La
última conocida es la de Caja Madrid, las famosas tarjetitas que igual servían
para comprar los ingredientes para preparar un cocidito madrileño que para
pagarse una habitación en un hotel de lujo. ¡Qué más da! A lo largo de más de
treinta años, a saber cuántos pifostios
de estos nos habrán amañado a los españoles a cuenta de nuestros impuestos. Y
para colmo de males aún se quejan de que les llamen casta. Si uno se fija en
quiénes estaban metidos en el fregado de las tarjetas fantasma, hasta hoy que
les han quitado la sábana y han quedado con el culo al aire, a nadie le puede extrañar que nos
encontremos con el exjefe de la casa real, amén de PP, PSOE, IU, CCOO, UGT,
empresarios, banqueros, etc.
Casi
cien personas, representantes de esos grupos y aparatos sociales, que no tienen
vergüenza ninguna cuando se trata de explicarnos a los demás lo que debemos
hacer para que España salga a flote, mientras ellos, con una cara más dura que
el cemento armado, gozan de unos privilegios descabellados a espaldas de la más
pura realidad económica, mientras sus superiores, quienes los nombraron, se miran el
ombligo para no denunciar las malas prácticas internas que les aquejan. No se
merecen nada, ninguno. Si los votantes tuviésemos medio dedo de frente, en las
próximas elecciones los echaríamos de las instituciones públicas a golpe de
voto. De nada vale que ahora algunos gerifaltes se aflijan y lloren lágrimas de
cocodrilo al darse cuenta de estos tejemanejes de sus compañeros de fila, o que
se den golpes de pecho y achaquen todo a casos puntuales que nada tienen que
ver con la organización de ese partido, sindicato o lo que sea. ¡Pero entonces
quién nombró a esos caraduras para los cargos de las tarjetas, quién es el/los
responsable/s de que se hubiesen sentado en ese Consejo! Me río de los
mandamases a mandíbula batiente, me descojono, vaya. Conmigo que no cuenten. De
engaños acaba uno hartándose y mi estómago no los soporta, ni una migaja más. Mientras
no saneen sus tripas, deberían retirarse de la vida política y dejar que fuesen
otros quienes dirigiesen nuestro país, o lo que queda de él. A ver si se dan
unos lustros sabáticos y se pierden en algún valle recóndito de cuyo nombre no
queramos volver a acordarnos.
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