sábado, 27 de marzo de 2010

FELISA (Capítulo 4)

(De cómo Felisa conoce a un nuevo poblador del bosque)
Felisa ya llevaba bien agarrados en sus puños dos ramilletes de flores amarillas, azules, blancas, rosas,... , todas bien espachurradas y mustias, para demostrar la desastrosa y lacerante operación realizada de desnudar y decolorar un itinerario que hasta hacía una hora era alegre, vistoso y digno de ver, y ahora se presentaba como algo siniestro y pavoroso. Y si a aquella inconsciente le hubiesen preguntado en aquel momento por el nombre de las que llevaba, seguro que se encogería de hombros y contestaría, como podría hacerlo cualquiera, incluso yo (pero que conste que no las arranco ni desvisto el bosque, eh):
-¡Ni puta idea!- porque era una niña, pero su vocabulario ya se asemejaba al de sus mayores (al de su padre cuando llegaba a casa después de estar en la taberna con sus amigotes, y al de su madre que, quizás por empatía o por haber tenido acceso a una educación adecuada sobre la igualdad entre hombres y mujeres, echaba mano de la misma expresión o de otras semejantes; ambos las usaban, no por descollar entre sus allegados como personas cultas y preparadas para afrontar cualquier situación en la vida, sino para demostrar la fuerza que la persona tiene cuando las dice y acercarse con esta clase de vocablos al pueblo llano al que pertenecían, que les viesen sus vecinos que eran como ellos, no fuera a ser que en algún momento los despreciaran, los acusaran de darse ínfulas de grandeza y se sintieran rechazados y marginados en aquella sociedad que no perdonaba una. ¡Si eso fuera así, se verían en una vivienda de protección oficial al lado de otras minorías procedentes de países y lugares de los que nunca habían oído hablar! Seguramente que no se habían parado ni a pensarlo, porque en determinados casos, puestos los beneficios y las pérdidas en una balanza, no sé qué pesará más. Vivir a cuenta de los demás, sin rascar bola, comido, vestido, con casa amueblada, cuatro perras en bolso,(o más o mucho más procedente de actividades ilícitas que no pagaban impuestos ni hostias)...¡Vaya bicoca!
De repente, Felisa se dio cuenta de que había llegado junto al río pero, cuando se dirigió al puente, vio anonadada que las últimas riadas lo habían destruido. Empezó a caminar arriba y abajo para intentar hallar un vado por el que cruzar, pero no vio ninguno.(Esto del vado suele salir en muchos cuentos o novelas infantiles tradicionales, así que por qué no iba a buscarlo ella) Tampoco yo se lo íba a poner tan fácil (en realidad había uno muy cerca, pero no me da la gana de enseñárselo ni que se lo enseñen para cruzar, para que se chinche, por haber arrancado las flores del camino, para que aprenda)
Llegado un punto en que Felisa no sabía qué resolución tomar, se acordó del asunto del lobo (que no se le había aparecido porque ese justo momento estaba pasmado mirando paar la abuela) y de que se había dirigido a ella empleando y vocalizando perfectamente su propio idioma. Así que, ni corta ni perezosa, comenzó a gritar.
-¿Hay alguien por ahí? (Lo había visto en una película- ¿Ya nacieran los hermanos Lumière? Es igual, queda bien el uso de los medios audiovisuales, están de moda- y había dado resultado)
Y como esto es un cuento -o algo que se le asemeja porque no sé qué narices estoy escribiendo- pues también apareció alguien.
Por entre unos arbustos mostró su rostro alargado con sus bigotes tocando las hierbas (a lo mejor, por si alguna resultaba ser una ortiga, y no estaba la vida para perder el tiempo rascándose) una nutria oronda y con una pinta de vaga que no se tenía en pie (tal cual: estaba sentada).
-Pues sí, hay alguien por aquí, ¿pasa algo?
Felisa no daba crédito a lo que veían sus ojos. Aquel bosque tenía que estar encantado y ella sin saberlo. ¡Otro animal parlante!
A pesar del estupor de Felisa, el hecho en sí era lógico, si no, por qué iba ella a hacer la pregunta que hizo... , a no ser que fuese una consumada lingüísta y acudiera a la retórica para hacerla (y no lo era, seguro: en la escuela no le habían explicado estas cosas). Lo que sí pasó por su cabeza de chorlito en el momento de interrogar a sus alrededores, fue que quizás podía aparecer por aquellos lares un príncipe azul, un Felipe cualquiera, y arreglarle la vida a ella y a su familia.
¡Infeliz! Ni que se creyera una Letizia más. ¡Pobrecita! Si no era ni presentadora de televisión ni había trabajado con Urdaci, ¿a dónde iba ella? Y mira que ya tenía añitos como para no creer en esas cosas ni en pajaritos preñados, aunque la esperanza, dicen, es lo último que se pierde. Y mira que su madre un día, por activa y por pasiva, ya le había abierto los ojos (¿sabéis que aquel día andaba por allí, meditabundo, un rapaz joven, un tal Amenábar, buscando un título para algo que tenía en mente desde hacía tiempo?),
-Mira. hija, casarse está bien, porque siempre tienes a alguien a quien echarle la culpa de la vida que llevamos las mujeres; lo de los príncipes azules está bien en los cuentos, pero nada más, y la realidad no es como te la pintan los juntapalabras pagados por la casa real. Además, Letis hay una, pero tampoco te fíes.
Pero no penséis que solo atendía a Felisa; a su hermano también le explicaba las cosas lisa y llanamente para que supiera lo que valía unn peine.
-Mira, hijo, casarse está bien porque siempre tendrás a alguien cerca con un poco de sentido común que te saque los colores y te avergüence por la penosa vida que lleváis los hombres, sobre todo los que son como tu padre, siempre de juergas con sus amigotes, que son como él. Y de princesas rosas, olvídate de encontrar a una especial (y no te mates jugando al balonmano, que ese chollo ya se acabó), Además, las mujeres, todas, la que más y la que menos ya tiene el título de reina. Total, para lo que nos vale con los reyes que nos tocan....
Felisa, ya recobrada, de su pequeña sorpresa, ...
Perdón, pero el folio me avisa de que comienza el capítulo 5. Lo siento.
Que ustedes disfruten del sábado. Sean felices y hasta el próximo capítulo.

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