martes, 30 de marzo de 2010

FELISA (Capítulo 6)

(De cómo Felisa se pierde en sus pensamientos)
Estaba Felisa dándole vueltas a las palabras de la nutria. Pero sobre todo a lo del estudio y los colegio de pago (ella sólo conocía uno, el de las monjas de la Orden del Velo Superficial, que operaba dentro del Monasterio de los Hombres Piadosos, no lejos de la aldea, y en cuyo interior nadie sabía lo que sucedía porque el número de niños que asistía a las clases era enormemente superior al de los que procedían del exterior).
Su mente se imaginó ser la destinataria por parte de la Srta. Fdez del Río de un sermón para alejarla de las creencias que tan hondamente le había metido en su cabeza el cura de la aldea, aquel, como lo llamaba su padre y muchos más parroquianos, santo varón de Bendito 15: humildad, pobreza y castidad eran las tres cualidades y enseñanzas en las que más abundaba.
Siempre los exhortaba desde el púlpito a que nunca hicieran lo que él hacía, sino lo que él decía. (Como don Kiko, el médico, que a todas horas estaba conminando a sus pacientes y pacientas a dejar el hábito de fumar, mientras en sus dedos sostenía un veguero que podía servir como bastón del mismísimo Cíclope de Ulises).
Este tipo de sermón estaba pensado y repensado. Era un modo de que nadie le pudiese echar en cara que se forrara con el dinero de las limosnas obligatorias a las que estaban obligados sus feligreses y feligresas, bajo penas de quinientos o más años en la cárcel de Purgatorio; tampoco le podían recriminar que se fuera de farra a la ciudad dos o tres veces por semana con el cuento de ir a arreglar unos papeles al obispado (más de una vez habían sido vistos él y su superior jerárquico en la taberna de El hijo celestial dándose unos banquetazos de tomo y lomo, bien regados con un buen reserva de la tierra de Canán); ni tampoco nadie se atrevía a reprocharle que durmiese bajo el mismo techo que el ama, con quien vivían también tres rapazuelos que, a falta de otro hombre en la casa, se desgañitaban llamando al santo de Bendito papá (En este caso las malas lenguas no se creían que hubiesen nacido por obra y gracia de Palomo Volador, a quien el cura atribuía su paternidad, así que murmuraban a la primera de cambio sobre el origen de los críos: que si eran hijos de Bendito, que si eran sobrinos, que si los encontró en el monte, que si habían sido objetos de abusos deshonestos y Bendito los había recogido en su hogar, que si el Obispo sabía mucho de aquello pero no decía nada, que si eran hermanos de Águila Roja y expertos en kárate, que si... ¡cosas de los pueblos pequeños, ya sabéis! El caso es que, a pesar de los comentarios, nadie osaba contradecir al cura. El miedo a la excomunión era palpable entre los vecinos, aunque desconociesen en qué consistía- Es un castigo que siguen vociferando actualmente desde muchos púlpitos quienes se creen por encima del mismo Dios y siendo temido por todos los ignorantes que este mundo han sido, son y serán, a excepción de los reyes, que están siempre por encima del bien y del mal).
Lo único a lo que los habitantes del poblado se atrevían era a llamarlo "el de la niña bonita" porque siempre imprecaba a sus feligreses por sus pecados (ya se acabó lo de os/as, porque escribir feligresos...Lo siento, Dña Aido), y los impelía a cumplir con quince condiciones imprescindibles para salvarse: aparte de humildad, pobreza y castidad, habían de dar limosna, atender a las necesidades del representante de Dios (y aquí entraban también el ama y los rapacinos, por lo visto), trabajar las tierras de la iglesia, pagar la renta de las tierras arrendadas por la iglesia, ofrecer un óbolo semanal para las labores sociales de la iglesia (se podría decir que iba encamiando a enriquecer al dueño de El hijo celestial), rezar todas las noches un rosario por el Papa (que conste, que nada tiene que ver el nombre del cura con el Papa actual, que por entonces, si ya profesara y ascendiera, bastante tendría con ofrecer consuelo y perdonarles sus pecados a algunos de los sacerdotes de su diócesis que se le habían ido un poco de las manos) y un padrenuestro por su representante en el lugar, es decir por él mismo, obedecer sin rechistar a los gobernantes que tanto miran y cuidan de sus vasallos, sin los cuales no son nada; dar de comer al peregrino, porque el cura ya se lo había gastado todo en El hijo celestial y los gobernantes en guerrita viene, guerrita va; etc. Como decía, así hasta quince. ¡Cómo si fueran tan fáciles de cumplir!
¡Vamos, más difícil que acertar hoy una quiniela de quince aciertos sin que los árbitros influyan en el resultado!
Pero no penséis que lo del fútbol es de ahora, eh, que en aquellos tiempos, sin quinielas, ya se armaban grandes trifulcas entre los hinchas de uno y otro equipo del pueblo - lo mismo en la liga de solteros que la de casados- por un quita "p' allá" el Cristiano de turno, o donde esté Essi, que se quite el de la Caca. No obstante, la rivalidad no había llegado a tanto como para declararlo bien de interés cultural, puesto que al erario social y a la hacienda del señor no se les escapaba nada y no permitían el mínimo desliz a la hora de cobrar sus emolumentos acordes con la fastuosa vida que llevaban.-¡Ah, ¿qué hoy aún no es un bien de esos culturales?! Todo se andará, que donde hay esperanza hay cultura del negocio.
-¡La madre que lo parió!- exclamaba a menudo el padre de Felisa, dotado, como os expliqué antes, de un florido y profundo vocabulario y que empleaba el léxico siempre más adecuado a cada situación.-¿No sería mejor que la dichosa niña bonita hubiese aprendido a contar nada más que hasta dos?- lo decía refiriéndose, como os habéis podido imaginar, al cura- ¡Y los preceptos indispensables para la salvación eterna se los apuntaba yo: vive y deja vivir!
Hemos llegado al final del 6. Pero antes de que acabe el día, os resarciré por no haberlo colgado ayer. Me pondré al día con el capítulo 7.
Mientras, pasen un buen día y sean felices. Ya lo saben: no pierdan la sonrisa nunca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario