miércoles, 29 de octubre de 2014

HABLAR


Me fijé en cuanta gente me rodeaba y hablé.
Pero nadie me oyó.
Entonces, viendo su indiferencia, grité.
Levantaron la cabeza y murmuraron entre ellos.
Pero continuaron a lo suyo.
Probé con susurros.
Sus caras me indicaron su sordera,
su ceguera sus ojos,
y sus ropajes su mundo.
Por fin, callé,
como un muerto de la Edad de Piedra
como un ahogado del Diluvio Universal,
como un niño ante la visión de un dragón,
como un hombre solitario en el desierto,
como un creyente ante Dios.
Y entonces la gente se acercó,
y estupefacta me miraba,
y me preguntaba curiosa,
y me movía con manos de falsa seda,
incluso se asustaba ante mi ausencia.
Y mis palabras no surgieron,
se atragantaban en mi garganta
y me quemaban en la lengua.
Y me quedé allí, solo.
Más tarde, cerca del río,
les conté,
en silencio,
mis sueños a las hojas otoñales
de los castaños, de los nogales y de los robles,
las mismas que nunca te fallan,
que te escuchan,
que te hacen llorar
aunque nada más sea
por empatía
al verlas a ellas mismas
a un paso de morir.

Un saludo y disfruten de un gran día.

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