Me fijé
en cuanta gente me rodeaba y hablé.
Pero
nadie me oyó.
Entonces,
viendo su indiferencia, grité.
Levantaron
la cabeza y murmuraron entre ellos.
Pero
continuaron a lo suyo.
Probé con
susurros.
Sus caras
me indicaron su sordera,su ceguera sus ojos,
y sus
ropajes su mundo.
Por fin,
callé,
como un
muerto de la Edad de Piedra
como un
ahogado del Diluvio Universal,
como un
niño ante la visión de un dragón,
como un
hombre solitario en el desierto,
como un creyente ante Dios.
Y
entonces la gente se acercó,
y
estupefacta me miraba,
y me
preguntaba curiosa,
y me
movía con manos de falsa seda,
incluso
se asustaba ante mi ausencia.
Y mis palabras no surgieron,
se atragantaban en mi garganta
y me quemaban en la lengua.
Y me
quedé allí, solo.
Más tarde, cerca del río,
les
conté,
en silencio,
mis sueños a las hojas otoñales
en silencio,
mis sueños a las hojas otoñales
de los
castaños, de los nogales y de los robles,
las mismas
que nunca te fallan,
que te
escuchan,
que te
hacen llorar
aunque
nada más sea
por
empatía al verlas a ellas mismas
a un paso de morir.
Un saludo y disfruten de un gran día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario