sábado, 3 de abril de 2010

FELISA (Capítulo 10)

(De como la viejecita baña al lobo)
La abuela le enjabonó el cuero cabelludo a conciencia.
Mientras, el lobo se dejó ir, se relajó y su cuerpo se convirtió en una marioneta al servicio de la titiritera, que lo movía hacia adelante y hacia atrás a su antojo.
El agua comenzó a adquirir un color grisáceo a causa de la cantidad ingente de suciedad que llevaba encima; se podían ver flotando algunas ladillas y muchas de las orugas procesionarias que se le habían adherido a la piel cuando había estado oteando a Felisa desde el enfermo pino de marras, para el cual ninguna ONG pedía ayuda, sabiéndolo como lo sabían y a pesar del alto grado de epidemia que azotaba toda la zona. (¡Ay, si fuera una gripe A, B, C,..., X, Y, Z cualquiera!. Ahí, ya no las ONG, pero sí entrarían a todo trapo las farmacéuticas con todo su poder para hacer que la OMS detectara una pandemia donde sólo había una pequeña gripe. ¡Pero la pela es la pela, bueno, el euro es el euro!-
Perdón, esto último está fuera de lugar, ya que aún no había moneda única europea, ni se habían inventado organismos como la ONU, ni la OMS, ni la UNESCO, ni la gripe del abecedario, ni nada por el estilo que los mandamases, siglos más adelante, echaron a funcionar para, en principio lavarse la cara, y después poder expandir su poder por todo el mundo conocido y por conocer, deshaciendo cuantos entuertos les convenían de acuerdo con sus objetivos económicos. Lo siento, fue un lapsus y espero que no me lo tengan en cuenta, pero, como ya está escrito, incluso lo de la ONG, tampoco era cosa de emborronar la hoja.
Al cabo de una media hora, la bruja, es decir, la suegra de la madre de Felisa, lo mandó levantarse, abrió el tapón del desagüe y, una vez libre de cortapisas, la hedionda agua, junto con las partes sólidas acumuladas sobre ella, se sumió por la tubería que, instalada estratégicamente, iba a regar el huerto y alimentar las plantas que la hacían soñar en forma de porros bien liados con una maquinita que vendía a buen precio la Compañía Estatal de Tabacos (propiedad del señor del Ducado Negro del Rubio Güiston). A continuación volvió a rellenar la bañera, volvió a mater al lobito bueno (más bien amongolado) y volvió a enjabonarlo de arriba a abajo.
Antes de comenzar con el frota que frota ( aún no se había inventado el Güuip Esprés y el frotar se va acabar no había entrado tampoco en funcionamiento), fue a su armario de baño y sacó un frasco que derramó enteramente en el agua. Automáticamente, se desprendió del líquido elemento un olor a rosas que hizo que el lobo inspirase honda y repetidamente por sus narizotas con tal gesto de felicidad que para qué queréis que os cuente, si os daría más pena aún. ¡Un animal libre y salvaje como él, convertido en un títere de pacotilla! (Ya dejé caer antes que estaba como tonto en vísperas, el pobre, desconocido del todo.¡Quién lo ha visto y quién lo ve! No lo reconocería ni su madre. ¡Ay, Señor, Señor, a lo que llegan algunos!)
Luego, para acabar de cagarla, porque ya me diréis qué pinta un lobo oliendo el aroma de las rosas, vaporizó el ambiente con su perfume Xanel-Gardenia número Cero Treinta comprado en París por el Arriero Oficial del Reino, que hacía la ruta Reino- Bosque- París- Bosque- Reino desde hacía varios años introduciendo las últimas creaciones de aquella ciudad del lujo en sus propia tierra. Ni que decir tiene que estaba forrado a cuenta de ello.
Cuando la abuela se percató de que su querido pequeño inspiraba aún más fuerte para que su pituitaria admirase y participase también de aquel perfume, al ver el estado de profunda y maravillosa concentración del animalito, se le escaparon dos grusos lagrimones de alegría y su cara adquirió tal gesto de dulzura que para sí quisiera un tocinillo de cielo.
-¡Qué buena soy-pensaba-. Pero, venga, hay que dejarse de pamplinas y al tajo que, si no, no acabo nunca.
Nuevamente comenzó por la cabeza y, poco a poco, sus manos fueron recorriendo el tronco animal hasta que, llevadas por la inercia, y a pesar de tantos años a palo seco, renunciando a la vergüenza que aquello pudiese suponer, tal vez porque lo que hay es lo que hay, y a falta de pan, buenas son tortas, pues se deslizaron lenta, inexorable y sin ningún miramiento hacia abajo, hacia...
¡Ay, ay, ay, picarones! (tres repeticiones, qué fastidio, pero el asunto se las trae y bien se los merece).
-Con lo de picaronas me refiero, como seguramente habréis ya imaginado, a esas personas de mentes calenturientas que en este momento me están acusando de pornográfico y pervertidor de criaturas inocentes; esas mentes depravadas, lectoras ávidas de cuentos infantiles del estilo del presente, que sacan punta a cualquier situación por tierna que sea. ¡Por Dios, seamos serios y no prejuzguemos!
Se acaba el capítulo de la decena. Pero, como ponen en algunas series de TV, ..." continuará".
Disfruten del fin de semana y pásenlo bien.

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