viernes, 23 de abril de 2010

FELISA (Capítulo 20)

(De cómo al lobito lo dejan "pelao")
El caso es que, una vez acomodado el primo lejano de nuestros amigos los perros sobre la dura, aunque flexible, camilla de madera de chopo, y con una pequeña almohada para reposar la cabeza, la madre del padre de Felisa le hizo de todo: le susurró palabras cariñosas para que se sientiera a gusto, le acarició zalameramente las mejillas, le dio un casto beso en la frente, le masajeó aquellos desastrados pies llenos de callos y, por fin, cuando lo vio que se había relajado totalmente y se hallaba en estado cuasi catatónico, con una expresión beatífica próxima al misticismo oriental, sacó la maquinilla de afeitar (no le vi la marca, pero puedo afirmar con rotundidad que no era Bic, ni Wilkinson ni Gillette) y el jabón del chimbo y, ayudada de la pequeña brocha que usaba habitualmente para espolvorear sus mejillas los días de fiesta, comenzó a enjabonarlo para luego, con suma dulzura, depilarlo desde las cejas hasta las puntas de los dedos gordos de los pies.
El lobo había permanecido quietecito durante todo el rato. Se sentía incapaz de negarle nada a aquella barbera cuyo perfil encarnaba el más profundo de sus deseos amatorios. Durante el tiempo que estuvo boca abajo, no puedo dar fe de que no se durmiera incluso; pero mientras estuvo boca arriba, aunque en estado semiletárgico, no apartó los ojos de sus partes pudendas por si, al llegar allí, se le fuese un poco la mano y cortara más de lo debido. No fue así.
Cuando la abuela acabó, viendo el magno resultado de su obra peladora, no dudó en pensar en el ser extraordinario que tenía ante sí, aquel ejemplar macho que se presentaba como un dios del bosque para delicia de sus sentidos.
-"¡Mi dulce y querido metrosexual - murmuró-, a ti no te suelto yo ni aunque me garanticen a cambio una primitiva de seis aciertos!"
Ni siquiera se inmutó cuando el jabón, la brocha y la cuchilla se deslizaron de sus manos y fueron a acompañar en el suelo a la otra pastilla de jabón de olor que había usado para bañarlo; en aquel instante su cabeza no estaba para pequeñeces semejantes, tal era su comprensible embobamiento derivado de su mínima y relativa experiencia en aquellas lides.
No podía imaginar que aquellos descuidos iban a ser fatales con el paso de los minutos.
Verdaderamente, a bote pronto, al lobito lo había dejado "planchado", vaya.
¡Que Beckham ni Verdasco ni Brad ni Cristiano! Si algún publicista lo hubiera visto, ya nos toparíamos hoy con grandes cartelones y vallas publicitarias en nuestras calles con imágenes de la Espiz, de la Jilton, de la Amiminiñaquenomelatoquen o de la Saraprobe con uno de ellos, a cambio de un cheque con varios ceros, y un lema, algo así como MIRANOS: PON UN LOBO EN TU VIDA. MOLA, ES GUAI., que, seguramente, entrañaría más de un problema para todos cuantos no lo pusieran o no miraran para ellas. ¿Y para el Gobierno? ¡¡Puffff!! ¡Tampoco se iban a alzar voces pidiendo la igualdad y el derecho a voto de los nuevos inquilinos de nuestras ciudades! ¡Ecologistas de medio pelo que lo perderían todo siguiendo el ejemplo clarificador del ejemplar de la abuela; progres presuntuosos de toda la vida, de los que nadie se acuerda, pero que se lanzarían, cual Indiana Yons, a la búsqueda del escaño de oro; asociaciones de nueva creación en defensa de los derechos de los lobos, amparándose en cualquier artículo de nuestra obsoleta constitución, más vieja en términos de comparación relativa que la bisabuela de la abuela de Felisa, por mor de que tiempos pasados nunca fueron mejores- habría que obviar a determinados personajes y grupúsculos retrógrados que aún pululan en nuestros días queriendo imponer a sus congéneres frases del tipo "arribaespañaotemandoalparedón"; la iglesia, que aprovecharía la coyuntura para arrimar el ascua a su sardina e intentar aumentar así el número de feligreses, el tanto por ciento de la casilla de la declaración, amén de los dineros sólidos y terrenales estatales que se diluyen como azucarillos en bien de ciertos bienes espirituales que se pasan por la entrepierna si es a ella a quien afecta, o en aras de buscar cobijo a nuevos infantes bajo las sótanas de la intrasigencia y del disimulo, y así un largo etcétera.
Llegaría el asunto al Congreso y al Senado donde, a falta de otros asuntos de más envergadura y calado para los ciudadanos, se enzarzarían en trifulcas incomprensibles sobre las consecuencias de conceder tal derecho al voto a estos nuevos pobladores de nuestra geografía otorgándoles el status correspondiente a su condición. Si en las encuestas y estudios previos la intención de voto fuera favorable al pesoe, al pepé o a cualquier nacionalismo influyente en la gobernabilidad de la sociedad, no habría problema para concedérselo y cambiar la Constitución (entonces sí, pero sólo eso, eh, dejad lo demás, que supone mucho trabajo; a lo mejor tendrían que cumplir con su obligación de asistir a las sesiones de ambas cámaras cada vez que se convocaran y no están ellos para estos rollos); pero, si no lo fuesen, entonces los lobos se verían relegados a meras comparsas como mascotas más o menos originales, que competirían en concursos organizados con fondos públicos para ver quién iba mejor ataviado, e incluso se les trataría en ocasiones como a un sin papeles cualquiera, aunque haciendo la vista gorda por el qué dirán, pero que no evitaría la saturación vacacional de las loberas.
Eso sí, sus dueños también estarían autorizados a pasearlos por las calles, llamarles bonitos y presumir ante sus amistades y conocidos/o no conocidos de las altas capacidades que atesora el animalito, dejar que hicieran sus necesidades sólidas y líquidas donde más les apeteciera para que los peatones en su conjunto se tornasen cabizbajos de tanto esquivar plasta en las aceras e incapaces de levantar la mirada y protestar ante hechos deleznables muchos más gordos ("si no son capaces de regular y hacer cumplir normas básicas higiénicas, ¿cómo van a resolver asuntos más serios que huelen aún peor?").
Esas fuerzas defensoras del voto lobuno implicarían al defensor del pueblo, el cual decidiría en función de su apego al cargo y a quien lo nombró, que allí se vive muy bien y no es cosa de joderlo todo por un lobo más o menos.
Habría algún exaltado que llevaría el caso al Tribunal Supremo o al Constitucional, confiando en su más absoluta independencia, pero poco podrían esperar de su decisión que, además, se alargaría en el tiempo probablemente hasta que la moda de los lobos hubiese pasado a mejor vida y ya no hubiese nada que alterara la perruna vida de los demás mortales- a no ser que volviesen las vallas publicitarias con, por ejemplo, PON UN CANGURO EN TU VIDA: TE LLEVARÁN DONDE QUIERAS SIN FALTA DE GASOLINA, lo cual nos llevaría al siguiente atolladero constitucional o no.
Y es que en esos tribunales da la sensación de que los papeles no se mueven sin el visto bueno de los de siempre, que son elegidos por los mismos de siempre, que quieren mandar en los de siempre, a los que tergiversan y demagógicamente enrollan siempre, para que siempre les den la razón. Y por más papeles que se manden, desestimado el recurso siempre.
En fin, en un caso o en otro, tengan voto o no lo tengan, ¡pobres ovejas con tanto lobo suelto!
Y por hoy, queridas y queridos amigas y amigos (que se note que entiendo esto del género y del número) os dejo. Mañana será otro día y volveremos a la carga. Entretanto, sean felices y vivan con la sonrisa permanente en su rostro.

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