¡Madre mía, se acercan las Navidades! ¡Si
hace cuatro días que estábamos viendo la cabalgata de los Reyes Magos y
agachándonos en busca de caramelos que luego nadie comía!
-Tito, falta un mes.- me dijo ayer mi
nieta.
-¿Qué?- me pilló despistado, iba dándole
vueltas a una palabra que no me salía, aunque estaba en la punta de la lengua,
desde hacía un par de días para calificar una situación en uno de los escritos
que atiborran en ocasiones el escritorio de mi ordenador, antes de deslizarlos,
una vez terminados, en la carpeta de Documentos.
-Que falta un mes para poner el árbol y el
nacimiento. Pero van a venir Nino y Tata para ayudarme, porque yo no me acuerdo
de cómo fue el año pasado, era muy pequeña, no tenía todavía tres años.- Y sus
ojos hacían chiribitas poniéndose en situación, quizá rememorando escenas con
sus primos, o contemplando las luces de colores del árbol de Navidad, o viendo
el portal y las figuras del belén y más que nada, seguro, soñando con los
paquetes de regalos.
-¡Ah, muy bien! Es que estaba despistado,
cielo, – le expliqué mirándola a los ojos, centelleantes y vivarachos, que
mantenía fijos en algún lugar nebuloso, pero que me imagino lleno de la
naturaleza jovial, alegre y entusiasta de aquellas fiestas.- ¿Así que dentro de
un mes a decorar la casa, eh?
-Sí, Tito- me respondió surgiendo de entre
los sueños en que andaba metida hasta entonces.- Y tengo que acordarme de poner
los platos y los vasos.
-¿Qué platos y qué vasos? ¿Qué los vas a
colgar en el árbol con las cintas y las bolas de colores?- Yo seguía aún un
tanto ido en busca del dichoso “palabro” que se me sumía en el olvido en cuanto
creía que ya lo tenía. Era como si mis cuerdas vocales y mi lengua se rebelaran
en perfecta comunión para mantenerme alejado de ella. Y aquello me rebelaba.
Cuando volví la cabeza hacia la pequeña, percibí
una sombra de inquietud en su mirada, como si estuviese viendo a alguien
enajenado y desconocido para ella.
-¿En el árbol? ¡Estás loco, Tito!- y se
llevó el dedo índice izquierdo a la sien.- ¡¡¡¡Para Papá Noel y los renos, y
para Los Reyes y los camellos!!!! ¿O no van a comer y beber algo cuando lleguen a
casa?- explicó componiendo todo tipo de gestos y muecas con la cara y ademanes
y aspavientos con sus manos, firme y con los pies clavados en el suelo, vuelta
hacía mí y con sus ojos en los míos.
-¡Ah, claro! ¡Los platos y los vasos! Ahora
caigo, palomina mía.- disimulé todo lo
que pude mi falta de atención, haciéndome el sorprendido y mostrándome a la vez
como confuso por mi ignorancia.
-Tiiitooo, no te enteras, eh.- Luego,
siguió hacia adelante, pavoneándose como si me hubiese impartido una clase sobre el origen del universo, me
dejó un par de metros atrás y abrió la puerta trasera del coche para subir a la
silla infantil en que viajaba.
De repente, lo vi claro. La palabra era
alabeo. Por fin.
Sigan bien,
disfruten de la jornada y que esa sonrisa no falte.
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