Hoy es Viernes Santo. Una de las fechas
religiosas más trascendentes de las creencias de millones de católicos. España es
sin duda uno de los países donde más se celebra. Las procesiones de Semana Santa
a lo largo y ancho de nuestra geografía se estarían sucediendo sin descanso si
no fuese lo que es. El turismo era, aparte de la devoción de infinidad de
personas, la principal razón por la que se celebran así. Pero este año, pum. Llegó
un virus, pequeñito, pequeñito, y mandó a casa a aglomeraciones de gente
grandes, grandes.
Además, llueve. Y llueve desde ayer por la
noche con gracia, al menos aquí en Asturies. Seguro que, si hubiesen podido procesionar,
no tendrían la prestancia de otros años con mejor tiempo, pero serían unos
actos en los que intentaría participar la mayor parte de devotos creyentes, miles y
miles de curiosos y turistas a mogollón haciendo fotos y vídeos como si les
fuese la vida en ello. Una pena. Lo siento. Por la Semana Santa y porque llueve.
No obstante, con el covid19 alzando la voz
todavía de forma infernal, al menos tenemos tiempo de sobra para seguir
asistiendo, a otra clase de ellas, de procesiones, claro: a poco que empleemos unos
minutos al día para ello, podemos pensar en todo tipo de procesiones que cada uno de
nosotros llevamos por dentro. Algo es algo. Y positivo, si acertamos a pensar
qué es lo más importante en la vida y cómo podemos cambiar, si fuese necesario. Un buen examen de conciencia.
Ya sé que siempre hay excepciones, más de
las que nos gustaría, que hay ciertos personajes que nunca estarán contentos
porque en su interior solo prima la avaricia y el egoísmo, el ansia de dinero y
de poder, y por ello están dispuestos a cualquier cosa con tal de proveerse de
más cantidad: para ellos, ser positivo es bailar sobre las miserias de los
demás, mientras casi ordenan que debemos darles las gracias postrándonos de
hinojos por echarnos unas migajas. Otra pena. Y esto es así. E impedirlo sería
el caos, por desgracia, para la sociedad donde esto ocurre. Pero todos sabemos
quiénes son: pobres de espíritu que a veces vemos presumir de los golpes que se
dan en el pecho detrás de una imagen de
cualquier cofradía, golpecitos, eh, no vayan arrugar la ropa y salgan mal en la
foto. Son siempre los mismos, los que se quejan de su ruina actual mientras
esconden el dinero obtenido antes en cajas fuertes inexpugnables.
¡Y que aún tengamos que soportar tanto fariseísmo, tantos Caifás!
Dan ganas de renunciar a ser un humano y
convertirse en otro covid, pero no 19, sino 1000. ¡Ya me encargaría yo de saber
a quién contagiar! ¡Iban a saber lo que es bueno!
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