viernes, 26 de marzo de 2010

FELISA (Capítulo 3)

(De cómo el lobo cambia de opinión ante la belleza de la abuela)
Habíamos quedado con la Felisa machacando la Naturaleza mientras caminaba de flor a flor, tirando porque le toca y arrancando todas las que encontraba a su paso. Así que dejémosla (que por no avisarla no fue) hasta que aparezcan los ecologistas y le den un buen sopapo virtual por floricida, y volvamos al lobo y a la abuela.
El lobo se lanzó sobre la abuela de un salto poderosísimo y...
La abuela, adormilada sí, pero no tonta, porque como muchos viejecitos duerme con un ojo abierto y otro semicerrado, lo vio venir por los aires y, con una media sonrisa, mientras le guiñaba un ojo, esquivó el mortal abrazo lobuno con suma facilidad, no en vano la abuelita era una deportista que hacía caso a sus médicos y contaba en casa con varios aparatos de gimnasia donde todos los días practicaba dos o tres horas, de lo cual se deduce y entiende como una persona con esa edad tenía tal agilidad.
El lobo, cuando quiso darse cuenta, volaba de cabeza hacia una enorme piedra contra la que chocó de tal forma que quedó en el suelo completamente conmocionado y en tal manera espatarrado que cualquiera pensaría al verlo que aquello de lobo no tenía más que el pellejo.
Al verlo, no tardó la abuela en acercarse al pozo (que estaba en la parte de atrás de la casa, por eso aún yo no había dicho nada de él, no me había enterado ni de que existía) y volver con un cubo lleno de agua friísima que le echó por encima. El lobo despertó inmediatamente, mojado hasta las axilas, como es lógico, a ver si creéis que el agua no moja, pero los ojos daban vueltas en sus órbitas como las luces de una noria en una feria. En su cabeza se estaban formando, incapaz de hablar, diversas imagenes aún inconexas, pero había una repetitiva hasta la saciedad: un corazón que latía de manera insólitamente disparatada.
Aún no os habrá dado tiempo, sufridos lectores, a fromaros una imagen de este hecho, porque era una situación que, por su incomprensibilidad, no es asumbible por el ser humano de forma racional; pero el lobo, lo creáis o no, se había enamorado de la ancianita como un tonto de capirote, algo así como el Di Caprio de la Winslett en el Titánic.
¡Y mira que hay que tener valor o, más bien, haber quedado sin un ápice de cordura ni de sentido común! Porque la abuelita, como decía su nuera, era una bruja de armas tomar: su boca monstruosa en la que se habían inspirado los ingenieros del túnel de El Negrón, que al reírse dejaba ver una hilera de dientes grisáceos y ababiecados (vamos, como los del caballo Babieca, el de El Cid) entre los que sobresalían dos gigantescos paletos que fácilmente podrían confundirse por su altura y majestuosidad con los moáis de la isla de Pascua; sus orejas, a lo Avatar, pero más a lo bestia, sobrepasaban el tamaño normal que hubiesen podido alcanzar las de Platero despues de haber sido tironeadas por los millones de personas que se acercaron a su lectura a lo largo de los años, y, colgando de sus lóbulos, unos aretes de plata que le llegaban a la altura de los hombros sobre los que reposaban plácidamente; y sus ojos, que miraban uno para Alicante y otro para Niu Yor (New York, para los americanófilos), se movían a tal velocidad que podía uno, si los seguía durante más de dos segundos, sufrir mareos y vómitos o tener un accidente por exceso de velocidad.(Si la ven los de Tráfico, le prohiben sacar el carnet de por vida o le quitan todos los puntos de golpe por peligrosidad manifiesta de accidente con grave perjuicio para la seguridad vial, pero entonces los gobiernos todavía no habían inventado tal sacacuartos); la frente era una serie de líneas arrugadas incontables que tapaba muy coqueta con un mechón de su cabello lacio, grisáceo (era vieja, de la tercera o cuarta edad, o más, así que estaba canosa ¿no os parece?) y aceitoso de no habérselo lavado al menos durante el último mes, sin peinar ni pinta de haberlo hecho tan siquiera pasando los dedos por él; y los papinos, esos sí, rechonchinos, lisos, tersos y coloradinos como el culo de un recién nacido. (¿Producto de la última operación con bótox para dejarla como un cromo retocado con Photoshop? Pues no, no, que aún no se había descubierto el secreto de este relleno. Además, no todo iba a ser tan desastroso en la cara de la abuelita, coño, aunque no sea nada más que por tocarle las narices un poco a su nuera).
Había más cosas, claro, pero ya las contaré siempre y cuando las considere oportunas para la buena salud del relato o como quiera que os apetezca llamar a estas líneas rellenas de palitroques.
Y el lobo, ahora de rodillas, con las patas delanteras unidas por las palmas en actitud casi oratoria, mirando embobado y fijamente para aquella aparición, sin atreverse a decir ni auuugg para que aquel momento mágico no se sumiera en el olvido jamás.
¡Pobre lobo enamorado! Lo que hay que ver...
¿Y Felisa? Pues la cursi o, tal vez, ingenua niña...
Perdón, pero he de seguir mañana ya que me encontré con el capítulo 4 y las cosas escritas a toda velocidad suelen salir peor (si es que se puede connseguir semejante logro después de este relato).
Que ustedes lo pasen bien, sean felices y hasta mañana.

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