martes, 30 de marzo de 2010

FELISA (Capítulo 7)

(De cómo Felisa hace gala de su ingenuidad)

Habíamos quedado con el modo que tenía de ver la vida el padre de Felisa: "vive y deja vivir" Esta frase incluso la dejó escrito con el cuchillo en la mesa de la cocina.

Con estas palabras el progenitor de la niña, al manos el que pagaba la culpa y le había dado su apellido, ya dejaba clara su manera preferida de ver el mundo que le rodeaba y cuyo concepto fue considerado con el tiempo por expertos de todo el mundo, por su maravilloso estilo literario, conciso y claro, de un hondo lirismo que apelaba por primera vez en la historia al sentimiento de solidaridad, fraternidad e igualdad entre semejantes. Se defendió su aportación a la literatura desde diferentes ámbitos y se le consideró el primer gran antecedente de Yeims Bon (ó James Bond en algunos casos), y de cuya obra a buen seguro habría oído hablar o habría leído en algún códice de la época Ian Flemin antes de componer su personaje de Cero Cero Siete.

Gracias que en aquellos tiempos aún estaba en ciernes el Tribunal Superior y Más Grande, a la gloria de Dios y de la Ley, que más adelante se compondría de unas quince personalidades alumbradas por algún Ser Superior independiente, desconocido por los más sencillos y mundanos seres de la calle, y considerados por sí mismos como unas personas que se situaban por encima de la misma ley, ya que ellos eran los intérpretes de acuerdo con sus intereses espúreos o no, amigos de sus amigos para lo que haga falta, tú.

La inexistencia de dicho tribunal impidió, pues, que llegaran a él las quejas por plagio que los descendientes de tan ilustre personaje (es decir, el hijo/marido de la nuera/¿padre? de la nieta de Shreek y de la bruja/abuela del bosque que estaba encaprichada de un lobo algo tocado de la cabeza ( en la zona parietal concretamente, que fue el lugar que impactó contra la piedra y la había dejado totalmente ido); pero ahora ya era tarde y, aunque los herederos lo habían intentado, al asunto se le había dado carpetazo y, por ello, aunque con abundantes indicios acerca de la similitud en las ideas que, más adelante, forraron a algunos aprovechados, se sentenció como prescrito, a pesar del voto particular de tres de los susodichos componentes del tribunal a los que les habían prometido, si el caso era favorable a los querellantes,el oro y el moro, aparte de ciertas cantidades inconfesables en un paraíso fiscal a elegir entre una lista de más de cien, además de unos trajes, corbatas, coches y vacaciones pagadas para dos personas durante una semana, a elegir entre las Islas Canarias o a Costa Brava ,en régimen de media pensión, siempre que no se disfrutasen en temporada alta, lo cual conllevaría un plus añadido que debía se abonado por los interesados, aunque esto último siempre podría arreglarse a cambio de... El caso es que al resto de componentes del Tribunal Independiente, y esto es un hecho no probado, les pagaron más y...

En ese momento cercenó de raíz los pensamientos de Felisa su acompañante, la Srta. Fernández del Río, que nada sabía sabía, ni supo, ni sabrá acerca de la acertada frase del hombre que pasaba por padre de la niña , y lo digo porque no había constancia médica de lo contrario y en aquel entonces las pruebas de ADN que estaban en pañales, no eran aún nada fiables y además costaban un riñón y parte del otro.

-¿O sea, que quieres que te cruce al otro lado, verdad?- y la Srta. Fdez se relamía pensando en las condiciones que le iba a poner a aquella chiquilla que se había atrevido a llamarla.

Por la cabeza de Felisa empezaron a pasar imágenes de lo que le habían contado en el catecismo sobre los ateos: la tortura, la hoguera, el infierno...

-¿Y si todo es mentira? ¿Y si el cura es un cuentista?- pensó, pues ella no había conocido a nadie que hubiese sufrido aquellos castigos. Y si los hubo, tampoco sabía si habían sido culpables o todo se había tejido su condena alrededor de una trama corrupta cercana al poder. Lo más cerca que había estado al castigo físico había sido una nalgada que le arreó su padre un día por no obedecerle cuando, a las cinco de la mañana, la había despertado completamente borracho para que fuese a comprarle a la taberna más vino. ¡Vaya bronca que le había caído cuando se enteró la mujer! no se le ocurrió volver a mandárselo. La niña se había ido a su habitación pero, a la mañana siguiente, su padre apareció con un moratón en el ojo derecho causado, según le explicó, porque se había caído de la cama.

Así que, ni corta ni perezosa, se plantó delante del animal parlante y le contestó afirmativamente.

-Entonces tienes que hacer una cosa.- La del Río (de la que desconozco si pertenecía al árbol genealógico por vía materna o paterna de los de la Mac- Arena; no obstante, a título personal, lo dudo muchísimo, tanto que no me lo creo porque no hay pruebas documentales fehacientes de ello; con todo y con ello, siempre se han de dejar las puertas abiertas porque en esta vida, ya se sabe, puede ocurrir de todo: depende de programas que te salven, del tomate que haya alrededor y hasta de cualquier papeel que te salude con un hola o te dé para enfrascarte en lecturas intrascendentes de diez minutos) , abrió los ojos de satisfacción pensando en lo que le iba a pedir, pero...no había prisa. Si se lo pedía ahora, seguro que le iba a contestar que de eso nada porque...- Pero te la diré nada más llegar al la otra orilla.

-Bien- contestó Felisa.

¡Inocente criatura! ¿Qué creería que le iba a pedir aquella alevosa nutria a la que ya le caía la baba de pensarlo?


Ya sé que tendría que continuar y contar lo que sucede, pero el capítulo es el capítulo. Hasta más adelante os quedaréis con las ganas, para que vuestra imaginación vuele cual pájaro recién dejado en libertad-¡poesía pura!- hacia los cielos claros, límpidos y virginales de un día de verano- ¡más poesía!- sin que haya cerca un cazador escopetero que ande pegando tiros a diestro y siniestro- ¡adiós, poesía, ya la jodió el matotodoloquesalevolandoocorriendo!-

Y mientras, disfruten del día y pásenlo bien. Hasta la próxima.

FELISA (Capítulo 6)

(De cómo Felisa se pierde en sus pensamientos)
Estaba Felisa dándole vueltas a las palabras de la nutria. Pero sobre todo a lo del estudio y los colegio de pago (ella sólo conocía uno, el de las monjas de la Orden del Velo Superficial, que operaba dentro del Monasterio de los Hombres Piadosos, no lejos de la aldea, y en cuyo interior nadie sabía lo que sucedía porque el número de niños que asistía a las clases era enormemente superior al de los que procedían del exterior).
Su mente se imaginó ser la destinataria por parte de la Srta. Fdez del Río de un sermón para alejarla de las creencias que tan hondamente le había metido en su cabeza el cura de la aldea, aquel, como lo llamaba su padre y muchos más parroquianos, santo varón de Bendito 15: humildad, pobreza y castidad eran las tres cualidades y enseñanzas en las que más abundaba.
Siempre los exhortaba desde el púlpito a que nunca hicieran lo que él hacía, sino lo que él decía. (Como don Kiko, el médico, que a todas horas estaba conminando a sus pacientes y pacientas a dejar el hábito de fumar, mientras en sus dedos sostenía un veguero que podía servir como bastón del mismísimo Cíclope de Ulises).
Este tipo de sermón estaba pensado y repensado. Era un modo de que nadie le pudiese echar en cara que se forrara con el dinero de las limosnas obligatorias a las que estaban obligados sus feligreses y feligresas, bajo penas de quinientos o más años en la cárcel de Purgatorio; tampoco le podían recriminar que se fuera de farra a la ciudad dos o tres veces por semana con el cuento de ir a arreglar unos papeles al obispado (más de una vez habían sido vistos él y su superior jerárquico en la taberna de El hijo celestial dándose unos banquetazos de tomo y lomo, bien regados con un buen reserva de la tierra de Canán); ni tampoco nadie se atrevía a reprocharle que durmiese bajo el mismo techo que el ama, con quien vivían también tres rapazuelos que, a falta de otro hombre en la casa, se desgañitaban llamando al santo de Bendito papá (En este caso las malas lenguas no se creían que hubiesen nacido por obra y gracia de Palomo Volador, a quien el cura atribuía su paternidad, así que murmuraban a la primera de cambio sobre el origen de los críos: que si eran hijos de Bendito, que si eran sobrinos, que si los encontró en el monte, que si habían sido objetos de abusos deshonestos y Bendito los había recogido en su hogar, que si el Obispo sabía mucho de aquello pero no decía nada, que si eran hermanos de Águila Roja y expertos en kárate, que si... ¡cosas de los pueblos pequeños, ya sabéis! El caso es que, a pesar de los comentarios, nadie osaba contradecir al cura. El miedo a la excomunión era palpable entre los vecinos, aunque desconociesen en qué consistía- Es un castigo que siguen vociferando actualmente desde muchos púlpitos quienes se creen por encima del mismo Dios y siendo temido por todos los ignorantes que este mundo han sido, son y serán, a excepción de los reyes, que están siempre por encima del bien y del mal).
Lo único a lo que los habitantes del poblado se atrevían era a llamarlo "el de la niña bonita" porque siempre imprecaba a sus feligreses por sus pecados (ya se acabó lo de os/as, porque escribir feligresos...Lo siento, Dña Aido), y los impelía a cumplir con quince condiciones imprescindibles para salvarse: aparte de humildad, pobreza y castidad, habían de dar limosna, atender a las necesidades del representante de Dios (y aquí entraban también el ama y los rapacinos, por lo visto), trabajar las tierras de la iglesia, pagar la renta de las tierras arrendadas por la iglesia, ofrecer un óbolo semanal para las labores sociales de la iglesia (se podría decir que iba encamiando a enriquecer al dueño de El hijo celestial), rezar todas las noches un rosario por el Papa (que conste, que nada tiene que ver el nombre del cura con el Papa actual, que por entonces, si ya profesara y ascendiera, bastante tendría con ofrecer consuelo y perdonarles sus pecados a algunos de los sacerdotes de su diócesis que se le habían ido un poco de las manos) y un padrenuestro por su representante en el lugar, es decir por él mismo, obedecer sin rechistar a los gobernantes que tanto miran y cuidan de sus vasallos, sin los cuales no son nada; dar de comer al peregrino, porque el cura ya se lo había gastado todo en El hijo celestial y los gobernantes en guerrita viene, guerrita va; etc. Como decía, así hasta quince. ¡Cómo si fueran tan fáciles de cumplir!
¡Vamos, más difícil que acertar hoy una quiniela de quince aciertos sin que los árbitros influyan en el resultado!
Pero no penséis que lo del fútbol es de ahora, eh, que en aquellos tiempos, sin quinielas, ya se armaban grandes trifulcas entre los hinchas de uno y otro equipo del pueblo - lo mismo en la liga de solteros que la de casados- por un quita "p' allá" el Cristiano de turno, o donde esté Essi, que se quite el de la Caca. No obstante, la rivalidad no había llegado a tanto como para declararlo bien de interés cultural, puesto que al erario social y a la hacienda del señor no se les escapaba nada y no permitían el mínimo desliz a la hora de cobrar sus emolumentos acordes con la fastuosa vida que llevaban.-¡Ah, ¿qué hoy aún no es un bien de esos culturales?! Todo se andará, que donde hay esperanza hay cultura del negocio.
-¡La madre que lo parió!- exclamaba a menudo el padre de Felisa, dotado, como os expliqué antes, de un florido y profundo vocabulario y que empleaba el léxico siempre más adecuado a cada situación.-¿No sería mejor que la dichosa niña bonita hubiese aprendido a contar nada más que hasta dos?- lo decía refiriéndose, como os habéis podido imaginar, al cura- ¡Y los preceptos indispensables para la salvación eterna se los apuntaba yo: vive y deja vivir!
Hemos llegado al final del 6. Pero antes de que acabe el día, os resarciré por no haberlo colgado ayer. Me pondré al día con el capítulo 7.
Mientras, pasen un buen día y sean felices. Ya lo saben: no pierdan la sonrisa nunca.

domingo, 28 de marzo de 2010

FELISA (capítulo 5)

(De Felisa y los razonamientos de la del Río)
Habíamos quedado en que Felisa se había recobrado de la sorpresa.
-Mira, nutria, me llamo Felisa, y tengo un problema: he de cruzar y del puente sólo quedan cuatro tablas. No sé qué hacer. Resulta que...- explicaba con cara compungida.
Pero la nutria la interumpió bruscamente.
-Primero, niña, educación. Me llamo Nutria Fernández del Río, no nutria a secas, ¿de acuerdo?- la cría la miraba con cara de incredulidad, pues nunca en los cuentos ni en el cine (permítaseme la licencia) los animales hasta aquel día habían tenido apellidos- Y segundo, te diriges a mí tratándome de usted. Para ti, Srta. Fdez, del Río, ¿me has oído?- Felisa asintió cabizbaja ante tal regañina-.¡Pero bueno con la cría esta, qué desfachatez! ¿A qué colegio irás que no te enseñan lo más básico de las relaciones con tus mayores? ¿Acaso crees que sólo son dignos de respeto servil aquellos seres que se hallan por encima del bien y del mal o que ya están gozando de su paraíso? Supongo que tus padres te mandarán a alguno de esos donde prima el uniforme monjil, el ángelus a la hora en punto y que les dejen sus buenos dineros a fin de mes, y entresemana si se tercia, para que sigan engordando siempre los mismos que se dan golpes y golpes en el corazón con una mano en señal de contrición por sus pecados, mientras con la otra azota y denigra a quien no piense como ellos.- Y la Srta Fdez, agotada por el esfuerzo de la diatriba, se echó hacia adelante y pasó de la posición de sentada a la de tumbada, arrellanándose cómodamente sobre la hierba.
Felisa quedó patidifusa. ¡Vaya perorata que le había soltado! ¿A qué se refería aquel bigotudo y estilizado animal? ¿Acaso tendría intenciones inconfesables para con ella?
Viéndola allí. con aquella expresión satisfecha en el rostro, propia de alguien que vació el buche a conciencia después de no haber tenido con quien hablar en mucho tiempo, Felisa no paraba de darle vueltas al asunto. ¿Qué estaría a punto de hacer aquella nutria sudorosa y maloliente? ¿Acaso no sabía lo que eran el Fa o el Rexona? (¡Ah, que aún no se habían inventado los desodorantes! Ya, pero un buen baño sí que estaba más que permitido y recomendado por todas las comunidades médicas del mundo.¿O vais a decirme que no?). Apestaba a truchas y a fango del río, contaminado hasta el fondo por todos los desechos que a él iban a parar procedentes de todas las aldeas, pueblos y villas de alrededor
(Y es que entonces todavía se hallaban estos lugares habitados como ahora, sin una purificadora/ depuradora de excrementos adecuada, pero admitiendo sus conciudadanos su parte proporcial de culpa. En cambio hoy le echamos la culpa al cambio climático, a la contaminación de los cuescos de las vacas, al exceso de población en las grandes urbes, a la gran vida que se dan los animales acuáticos cuya consecuencia es el exceso al vaciar los esfínteres en su hábitat, a la gente que se baña en la playa o en el río sin haberse duchado previamente, a los coches pero no a los yates,...¡Hay tantas cosas, queridos míos!
Así que, ante tal aluvión de razones, lo mejor es negar que exista la contaminación; se paga a un comité de expertos para que lo expliquen en los medios y ya está. Un amigo del cuñado de la abuela de mi sobrino, miembro de un renombrado comité de científicos conocidos en su casa, harto de tantos comentarios "infalibles" acerca del tema, fue a un programa de TV, ese de "Y da vueltas y vueltas, y no me salva nadie del mareo", y espetó a la audiencia esta frase lapidaria que dio la vuelta al mundo rápidamente: No existe la contaminación, ni la hubo ni la habrá, al menos mientras los que mandan nos sigan pagando; si alguna organización la quiere, que pague más; estamos dispuestos a dar la razón y a llegar a donde haga falta con nuestras investigaciones por el bien de la humanidad y por el bien de quien más nos ofrezca.
Al día siguiente le ofrecieron el cargo de Ministro de Medio Ambiente, pero se negó aduciendo que ese Ministerio no tenía mucho futuro. Lo nombraron entonces Consejero de un Banco. ¡Y qué bien vive!
Así que los que mandan siguen, con los impuestos de ayer, hoy y mañana, sentados en su sillón, pagando caprichos y componendas a los más allegados y poderosos, a los dueños de todo que, al tiempo, son los que nos dan de comer, nos dan trabajo para que nosotros en nuestras casas dispongamos de lo necesario para contaminar el río y, ante hechos así, salgamos a la calle pidiendo elecciones en las que obtendrán los votos los mismos de siempre que se volverán a sentar en los mismos o semejantes sillones , con lo que se cierra el círculo; es decir, la pescadilla que se muerde la cola, si es que le queda ya algo de tanto morder.
Y vuelta y vuelta, y a girar la historia hasta que, hartos, a todo callamos, no vaya a ser que, en una de estas, dejemos de contaminar, lo cual equivaldría a decir que estaríamos en la ruina total, yendo a los comedores sociales y durmiendo en las calles. Callamos y callamos, excepto cuatro ecologistas que, por lo visto, desvarían y no tienen otra cosa que hacer, mientras viven cómodamente en las ciudades, donde no les falta de nada.
Por lo tanto, nunca nuestros políticos admitirán lo de la mierda y la contaminación en la que nos vemos envueltos; se estarían retratando por su ineficacia o su interés y eso no lo dirían jamás de los jamases. Como mucho, admitirán contaminado un arroyito perdido y sin importancia, ¡pero un río lleno de mierda...! Por favor,¡eso ellos no lo consentirían! Pero, ¿en qué país vivimos?
¡Jolín, me enrollo con cualquier cosa, y acabo los capítulos por el aire! Lo siento. Mañana más.
Saludos y feliz domingo.

sábado, 27 de marzo de 2010

FELISA (Capítulo 4)

(De cómo Felisa conoce a un nuevo poblador del bosque)
Felisa ya llevaba bien agarrados en sus puños dos ramilletes de flores amarillas, azules, blancas, rosas,... , todas bien espachurradas y mustias, para demostrar la desastrosa y lacerante operación realizada de desnudar y decolorar un itinerario que hasta hacía una hora era alegre, vistoso y digno de ver, y ahora se presentaba como algo siniestro y pavoroso. Y si a aquella inconsciente le hubiesen preguntado en aquel momento por el nombre de las que llevaba, seguro que se encogería de hombros y contestaría, como podría hacerlo cualquiera, incluso yo (pero que conste que no las arranco ni desvisto el bosque, eh):
-¡Ni puta idea!- porque era una niña, pero su vocabulario ya se asemejaba al de sus mayores (al de su padre cuando llegaba a casa después de estar en la taberna con sus amigotes, y al de su madre que, quizás por empatía o por haber tenido acceso a una educación adecuada sobre la igualdad entre hombres y mujeres, echaba mano de la misma expresión o de otras semejantes; ambos las usaban, no por descollar entre sus allegados como personas cultas y preparadas para afrontar cualquier situación en la vida, sino para demostrar la fuerza que la persona tiene cuando las dice y acercarse con esta clase de vocablos al pueblo llano al que pertenecían, que les viesen sus vecinos que eran como ellos, no fuera a ser que en algún momento los despreciaran, los acusaran de darse ínfulas de grandeza y se sintieran rechazados y marginados en aquella sociedad que no perdonaba una. ¡Si eso fuera así, se verían en una vivienda de protección oficial al lado de otras minorías procedentes de países y lugares de los que nunca habían oído hablar! Seguramente que no se habían parado ni a pensarlo, porque en determinados casos, puestos los beneficios y las pérdidas en una balanza, no sé qué pesará más. Vivir a cuenta de los demás, sin rascar bola, comido, vestido, con casa amueblada, cuatro perras en bolso,(o más o mucho más procedente de actividades ilícitas que no pagaban impuestos ni hostias)...¡Vaya bicoca!
De repente, Felisa se dio cuenta de que había llegado junto al río pero, cuando se dirigió al puente, vio anonadada que las últimas riadas lo habían destruido. Empezó a caminar arriba y abajo para intentar hallar un vado por el que cruzar, pero no vio ninguno.(Esto del vado suele salir en muchos cuentos o novelas infantiles tradicionales, así que por qué no iba a buscarlo ella) Tampoco yo se lo íba a poner tan fácil (en realidad había uno muy cerca, pero no me da la gana de enseñárselo ni que se lo enseñen para cruzar, para que se chinche, por haber arrancado las flores del camino, para que aprenda)
Llegado un punto en que Felisa no sabía qué resolución tomar, se acordó del asunto del lobo (que no se le había aparecido porque ese justo momento estaba pasmado mirando paar la abuela) y de que se había dirigido a ella empleando y vocalizando perfectamente su propio idioma. Así que, ni corta ni perezosa, comenzó a gritar.
-¿Hay alguien por ahí? (Lo había visto en una película- ¿Ya nacieran los hermanos Lumière? Es igual, queda bien el uso de los medios audiovisuales, están de moda- y había dado resultado)
Y como esto es un cuento -o algo que se le asemeja porque no sé qué narices estoy escribiendo- pues también apareció alguien.
Por entre unos arbustos mostró su rostro alargado con sus bigotes tocando las hierbas (a lo mejor, por si alguna resultaba ser una ortiga, y no estaba la vida para perder el tiempo rascándose) una nutria oronda y con una pinta de vaga que no se tenía en pie (tal cual: estaba sentada).
-Pues sí, hay alguien por aquí, ¿pasa algo?
Felisa no daba crédito a lo que veían sus ojos. Aquel bosque tenía que estar encantado y ella sin saberlo. ¡Otro animal parlante!
A pesar del estupor de Felisa, el hecho en sí era lógico, si no, por qué iba ella a hacer la pregunta que hizo... , a no ser que fuese una consumada lingüísta y acudiera a la retórica para hacerla (y no lo era, seguro: en la escuela no le habían explicado estas cosas). Lo que sí pasó por su cabeza de chorlito en el momento de interrogar a sus alrededores, fue que quizás podía aparecer por aquellos lares un príncipe azul, un Felipe cualquiera, y arreglarle la vida a ella y a su familia.
¡Infeliz! Ni que se creyera una Letizia más. ¡Pobrecita! Si no era ni presentadora de televisión ni había trabajado con Urdaci, ¿a dónde iba ella? Y mira que ya tenía añitos como para no creer en esas cosas ni en pajaritos preñados, aunque la esperanza, dicen, es lo último que se pierde. Y mira que su madre un día, por activa y por pasiva, ya le había abierto los ojos (¿sabéis que aquel día andaba por allí, meditabundo, un rapaz joven, un tal Amenábar, buscando un título para algo que tenía en mente desde hacía tiempo?),
-Mira. hija, casarse está bien, porque siempre tienes a alguien a quien echarle la culpa de la vida que llevamos las mujeres; lo de los príncipes azules está bien en los cuentos, pero nada más, y la realidad no es como te la pintan los juntapalabras pagados por la casa real. Además, Letis hay una, pero tampoco te fíes.
Pero no penséis que solo atendía a Felisa; a su hermano también le explicaba las cosas lisa y llanamente para que supiera lo que valía unn peine.
-Mira, hijo, casarse está bien porque siempre tendrás a alguien cerca con un poco de sentido común que te saque los colores y te avergüence por la penosa vida que lleváis los hombres, sobre todo los que son como tu padre, siempre de juergas con sus amigotes, que son como él. Y de princesas rosas, olvídate de encontrar a una especial (y no te mates jugando al balonmano, que ese chollo ya se acabó), Además, las mujeres, todas, la que más y la que menos ya tiene el título de reina. Total, para lo que nos vale con los reyes que nos tocan....
Felisa, ya recobrada, de su pequeña sorpresa, ...
Perdón, pero el folio me avisa de que comienza el capítulo 5. Lo siento.
Que ustedes disfruten del sábado. Sean felices y hasta el próximo capítulo.

viernes, 26 de marzo de 2010

FELISA (Capítulo 3)

(De cómo el lobo cambia de opinión ante la belleza de la abuela)
Habíamos quedado con la Felisa machacando la Naturaleza mientras caminaba de flor a flor, tirando porque le toca y arrancando todas las que encontraba a su paso. Así que dejémosla (que por no avisarla no fue) hasta que aparezcan los ecologistas y le den un buen sopapo virtual por floricida, y volvamos al lobo y a la abuela.
El lobo se lanzó sobre la abuela de un salto poderosísimo y...
La abuela, adormilada sí, pero no tonta, porque como muchos viejecitos duerme con un ojo abierto y otro semicerrado, lo vio venir por los aires y, con una media sonrisa, mientras le guiñaba un ojo, esquivó el mortal abrazo lobuno con suma facilidad, no en vano la abuelita era una deportista que hacía caso a sus médicos y contaba en casa con varios aparatos de gimnasia donde todos los días practicaba dos o tres horas, de lo cual se deduce y entiende como una persona con esa edad tenía tal agilidad.
El lobo, cuando quiso darse cuenta, volaba de cabeza hacia una enorme piedra contra la que chocó de tal forma que quedó en el suelo completamente conmocionado y en tal manera espatarrado que cualquiera pensaría al verlo que aquello de lobo no tenía más que el pellejo.
Al verlo, no tardó la abuela en acercarse al pozo (que estaba en la parte de atrás de la casa, por eso aún yo no había dicho nada de él, no me había enterado ni de que existía) y volver con un cubo lleno de agua friísima que le echó por encima. El lobo despertó inmediatamente, mojado hasta las axilas, como es lógico, a ver si creéis que el agua no moja, pero los ojos daban vueltas en sus órbitas como las luces de una noria en una feria. En su cabeza se estaban formando, incapaz de hablar, diversas imagenes aún inconexas, pero había una repetitiva hasta la saciedad: un corazón que latía de manera insólitamente disparatada.
Aún no os habrá dado tiempo, sufridos lectores, a fromaros una imagen de este hecho, porque era una situación que, por su incomprensibilidad, no es asumbible por el ser humano de forma racional; pero el lobo, lo creáis o no, se había enamorado de la ancianita como un tonto de capirote, algo así como el Di Caprio de la Winslett en el Titánic.
¡Y mira que hay que tener valor o, más bien, haber quedado sin un ápice de cordura ni de sentido común! Porque la abuelita, como decía su nuera, era una bruja de armas tomar: su boca monstruosa en la que se habían inspirado los ingenieros del túnel de El Negrón, que al reírse dejaba ver una hilera de dientes grisáceos y ababiecados (vamos, como los del caballo Babieca, el de El Cid) entre los que sobresalían dos gigantescos paletos que fácilmente podrían confundirse por su altura y majestuosidad con los moáis de la isla de Pascua; sus orejas, a lo Avatar, pero más a lo bestia, sobrepasaban el tamaño normal que hubiesen podido alcanzar las de Platero despues de haber sido tironeadas por los millones de personas que se acercaron a su lectura a lo largo de los años, y, colgando de sus lóbulos, unos aretes de plata que le llegaban a la altura de los hombros sobre los que reposaban plácidamente; y sus ojos, que miraban uno para Alicante y otro para Niu Yor (New York, para los americanófilos), se movían a tal velocidad que podía uno, si los seguía durante más de dos segundos, sufrir mareos y vómitos o tener un accidente por exceso de velocidad.(Si la ven los de Tráfico, le prohiben sacar el carnet de por vida o le quitan todos los puntos de golpe por peligrosidad manifiesta de accidente con grave perjuicio para la seguridad vial, pero entonces los gobiernos todavía no habían inventado tal sacacuartos); la frente era una serie de líneas arrugadas incontables que tapaba muy coqueta con un mechón de su cabello lacio, grisáceo (era vieja, de la tercera o cuarta edad, o más, así que estaba canosa ¿no os parece?) y aceitoso de no habérselo lavado al menos durante el último mes, sin peinar ni pinta de haberlo hecho tan siquiera pasando los dedos por él; y los papinos, esos sí, rechonchinos, lisos, tersos y coloradinos como el culo de un recién nacido. (¿Producto de la última operación con bótox para dejarla como un cromo retocado con Photoshop? Pues no, no, que aún no se había descubierto el secreto de este relleno. Además, no todo iba a ser tan desastroso en la cara de la abuelita, coño, aunque no sea nada más que por tocarle las narices un poco a su nuera).
Había más cosas, claro, pero ya las contaré siempre y cuando las considere oportunas para la buena salud del relato o como quiera que os apetezca llamar a estas líneas rellenas de palitroques.
Y el lobo, ahora de rodillas, con las patas delanteras unidas por las palmas en actitud casi oratoria, mirando embobado y fijamente para aquella aparición, sin atreverse a decir ni auuugg para que aquel momento mágico no se sumiera en el olvido jamás.
¡Pobre lobo enamorado! Lo que hay que ver...
¿Y Felisa? Pues la cursi o, tal vez, ingenua niña...
Perdón, pero he de seguir mañana ya que me encontré con el capítulo 4 y las cosas escritas a toda velocidad suelen salir peor (si es que se puede connseguir semejante logro después de este relato).
Que ustedes lo pasen bien, sean felices y hasta mañana.

jueves, 25 de marzo de 2010

FELISA (capítulo 2)

(De cómo el lobo llega a la casa de la abuelita, aunque antes...)
Me he arrepentido nada más cerrar el artículo de ayer. Si espero que alguien vaya a pagar por esta retahíla de palabras, colocadas en cierto orden, intrínseco a mi propia naturaleza (como me da la gana, vaya), y por lo tanto compuesto con mis propias e irrelevantes ideas, no me va a leer nadie; así que nada mejor que dejaros hacerlo y disfrutarlo completamente gratis, si es que halláis en estas frases algún motivo que os lleve a pasar un buen rato, y a la SGAE y al copyright que les den, que para mí tengo bastante: los de la primera, que se lo curren, y al segundo, por escribirlo en inglés.

Sigamos, pues, con el maravilloso cuento de la niña Felisa que se ¿asustó? cuando vio al lobo.

Felisa, después de contarle el suceso a su madre, fue al cuarto de su padre, abrió el armario en el que guardaba su escopeta de caza (¡qué irresponsable, dejar las armas al alcance de los niños!), se la colgó a la espalda asegurándose de que estaba cargada y se encaminó al monte.

Se adentró en él pensativa y se puso a recoger flores.(Una cursilada- además de un atentado ecológico del que aún no tiene constancia Greenpace, que cuando se entere...- como muchas que le adjudican sin el más mínimo rubor al género femenino, pero...¡ no iba a ser yo menos que los demás! Si fuera un crío, un Feliso, no sería raro que escribiera que iba llenando los bolsos de piedras para tirárselas al lobo o a todo bicho viviente que se moviera)

Mientras, el lobo la vigilaba subido a un pino muy alto afectado por la procesionaria (esa oruga que va comiendo poco este tipo de árboles sin que nadie hasta la fecha haya puesto coto a tal plaga), sin darse cuenta de que todo su pelaje se estaba infestando de estos diminutos y asquerosos animaluchos.

-¡Ja, ja, ja!- como escribe una compañera mía, Juani para los curiosos que duden de semejante aseveración, en determinados correos electrónicos para confirmar que algo le hace gracia- ¡Ahora ya es mía!- pensó el lobo.

Emulando a Tarzán, se lanzó de liana en liana hasta alcanzar la casa de la abuela y así, cuando llegara la niña, matar dos pájaros de un tiro. Desde el último árbol del bosque antes de llegar al claro, divisó a la mujercita que, en ese momento, estaba adormilada en una mecedora cerca de la puerta de casa.

Pero aquel lobo no era Tarzán. Se agarró a la última liana y se lanzó hacia adelante, sin darse cuenta, obnubilado como iba, de que no había más árboles ni lianas, así que, cuando la que tenía en la mano se estiró del todo, debido al peso del ser vivo que colgaba de ella, se rompió y el pobre animal, a pesar de ser un especimen protegido, se pegó tal trompazo que quedó medio zumbado en el suelo encima de una mata de ortigas bravas que ayudaron a que aquel pequeño picor en la piel que le había comenzado hacía unos minutos, causado por el inicio del trabajo diario de las laboriosas orugas, se convirtiera en un picazón que lo obligó a rascarse a dos manos y a revolcarse por el terreno como un burro ganando la cebada.

Por fin, se levantó todo descuajaringado, aunque muy ufano y atrevido para que no se le notara que estaba hecho una mierda, y se presentó delante de la abuela.

-¿Qué, viejecita, cómo te va?- su cara revelaba tales deseos vergonzantes, más propios de un ser humano que de este animal salvaje (aunque como hablaba, sería normal. digo yo), que más de uno se habría desesperado si no pudiese hacer nada para evitarlo. Es más, estoy seguro que precisaría de tratamiento psicológico durante bastantes meses.- ¡No sabes lo que te espera!

Pero, como muchas personas mayores, estaba completamente sorda para lo que le interesaba y no lo oyó. A él le dio igual, se abalanzó sobre ella y...

Mientras tanto, la faltosa de la cría seguía con las flores sin importarle mucho saber si su abuela se hallaba en peligro o no. ¡Qué inconsciente! Como su padre con la escopeta; de tal palo, tal astilla.

¡Ay, Felisina, Felisina!

Bueno, señores, para hoy está bien. Me pongo enseguida con el capítulo 3 para que mañana esté listo para colgar.

Pásenlo bien, sean felices y espero que no se enfaden por mi atrevimiento al escribir aquí este relato por partes.

Hasta mañana.

miércoles, 24 de marzo de 2010

FELISA, O LAS ENSOÑACIONES TURBULENTAS DE UN SER OCIOSO, con perdón. (Capítulo 1)

Resulta que había una vez una niña muy buena, muy buena (mucho jode cuando repiten dos veces las cosas para decir lo mismo y ser reiterativo hasta la saciedad), a la que su madre (¿dónde estaría metido el padre, el mangante de él?) mandó un día a llevar la comida a su abuelita que vivía sola en el bosque (podría ser en una residencia de ancianos de esas que hay en plena naturaleza y cuestan un riñón y parte del otro, pero no; además no estaba tan sola, lo que pasa es que quiero hacer pensar un poco a quien lea estas líneas que ya entonces se acercaban los tiempos en que los humanos de cierta edad podemos acabar abandonados por nuestros hijos en lugares considerados maravillosos por ellos, sin preguntarnos a nosotros). El caso es que la cría, muy obediente, salió de casa y (¿no habrá guajes buenos y obedientes, serán todos unos trastos de armas tomar?) cogió un atajo una vez en el umbral de bosque para llegar primero.(Es que había quedado con sus amigos para charlar por el messenger- ¿o no había entonces? ¡qué atraso, oye!- y quería volver cuanto antes.)
Esto de los atajos suele ser muy divertido porque, por lo general, acaba uno donde Cristo dio las últimas voces y extraviado completamente en parajes irreconocibles, pero eso no le iba a pasar a la niña. No obstante, ¡mira tú quién le iba a decir a ella que se iba a encontrar con un animal salvaje suelto, solitario y marginado por sus congéneres debido a su edad. (Ya habían tomado buena nota de ciertas, contadas, eso sí, resoluciones adoptadas por algunas familias que querían lo mejor para sus progenitores, y comenzado a ponerlas en práctica: ante todo, independencia, que se arreglen como puedan , que no se sientan inútiles, no apurarlos ni meterles presión ante sus actos. Es decir, ahí os quedáis y que os zurzan). Resulta que a este animal por lo visto no le llegaba la pensión para entrar en uno de aquellos lugares en los que se les protegía y cuidaba con mimo, tipo zoos de los de hoy, moribundos, puercos y malolientes, aunque con un final feliz, la cazuela.
Así que la rapacina fue y se encontró de buenas a primeras, al doblar un recodo del atajo, con un lobo enorme, aunque algo flacucho para su tamaño (¿dieta mediterránea, acaso?; lo ignoro, no se lo pregunté), pero de los malos, eh. Su aspecto fiero denotaba que le valía todo con tal de comer y no sólo se ocupaba de dar de vez en cuando alguna que otra dentellada en la garganta de las lanudas ovejitas que poblaban los montes de la región (semiabandonados por la escasez de pastores, y los pocos que había además cobraban unos sueldos de controladores aéreos que casi ninguna familia se podía permitir). Es verdad que el pobre, con un semblante grisáceo y mortecino que tiraba hacia atrás, poco podía hacer en cuanto la presa echaba a correr, ya que el asma y la cojera de la pierna izquierda no le permitían atrapar a casi ninguna.
Pero tenía un don que hoy se consideraría una mera superchería si alguien nos lo dijese y a quien se acusaría de inmediato de falso y contador de chismes para que lo llamasen de algún programa del corazón, si no fuera porque os lo digo yo: Sabía hablar, y no era político ni trabajaba en ningún circo. ¡Palabra de honor!
Esta facultad es muy común en los cuentos infantiles de antaño y hogaño porque a los niños, como son niños, se les engaña con cualquier cosa...o al menos, eso creen a pies juntillas la mayor parte de los mayores relacionados con ellos- la otra parte es la que no les hace caso-. Permitidme que me carcajee, ¡je,je,je!, porque eso es lo que estas dulces criaturas quieren, que los adultos piensen que son tontos y tragan de todo, para después gobernarlos como quieren simplemente con una rabieta, un chillido o más, un tirarse por el suelo, una lagrimita a tiempo, una sonrisita, un gesto pícaro o cualquier cosa que se os ocurra, porque se las saben todas.
Cuando el lobo se enfrentó a la niña, o al revés, (seguro que estáis pensando en Caperucita, pero no; ¿acaso el santoral de cualquier iglesia no contempla más nombres? ¡Pues, anda tú, que no tienen los padres maneras de bautizar a un futuro enanito revoltoso y jugón de un equipo de la liga española, o a una futura enanita paseadora de cochecitos con muñecas vestidas de azul, con su camisita y su canesú, triunfando desde bien pequeñita en el cine tras un paso fugaz por las pasarelas de la moda de alta costura infantil, y que, cualquiera que sea el sexo, va a sacar a su familia de la crisis en un santiamén¡) y le preguntó que quién era y a dónde iba, ella sólo acertó a responder patidifusa y con voz cuasi silente que Felisa. (¡Felisa, ¿vale?, Felisa, no Caperucita, no os olvidéis ni la liéis más adelante!)
Y ¡¡FE- LI- SA!! nunca había escuchado a sus mayores lo de la facultad de hablar de los lobos de aquellos territorios; ni siquiera había caído en su poder ningún relato en el que hubiese podido leer que tal función fuera propia de estos animales. Así que, sin darle ocasión de reaccionar, dio media vuelta y echó a correr de regreso a casa donde se coló a todo meter hasta la cocina.
Su madre, al verla allí tan pronto, la miró extrañada. Su hija le contó con pelos y señales lo ocurrido, recalcando sobre todo la fealdad del bicho aquel, y remató:
-Ahora ya sé por qué la abuela vive en el monte sola. Como tiene todo tan grande, los ojos, la cara, los pies, las orejas, la lengua y todo, todo, todo (otra vez repitiendo lo mismo, y ahora tres veces, si es que no aprendo), pues seguro que se encuentra en su salsa. Con lo fea que es, la pobre, entre ellos no desentona y puede encontrar con quien comunicarse.
La madre de Felisa no puso dejar de pensar, con una sonrisita perversa:-¡Qué lista es mi hija, es igual que yo; ya se dio cuenta de que mi suegra es una bruja de armas tomar y donde mejor podría estar es entre animales!
¡Qué queréis, que siga, eh? Pues lo siento, pero a partir de aquí, para saber lo que sucede- los posibles mensajes de messenger remitidos a sus amigas, qué pintaba un leñador en el monte a aquellas horas de la mañana un día de semana cerca de casas habitadas y además dispuesto a disparar a cualquier cosa que se moviese, bien tuviese dos, tres, cuatro, cien o mil patas, que lo prohibe la ley, chaval, o qué otros animales hablaban, o con quién se entendía a escondidas la abuela, o por qué tenía tan grandes las cosas esas, o si la casa del bosque era de una planta o de dos, si tenía agua caliente o calefacción central o..., pues eso, que para seguir leyendo hay que pagar copyright (el copirraig del vulgo). A ver si pensáis que en esta vida todo es gratis. Si, ho, os mando a la SGAE y os vais a hacer vuestras necesidades por los pantalones, ¡anda ya!
Aunque..., dejadme que lo piense y... , volved mañana, anda, por si...

Y de ahora en adelante...

¿Que cuánto llevaba sin acercarme al blog? Pues tuve que echarle una ojeada al último artículo para saberlo. Los primeros días después de aquel se esfumaron volando, como el mismo tiempo, y, un día por otro, fui dejándolos pasar sin decidirme a escribir algo. Y eso que noticias y pensamientos sobre ellas se arremolinaron en mi cabeza de forma caudalosa, en algún caso, o simplemente anecdótica, en otros, pero sin que se viesen plasmados sobre la pantalla de mi ordenador, sobre la ventana de creación de entradas del blog.
Y un día, sin comerlo ni beberlo, me encontré escribiendo en mi " buenos días" habitual y diario(lo inicié unos días después de coger una baja laboral a raíz de una operación quirúrgica), al correo del centro donde trabajo con el fin de intentar sustraerlos un poco de la monotonía machadiana-aunque en clave de humor- y a partir de la cuarta o quinta línea, y aún hoy no le encuentro explicación ni tampoco pienso ponerme a buscarla , mi saludo diario se iba transformando en una especie de cuento sin sentido, pero capaz de alejarme de mis propios miedos, al tiempo que buscaba promover al menos la aparición de una pequeña sonrisa en mis fieles lectores.
Y así un día y otro hasta hoy, con el consabido descanso de fin de semana, que me lleva a más de diez capítulos. No sé en qué parará el dichoso relato, por eso tampoco puedo ni siquiera aproximar cuál será el último número de esa narración. No obstante, y después de ver que el blog permanecía mudo desde el día X, lo pensé unos minutos y me dije:
-¿"Por qué no? A fin de cuentas es un blog personal y en él puedo escribir lo que me apetezca. Si además las letras que uso para formar palabras, que forman frases creando párrafos, que se transforman en capítulos que van a dar lugar a una historia sin lógica ni sentido ninguno, logran, fatuo de mí, que en algún lector surja una pequeña sonrisa- y que además no se pique, pues sólo se trata de eso, de un ejercicio de escritura sin ánimo de molestar y sí de divertir- pues entonces, adelante, publícalo en el blog"
Y eso voy a hacer, poco a poco, sin prisa pero sin pausa, e intentando escribir algo todos los días.
Mientras, que ustedes sean felices y disfruten de todos los momentos de la vida, que pasa volando.
Hasta la próxima