lunes, 5 de abril de 2010

FELISA (Capítulo 12)

(De cómo Felisa comienza su travesía)
Recapitulemos:
1-El bosque estaba profusamente lleno de zarzas, matorrales, árboles, flores, etc., menos las que había arrancado la tontita de Felisa, aún no concienciada con el cuidado del medio que nos rodea. Tampoco habían surgido todavía para explicarlo grupos de apoyo a la Naturaleza, es decir, los hoy conocidos como ecologistas- que los hay de todo tipo y condición, y que, con alguna excepción, surgen como setas en primavera y otoño para defender estos hábitats en cualquier lugar del mundo, aunque necesitados casi siempre del aleluya y la protección de instituciones más proclives a sus propios y lucrativos intereses, con poco más que hacer que salir de vez en cuando a denunciar un par de hechos concretos para que se les vea, pero sin molestar mucho.- Tampoco habían aparecido personas en el seno del poder establecido, comprometidas con la defensa del medio ambiente y capaces de crear un ministerio para tal fin con el objeto de lavar la cara de los gobernantes ante las judiadas (perdón si molesto; aunque permitido este vocablo por la RAE, lean mejor injusticias, perjuicios, jugarretas, acciones deshonestas) que se permitían a lo largo y ancho del reino. Es decir, el monte era un monte, como Dios manda, a excepción del río, propiedad de los cortesanos de los castillos de la zona- precursores de la clase política actual- que eran los responsables y verdaderos culpables de la contaminación y la situación en que se encontraba, aunque éste es otro tema y mejor lo dejamos para otra ocasión.
2- La abuela seguía bañando a su pequeño.
Sigamos, pues.
El caso es que la viejecita (otra vez el diminutivo, que es más familiar, por si las feministas me acusan por cualquier concepto o definición que haya podido escribir de tan dulce mujer y del cual no soy consciente pero por el que pido de antemano humildemente perdón, y en plan cariñoso, que ya me está empezando a caer bien la bonita brujita, que tiene un no sé qué, que qué sé yo) no quiso apurar mucho a su enamorado y ni siquiera lo rozó. se comportó con el decoro que le correponde a cualquier persona de género, masculino, femenino o neutro (y hasta de número, singular, plural o con matices) ante la ingenuidad de un ser que, como aquél, únicamente quería, colado como estaba hasta la médula, soñar con su Julieta. Aunque, en sus sueños y divagaciones acerca de su futuro, no acertaba a ver cómo le explicaría a su pareja que lo suyo con la iglesia no funcionaba, debido sobre todo al radicalismo extremo con que trataban este tipo de relaciones el Pontífice Máximo y todos sus clérigos y adláteres, y que prefería un casamiento (no se puede llamar matrimonio a estas clases de unión familiar, ya lo sabéis, que lo dicen quienes todo lo saben aunque no sepan nada o hagan como aquel otro que también inventó cierta frase que quedó para la historia:..., de entrada, no) por la vía civil o simplemente llevar una convivencia feliz sin ataduras de ninguna clase. ¡Ah, y una boda sencilla, nada de barullos de gente a la que o bien una o bien otro no conoce, y a la que le importa un bledo lo que pueda suceder una vez pasado el banquete y la cogorza de rigor!
Pero, bueno, todo se andaría. Se lo diría el día menos pensado. Antes, tenían que conocerse mejor.

¿Qué os parece' El lobito y el cuento de la lechera, oye. Ya verás como sucede algo o viene alguien que lo echa todo a perder.

En el baño dejamos a ambos personajes, impregnados del aroma de las rosas y del Xanel-Gardenia número Cero Treinta, porque...¿qué fue de Felisa?, ¿y de la Srta Fdez. del Río?.

Pues bien, ésta ya había montado a la futura adolescente, a la cual, aunque un poco nerviosa, se la veía feliz y con cara de encontrarse a gusto una vez realizada la operación, y, aunque aquellas cosas no acontecían a diario, no por ello dejaba de disfrutar de un momento tan dulce. Su madre no le había explicado nada acerca de estas situaciones y menos aún su padre, para quien la educación de los hijos corría a cargo de la esposa, como casi todo lo referente a poder vivir, a no ser el dolce far niente que él practicaba junto con sus amigos sin tapujos, a la vista del pueblo y sin importarle las comidillas maledicentes de la gente sin escrúpulos que lo criticaban, por pura envidia.
A la Srta. Fdez. del Río no le había costado mucho convencer a la jovencita para que se dejase hacer y ella, angustiada por el miedo a llegar tarde a la cita con su abuela y a la cita con sus amigas, desconocedora en su no ya tan tierna infancia de los métodos más seguros para evitar malos mayores, confió total y absolutamente y se entregó por completo a los consejos de aquel bicho hediondo, que hizo lo que quiso con ella con tal de él estar más a gusto con ella encima.

(¡Oigan oigan! ¿Qué estarán pensando ustedes en estos momentos, mentes depravadas, ante el párrafo anterior? Cualquiera lo sabe, pero sepan que para mí no existen las segundas intenciones en temas infantiles: lo que hay, es lo que hay; lo que es, es; y lo que será, será, o casi, depende de las circunstancias. Así que dejen de pensar mal, coño, que esto no es una página XXX ni admite descargas ilegales, que me la cierra la sinun dedo de frente).
Y como no quiero seguir alimentando sus lascivas intenciones, cierro este capítulo para que cambien ustedes el chip. Mañana, el 13.
Disfruten del día y léanse a Blancanieves que, viviendo sola con siete hombretones en el bosque, no por ello dejó de mantener su pureza hasta que llegó la madrastra y le endilgó el trozo de manzana.

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