miércoles, 18 de febrero de 2015

ESPÍRITU DE CONTRADICCIÓN


Algunos días el tiempo se hace de rogar, no pasa a la velocidad que uno desea. Es más, convierte a uno en esclavo del reloj. Durante los últimos tres días el cuerpo no encuentra la postura idónea, no es capaz de colocarse en una posición suficientemente cómoda como para soportar el dolor más allá de un cuarto de hora, y entonces es cuando los ojos se clavan en el reloj digital que hay encima de la mesita de noche viendo como los minutos dejan de serlo para convertirse en espacios de tiempo interminables. Es como si el reloj estuviese marcando el tiempo a un ritmo tan pausado que me recordaba las imágenes que se toman en cámara lenta cuando quieren repetir algo para que nos demos cuenta con detalle de todos los aspectos de ese movimiento. Y así el reloj, el minutero, lo hace igual. ¡Cuán diferente es un minuto en buena compañía, alegre y entre gente que te quiere! Este otro minuto es eterno. Cuento los segundos, uno a uno, hasta sesenta, pero creo que lo hice demasiado rápido porque aún no cambió. Por fin. Pero yo llegué a setenta y cinco, contando, pausando, cauto al hacerlo; no obstante, no me imagino pasar la noche haciendo siempre lo mismo aunque aminore un poco mi modo de enumerar los segundos necesarios para que el reloj digital cambie nuevamente el guarismo. ¿Toda la noche en vela contando? Imposible, pienso, antes me voy de paseo sin rumbo a estudiar la influencia de las estrellas en la vida de las plantas, es decir a volverme loco solo de pensarlo. Pero no lo hago y ese tiempo que acorta nuestras vidas de modo inexorable se ríe en mis narices y me hace la vida más larga precisamente cuando más corta quiero que sea. Nunca nos conformamos, siempre estamos cambiando de opinión. Somos espíritus de contradicción. O al menos yo, hoy.
Ustedes sigan siendo felices, no me hagan caso y no pierdan la sonrisa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario