miércoles, 24 de marzo de 2010

FELISA, O LAS ENSOÑACIONES TURBULENTAS DE UN SER OCIOSO, con perdón. (Capítulo 1)

Resulta que había una vez una niña muy buena, muy buena (mucho jode cuando repiten dos veces las cosas para decir lo mismo y ser reiterativo hasta la saciedad), a la que su madre (¿dónde estaría metido el padre, el mangante de él?) mandó un día a llevar la comida a su abuelita que vivía sola en el bosque (podría ser en una residencia de ancianos de esas que hay en plena naturaleza y cuestan un riñón y parte del otro, pero no; además no estaba tan sola, lo que pasa es que quiero hacer pensar un poco a quien lea estas líneas que ya entonces se acercaban los tiempos en que los humanos de cierta edad podemos acabar abandonados por nuestros hijos en lugares considerados maravillosos por ellos, sin preguntarnos a nosotros). El caso es que la cría, muy obediente, salió de casa y (¿no habrá guajes buenos y obedientes, serán todos unos trastos de armas tomar?) cogió un atajo una vez en el umbral de bosque para llegar primero.(Es que había quedado con sus amigos para charlar por el messenger- ¿o no había entonces? ¡qué atraso, oye!- y quería volver cuanto antes.)
Esto de los atajos suele ser muy divertido porque, por lo general, acaba uno donde Cristo dio las últimas voces y extraviado completamente en parajes irreconocibles, pero eso no le iba a pasar a la niña. No obstante, ¡mira tú quién le iba a decir a ella que se iba a encontrar con un animal salvaje suelto, solitario y marginado por sus congéneres debido a su edad. (Ya habían tomado buena nota de ciertas, contadas, eso sí, resoluciones adoptadas por algunas familias que querían lo mejor para sus progenitores, y comenzado a ponerlas en práctica: ante todo, independencia, que se arreglen como puedan , que no se sientan inútiles, no apurarlos ni meterles presión ante sus actos. Es decir, ahí os quedáis y que os zurzan). Resulta que a este animal por lo visto no le llegaba la pensión para entrar en uno de aquellos lugares en los que se les protegía y cuidaba con mimo, tipo zoos de los de hoy, moribundos, puercos y malolientes, aunque con un final feliz, la cazuela.
Así que la rapacina fue y se encontró de buenas a primeras, al doblar un recodo del atajo, con un lobo enorme, aunque algo flacucho para su tamaño (¿dieta mediterránea, acaso?; lo ignoro, no se lo pregunté), pero de los malos, eh. Su aspecto fiero denotaba que le valía todo con tal de comer y no sólo se ocupaba de dar de vez en cuando alguna que otra dentellada en la garganta de las lanudas ovejitas que poblaban los montes de la región (semiabandonados por la escasez de pastores, y los pocos que había además cobraban unos sueldos de controladores aéreos que casi ninguna familia se podía permitir). Es verdad que el pobre, con un semblante grisáceo y mortecino que tiraba hacia atrás, poco podía hacer en cuanto la presa echaba a correr, ya que el asma y la cojera de la pierna izquierda no le permitían atrapar a casi ninguna.
Pero tenía un don que hoy se consideraría una mera superchería si alguien nos lo dijese y a quien se acusaría de inmediato de falso y contador de chismes para que lo llamasen de algún programa del corazón, si no fuera porque os lo digo yo: Sabía hablar, y no era político ni trabajaba en ningún circo. ¡Palabra de honor!
Esta facultad es muy común en los cuentos infantiles de antaño y hogaño porque a los niños, como son niños, se les engaña con cualquier cosa...o al menos, eso creen a pies juntillas la mayor parte de los mayores relacionados con ellos- la otra parte es la que no les hace caso-. Permitidme que me carcajee, ¡je,je,je!, porque eso es lo que estas dulces criaturas quieren, que los adultos piensen que son tontos y tragan de todo, para después gobernarlos como quieren simplemente con una rabieta, un chillido o más, un tirarse por el suelo, una lagrimita a tiempo, una sonrisita, un gesto pícaro o cualquier cosa que se os ocurra, porque se las saben todas.
Cuando el lobo se enfrentó a la niña, o al revés, (seguro que estáis pensando en Caperucita, pero no; ¿acaso el santoral de cualquier iglesia no contempla más nombres? ¡Pues, anda tú, que no tienen los padres maneras de bautizar a un futuro enanito revoltoso y jugón de un equipo de la liga española, o a una futura enanita paseadora de cochecitos con muñecas vestidas de azul, con su camisita y su canesú, triunfando desde bien pequeñita en el cine tras un paso fugaz por las pasarelas de la moda de alta costura infantil, y que, cualquiera que sea el sexo, va a sacar a su familia de la crisis en un santiamén¡) y le preguntó que quién era y a dónde iba, ella sólo acertó a responder patidifusa y con voz cuasi silente que Felisa. (¡Felisa, ¿vale?, Felisa, no Caperucita, no os olvidéis ni la liéis más adelante!)
Y ¡¡FE- LI- SA!! nunca había escuchado a sus mayores lo de la facultad de hablar de los lobos de aquellos territorios; ni siquiera había caído en su poder ningún relato en el que hubiese podido leer que tal función fuera propia de estos animales. Así que, sin darle ocasión de reaccionar, dio media vuelta y echó a correr de regreso a casa donde se coló a todo meter hasta la cocina.
Su madre, al verla allí tan pronto, la miró extrañada. Su hija le contó con pelos y señales lo ocurrido, recalcando sobre todo la fealdad del bicho aquel, y remató:
-Ahora ya sé por qué la abuela vive en el monte sola. Como tiene todo tan grande, los ojos, la cara, los pies, las orejas, la lengua y todo, todo, todo (otra vez repitiendo lo mismo, y ahora tres veces, si es que no aprendo), pues seguro que se encuentra en su salsa. Con lo fea que es, la pobre, entre ellos no desentona y puede encontrar con quien comunicarse.
La madre de Felisa no puso dejar de pensar, con una sonrisita perversa:-¡Qué lista es mi hija, es igual que yo; ya se dio cuenta de que mi suegra es una bruja de armas tomar y donde mejor podría estar es entre animales!
¡Qué queréis, que siga, eh? Pues lo siento, pero a partir de aquí, para saber lo que sucede- los posibles mensajes de messenger remitidos a sus amigas, qué pintaba un leñador en el monte a aquellas horas de la mañana un día de semana cerca de casas habitadas y además dispuesto a disparar a cualquier cosa que se moviese, bien tuviese dos, tres, cuatro, cien o mil patas, que lo prohibe la ley, chaval, o qué otros animales hablaban, o con quién se entendía a escondidas la abuela, o por qué tenía tan grandes las cosas esas, o si la casa del bosque era de una planta o de dos, si tenía agua caliente o calefacción central o..., pues eso, que para seguir leyendo hay que pagar copyright (el copirraig del vulgo). A ver si pensáis que en esta vida todo es gratis. Si, ho, os mando a la SGAE y os vais a hacer vuestras necesidades por los pantalones, ¡anda ya!
Aunque..., dejadme que lo piense y... , volved mañana, anda, por si...

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