Las cifras oficiales nos acercan a los
treinta mil muertes, en las no oficiales se superan. No sé por qué, creo más en
las segundas.
A lo largo del este periodo de encierro,
que aún hoy se prolongó otras dos semanas, multitud de grandes eventos festivos
se suspendieron, pero eso no evitó que la gente en las ventanas los celebrasen
con verdadero ardor: las Fallas, la Semana Santa, la Feria de Abril, vean,
vean, que la cantidad es grande, como corresponde a este país.
La disculpa es siempre la misma: ha de
primar la vida, la alegría, las ganas de futuro.
Entonces a santo de qué tanto minuto de
silencio, tanto crespón negro, tantos golpes en el pecho.
Colgada en un balcón, una bandera con un
lazo negro. En una esquina de la terraza, una mesita con un par de botellas y un
vaso del que bebe con fruición una mujer; de pie, un caballero levanta su copa y
estira su brazo derecho con ella casi llena brindando mientras sonríe con los
vecinos de las casas de su bloque o los de enfrente. Es la hora del vermú, o
del vino antes de comer. Alguien pone música a todo trapo, para que la oigan
bien en toda la calle.
Los muertos, a pesar de la bandera teñida
de negro, ahora ya no son tantos. . Segunda copa, los muertos oficiales y no oficiales ya no existen.
La bandera se ha descolgado y cuelga sujeta solo por un lateral mientras la
brisa primaveral la zarandea. ¡Salud”- se vuelve a oír al coro de voces, de gente, que
se asoma a celebrar un día cualquiera del confinamiento pandémico. La bandera. Ahora
se suelta completamente y vuela hasta
acabar sucia entre el barro de la esquina, donde aún se conserva el último
charco de la lluvia nocturna. Un perro se acerca a marcar su territorio sobre
ella al tiempo que su dueño mira hacia arriba y saluda a los vecinos, deseando poder brindar con ellos.
En la calle, dos viviendas permanecen cerradas. Dentro se
llora y se recuerda a una madre en una y a un abuelo en otra.
Treinta mil muertos, o más. Un minuto de
silencio, o dos, es la solución, piden infinidad de cínicos que otean con prontitud a su alrededor en busca de la brizna en el ojo ajeno.
La bandera, un trapo de colores que alguien
dice que ha de estar a media asta, se ha rebelado: con ella y con los
fallecidos no se juega. Prefiere un lodazal, antes que la mierda de algún balcón.
Pero la vida sigue.
Pero la vida sigue.
Totalmente de acuerdo con lo que dices.
ResponderEliminarLos políticos no saben lo que hacer,no hay ninguno que merezca la pena.
La gente sale a aplaudir pero nuestros niños y los mayores sufren porque el miedo es más fuerte.
No sabemos la verdad y seguimos en casa intentando normalizar algo que no es normal.
Pensando en cuánto tiempo más deberemos esperar para ver a la gente que queremos y abrazarlos y los besos ya.....
Mientras tanto tenemos que seguir esperando ya que no se ponen de acuerdo y los políticos y sus partidos....Lo de siempre,no merecen la pena.
La gente que muere sola y sus familias sin poder despedirles.
Me parece una reflexión muy acertada. Yo pienso que hemos perdido todos un poco el norte y vamos navegando sin rumbo, con mucho simbolismo como en el caso de los aplausos pero sin mucha convicción.
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