viernes, 1 de enero de 2010

Año Nuevo resacoso.

¡Pues qué bien! Resulta que ya estamos en 2010. El tránsito de una año a otro fue totalmente indoloro.Me levanto hoy por la mañana con la misma cara de otros días. Me veo reflejado en el espejo del baño buscando alguna arruguilla más, pero lo único que veo es la cara de recién levantado, de semisueño, de todos los días, con los ojos medio cerrados y esperando que el agua de la ducha caliente un poco para meterme bajo ella y quitarme alguna lagaña de más. No por nada, es decir, que no son producto de haber estado de juerga esta noche pasada, como muchos mortales encantados de recibir un nuevo año en compañía de gente muchas veces totalmente desconocida hasta el mismo momento en que alguien que pasa por allí le suelta un ¡Feliz Año Nuevo! y que al cabo de un par de horas, si no es antes, al mismo que pasaba por allí pues... ¡si te ví, no me acuerdo!
A mí también me pasó eso de salir la Nochevieja de farra. Y a mí también me pasó que en Año Nuevo no fui capaz de quitarme el dolor de cabeza de encima en todo el día. Y también me pasó que, después del segundo año de semejante memez, me rebelé y dejé de hacer tonterías que no van con la edad.
Y también salí de cena-cotillón (como se dice ahora tan finamente) y barra libre toda la noche y sopas de ajo y churros con chocolate y baile y ¡yo qué sé cuántas cosas más que te venden para que caigas en su trampa, en la de adocenarte en pro de una moda que va camino de convertirse en una de las más imbéciles que en el mundo han sido, son y ¿serán?
Ya despierto casi del todo, vestido y listo, salgo y me dirijo, como a diario, hacia La Podada, a ver a mi madre: tomarle la tensión, la diabetes, prepararle las pastillas, curarle los ojos, ....
Por el camino, ni un bar abierto; nadie en la parada del autobús; ni un coche por la carretera; ni siquiera un gato o un perro que vagabundeen o revuelvan en alguna de las muchas bolsas de basura que se apilan al lado de los contenedores y puedan fijar, de resbalón, su mirada en mí. Durante ese trayecto me siento solo en el mundo, soy el único ser vivo que puede oler el aire frío de la mañana e inspirarlo limpio antes de que la pituitaria se llene de otros aromas más propios de la ciudad. Y en el puente del río Martín me detengo para contemplar la corriente de agua que se abre paso entre maleza y porquería, una fuerza líquida a la que siento refunfuñar protestando por tener que discurrir por lugares poco aptos para ella. Luego, levanto la cabeza y diviso la nieve que cubre Las Andrugas, como siempre llamé a la Sierra del Aramo, y que me confirma que, a pesar de todo lo que el hombre hace para destruirla, aún la naturaleza es capaz de dibujar belleza para ofrecérnosla sin un atisbo de rencor.
No me queda nada para llegar, estoy ya a la puerta de casa de mi madre. Antes de entrar, me vuelvo y lleno mis ojos del azul del cielo.
Cuando regreso, todo sigue igual. El desierto, la ciudad fantasma, me conmueve. El Año Nuevo, como es habitual en nuestra sociedad, comienza resacoso, dormilón y sin ganas de hacer nada. Igual que el pasado y el anterior y el anterior. ¿Lo que mal empieza, mal acaba? Ya hablaremos: la respuesta es cosa nuestra.
Que lo disfruten y manos a la obra.
Hasta la próxima. Sean felices.

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