poco que sabía. En aquel momento mi hija nos mandó salir a mi mujer y a mí de la cocina y nos dijo que la dejáramos a solas con ella, que comer tenía que comer.
Allí quedaron.
En aquella ocasión yo me fui a mi habitación y me senté en el sillón a leer. No sé si habían pasado cinco, veinte o cincuenta minutos, cuando sentí un suave arrastrar de pies, deslizándose por la alfombra del pasillo, que provenía del distribuidor. Nada más levantar la cabeza, ví a la enanita y “trastuca” aquella en el umbral, toda seria. Mi hija le susurró un “Vete y pídele perdón a Luis por lo que armaste”. Y la rapacina, lenta y obedientemente, con la cabeza gacha, fue acercándose a mí, que tenía el gesto serio y ceñudo, dándole a entender que no me había olvidado de su capricho de no comer y por el cual la había reñido.
Cuando llegó a mi lado, escaló por mi rodilla y se sentó en mi regazo, luego me abrazó y me dio un beso, aún seria, y a la oreja me dijo “pedón, Luis”. Yo no sabía si reírme, si comerla a besos, o qué hacer, aunque tampoco quería que ella me viese y lo tomase como si no hubiese pasado nada. Pero me pudo más el corazón: le di un abrazo, un montón de besos y me quedé riendo mirando a mi hija, que también se reía, como si la niña me hubiese hecho la gracia más grande del mundo. Y, claro, no hay ni un solo un niño o niña tonto, así que ella que me vio, se me escurrió de entre los brazos, descendió por mis rodillas y piernas y, al llegar al suelo, gritó llena de alegría y corriendo a todo trapo:
-¡María, “La gallina Turuleca”!



Y es que los niños no son adultos pequeñitos, son solamente niños, a Dios gracias y a pesar nuestro.


Hasta la próxima, que ustedes lo pasen bien. Y dejen a esos "trastucos y trastucas" que sigan siendo niños y niñas. Es decir, señores adultos, fastídiense un poco y aguanten, que saben más que nosotros.



Buen día.

1 comentario:

  1. El que no deje a un niño ser niño merece que todo el peso del mal kharma recaiga sobre el.

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