No
sé, pero a veces sucede, que vas por la calle dando un paseo, sin rumbo
fijo, caminar por caminar, y de repente surge una idea en tu cabeza que se
desarrolla en cuestión de segundos, o unos versos o simplemente el recuerdo de
algo que hasta entonces nunca te había pasado por la cabeza. Te detienes, hasta
el punto de que la gente con la que te cruzas piensa si no estará un poco loco,
aunque en realidad lo único que intentas es que esas cosas no se te olviden. Buscas,
incluso, una regla nemotécnica para intentar rememorarlo en cuanto llegas a
casa. Das la vuelta a toda prisa, te encuentras con uno o dos conocidos a los
que saludas superficialmente con un hasta luego, como si estuviesen apestados
ellos o tú y tus pensamientos, ya que no estás por la labor de perder ni un
minuto de tu tiempo. Y, justo cuando llegas al portal, aquellas inspiraciones
repentinas, aquellas ideas fantásticas que se te habían ocurrido hace diez o
quince minutos, comienzan a difuminarse. No encuentras la llave del portal, o
eso supones, aunque tardes menos de dos segundos en tenerla en la mano. Abres la
puerta del portal a toda velocidad, ni esperas a arrimarla para que cierre y la
dejas dar un buen portazo. Corres, escaleras arriba, ni siquiera esperas al
ascensor. Llegas junto a la puerta de casa, metes la llave en la cerradura
y,¡zas!, ese es el momento exacto en que te das cuenta de que todos aquellos
pensamientos que tu presumías sublimes se han ocultado tras una tupida y oscura
cortina alzada de la nada en cuestión de décimas de segundo. No obstante, te
sientas ante un folio o ante el ordenador en busca de las palabras ocultas en
tu cerebro o con el afán de correr la cortina hasta permitir su vuelta a tu
cabeza, pero eres incapaz de escribir una sola línea de todo ello. Recurres a
la regla nemotécnica y adviertes que tampoco funciona, que se ha ido, que se
halla tras el cortinaje. Y ahora, sentado ante este documento de Word, lo único
que me puedo permitir es escribir estas cuatro líneas anteriores, ante la
ofuscación que me produce seguir con la mente en blanco. ¡Y mira tú que me
gustaba lo que había discurrido mientras iba a buscar a mi nieta para llevarla
al cole! Porque eran palabras que hablaban de ella y eso siempre es fascinante, aunque se me hayan extraviado.
Mientras
lo recuerdo o no, espero que pasen un buen día y sigan sonriendo, como yo, aun
obsesionado, en este momento.
No te preocupes por el extravío. Las ideas y las palabras que brotan del corazón, mas pronto o más tarde retornan.
ResponderEliminarGayoler