martes, 13 de noviembre de 2018

MADRUGADA DE OTOÑO





         -¡Hooolaaa, buenos díííaaaas!- Y así fui poco a poco despertándola, entre alguna cosquilla bajo el brazo y una carretada de besos de lobito, suaves, esponjosos y dulces como la miel.
-Ummm, buenos días, Tito.- Y aupó sus brazos, me los echó al cuello, me acercó a su cara y me dio uno, dos, tres besos sonoros, de esos que penetran por los oídos directos al corazón. – ¿Es de noche, Tito?

-Sí, aún sí. Pero espera, que voy a correr el visillo y bajar la persiana para que veas amanecer.

-¿Ya salió el sol?– me preguntó extrañada.- ¡Pero si es de noche! Lorenzo todavía no está. Espera, a ver si está Catalina.- Y se lanzó fuera de la cama, descalza, arrimándose a la ventana.
En el cielo brillaba una luna llena magnífica que reinaba sobre el firmamento, acomplejando a unas estrellas que lo único a lo que podían aspirar era a ser meras acompañantes de tan singular belleza.
-Mira, Tito, allí.
-¿Dónde?
-Allí, junto a Catalina. ¿No lo ves?- Había estirado el brazo y señalaba con el dedo hacia un punto indeterminado del cielo.
-No veo nada, cielo, ¿qué hay allí?- Mis ojos recorrían aquella negrura iluminada por miles y miles de luceros, intentando divisar las luces de un avión o algo similar.
-Papá Noel, Tito. Allí, en aquella estrella, seguro que está esperando por la Luna para desayunar con ella.- Me quedé perplejo, aunque no tardé en reaccionar y seguir la corriente de aquella imaginación desbordante que sabía que la pequeña poseía. Su mundo era el mío y yo lo vi también, en el mismo lugar que ella señalaba.
-¡Claro, ahora lo veo! Y están allí los renos. Fíjate, a la derecha, allí está Rodolfo.
-¡Hala, es verdad! Estarían toda la noche vigilando.
-Claro, mi cielo. ¡Y pobres de los niños que no se hayan comportado bien!- La miré como diciéndole que a ver ella lo que hacía.
-¡Y de las niñas, Tito! Pero yo ayer fui buena, eh.
-Ayer sí, que me lo dijo el pajarín cuando me levanté.
-¿Quién, el gorrión?- Su cara mostró la misma sorpresa de otros días cuando yo le comentaba alguna situación que achacaba indefectiblemente al soplo de mi vigía particular, pero que conocía a través de sus padres.
-Sí, ya sabes que me cuenta todo lo que haces.
-¡¡Míralo!! ¡¡Ahí, ahí, en el árbol!!- Y señalaba como una loca para unas ramas de un peral medio seco donde, efectivamente, se posaban varios gorriones anhelantes por el primer rayo de sol.
-Es verdad, el que está en la ramita más alta, ese es mi amigo.
-Sí, y está mirando hacia aquí- dijo mientras lo saludaba con la mano a través del cristal.
Justo en ese momento, por detrás de los montes aún en penumbra, unos pequeños resplandores anaranjados comenzaron a dar muestras del despunte del día.
-Mira, Celia, está amaneciendo. Fíjate por allí, en el cielo, cómo comienzan a verse los primeros rayos de Lorenzo.
-Vaya, Tito, entonces ahora se marcha Catalina. Y a mí que me gusta más Catalina.- Puso pucheros como si estuviera muy enfadada y se dirigió hacia la cama a calzarse las zapatillas rosas de Minnie.
-Es lógico, Celia, Catalina tiene que desayunar y luego acostarse, que lleva toda la noche levantada. Además la están esperando.
-¡Uy, es verdad, Tito, estará súper cansada· Y se dio la vuelta para acercarse nuevamente a la ventana.- Y Papá Noel y los renos… ¡Oooh, ya no se ven!
-Normal, mi palomina, ya se habrán sentado en la cocina de su amiga estrellita, que estarán más calentitos, a esperar por Catalina.
-O ya desayunaron solos y se marcharon al Polo Norte.
-Puede que sí, estos meses tienen muchísimo trabajo con la preparación de juguetes.
-Claro. Pero de noche vuelven, que los veo yo a veces por el Paseo del Río. Y andan observando a través de las ventanas a ver lo qué hacen los niños en casa.
-Ya. ¿Y las niñas como tú, no?
-Ya.
-Bueno, ¿y tú qué, vas a desayunar o piensas llegar tarde al cole?
-No, Tito, que hoy tengo Gimnasia Rítmica.- Y salió arreando hacia su mesa pequeña del salón donde la esperaba el desayuno que previamente le había preparado su abuelo, su Tito.

-Tito, ponme dibujos.- Se apresuró a decirme, después de desechar las zapatillas que nunca le gustaron, mientras se ponía los calcetines de andar por casa y luego se sentaba
Así que Tito, éste que escribe porque no sabe estarse quieto sin juntar de vez en cuando un montón de palabras, asió el mando de la tele, la encendió y la puso en un canal donde un Troll intentaba alcanzar a Ricitos de Oro. A continuación, con la niña ya tranquila y comiendo su primera galleta, se dirigió hacia la habitación de la pequeña, echó las ropas de la cama hacia atrás y abrió la ventana para ventilar el cuarto. Luego, cerró la puerta y volvió al salón para que Celia no se descuidase y desayunase correctamente.
Aún faltaba asearla y vestirla, otorgarle a continuación unos diez o quince minutos de tiempo libre, durante los cuales le haría la cama y cerraría la ventana, e inmediatamente salir hacia al cole.
Los últimos momentos en casa, me dediqué a contemplar a la nieta, que trajinaba totalmente concentrada con varios vestiditos, pañales, botecitos, biberones y otros accesorios propios para el cuidado de sus muñecos, ajena completamente a la tele. No se me borró la sonrisa de la cara, hasta que miré el reloj y vi la hora.
-¡Hala, Celia, cielo, que se nos hace tarde!- exclamé cuando me di cuenta que aquellos momentos habían durado casi veinte minutos.
Con la sonrisa pintada aún en la cara, la vi llamar el ascensor.

         Sigan ustedes bien, y no olviden que un mínimo de una sonrisa diaria es salud.

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