Lo del joven Francisco Nicolás Gómez Iglesias, ese chico al
que le han dado por llamar pequeño Nicolás siguiendo la estela de René Goscinny,
ese autor francés que inventó a su “petit Nicolás”, un niño capaz de volver
loco a sus padres exponiendo las paradojas e incoherencias que se daban a su
alrededor de acuerdo con la visión que tenía del mundo adulto que él no entendía,
decía, que lo de ese joven clama al cielo. Pero no porque, según comentan
algunos estudiosos y expertos, fuese un megalómano extraordinario capaz además
de engañar a cualquiera, sino por su arte para encandilar y fascinar a los demás,
incluso lograr que estos se dejasen voluntariamente ser embaucados para
conseguir logros mayores. No debían condenarle a nada, debían de colocarlo en
algún puesto donde poder desarrollar sus aptitudes tan fabulosas como ha dejado
más que suficientemente demostradas; a fin de cuentas en poco se diferencia de
aquellos con los que fue visto, es decir,
gente que pone su imagen a
disposición de lo que sea que se le pida, mientras por detrás no son más que
fabuladores y flautistas de Hamelín que nos engañan y nos llevan a donde desean
por más que nosotros despotriquemos contra ellos. Habrá que buscar, eso sí,
quienes son los responsables de que estos hechos protagonizados por este
pequeño Nicolás del siglo XXI hayan podido suceder y a esos mandarlos al
infierno del olvido por ineptos. Y eso si no se esconde algo más debajo de la
alfombra.
Diviértanse y pásenlo bien. A fin de cuentas España sigue siendo el mismo país de pícaros de toda su historia.
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