domingo, 25 de abril de 2010

FELISA (Capítulo 21)

(De cómo Felisa se maneja en el agua)
Y mientras el lobo y la dulce abuelita seguían a lo suyo, Felisa...
Pues Felisa, cuando cayó al agua, como es lógico en estos casos, lo primero que le sucedió fue que se mojó hasta los huesos, y segundo, que se hundió irremesiblemente ya que sus dotes de nadadora no eran precisamente las de un Phelps o una Coughlin, ni siquiera las de aquel egipcio que se salvó cuando las aguas del Mar Rojo se cerraron sobre el faraón.
Aunque la Biblia da a entender que todos cuantos perseguían a tonta y a locas al pueblo elegido perecieron, a este egipcio, al cual me refiero como punto de comparación con las cualidades natatorias de Felisa, no lo contaron porque había llegado el último para cruzar por el vado debido a una indisposición intestinal transitoria y pasajera que lo había retrasado y sólo se había llegado a adentrar unos metros, por lo que pudo retornar a tierra de unas brazadas, tocando con los pies en suelo, antes de que el muro de Hache Dos O se cerrara sobre él. Lo que pasó fue que, por miedo a ser tachado de cobarde dejando a su suerte a todos sus correlegionarios ante el enemigo- que corría más que un galgo detrás de una liebre y poco tendrían que hacer ante semejante formación bélica- y ser ejecutado, al estilo "aquí te cojo, aquí te mato", sin juicio sumarísimo ni consejo de guerra ni hostias en vinagre que se le asemejase, por el subfaráon, o quien quiera que fuese el que hubiese quedado al mando ante hechos tan luctuosos- nunca fueron admitidos como genocidio, por ser dios quien es-, se echó al monte (al desierto, vaya) y vagó y vagó por él hasta que, por obra de a saber quién, fue descubierto por unos beduinos que lo acogieron en su tribu.
Cuando se dieron cuenta estos bondadosos habitantes del desierto de la presencia de este sujeto, su aspecto era desaliñado, rojo como una langosta recién cocida, desharrapado, sin peinar ni lavar a saber desde cuándo, oliendo a sudor que tiraba "p' atrás", cubierto de mugre y de arena hasta tal punto que bien se le podía comparar con el lobo del cuento, diciendo frases inconexas acerca de la fuerza de las aguas, cagándose en la madre que lo parió al faraón por lanzar a sus ejércitos a cruzar el mar sin haber participado con anterioridad en algunos cursillos de natación en las piscinas palaciegas, echando pestes por la boca contra el ente al que se le ocurriera hacer una carnicería de tal magnitud con sus hermanos egipcios, pidiendo agua, por favor, y algo de comer que su estómago protestaba de tal manera que estaban a punto de aparecer sus ruidos como sinónimo de "oposición a un gobierno" en la Academia Real de la Gastronomolexicología y de la Opípara Comida.
Los pobres beduinos, ante aquel dechado de virtudes, lo recogieron y lo llevaron hasta donde tenían levantadas sus tiendas. Lo dejaron al cargo de varias mujeres que se encargaron de reciclarlo y convertir aquella piltrafa en otro hombre.
Se casó con una de aquellas que lo atendieron, enjutas y secas, morenas sin falta de usar máquinas de rayos uva o de ninguna otra fruta que le parezca, pero bellísima- la esposa que había dejado en Alejandría ya se arreglaría ella sola, que bien que lo sabía hacer cuando convivía con él y con quien estuviese cerca mientras él se batía en campañas militares sin cuento ni por qué-, con la que engendró cuatro hijos y tres hijas (no tuvo más porque porque en un arranque de furia, al enterarse su segunda esposa por casualidad a través de un conocido, que hacía la ruta Alejandría-Campamento de Tiendas, de la bigamia en que había caído, le cortó en una noche simulada de pasión lo que para el hombre eran sus atributos más queridos y con los que- dicen- piensa y razona sobre hechos trascendentales de su existencia).
de su descendencia hasta nuestros días nada más quedan borrosos retazos, y recuerdos más bien sometidos al encumbramiento engañoso de la familia ansiosa por dejar al hombre en buen lugar, y una gran empresa dedicada a la compra-venta de petróleo e ideas políticas de ámbito local, comarcal, regional, nacional, supranacional e internacional, con cuentas secretas en paraísos como las Islas Tahímismo, Sí-ho y PararáPachín, además de negocios de aspecto tenebroso con los gobernantes de turno de cualquier país del mundo que se halle necesitado en algún momento delicado de que le echen una mano para engañar como a pininos a sus conciudadanos.
¡Es extraordinario lo que da de sí una indisposición intestinal pasajera y transitoria!
Si no fuera porque os lo digo yo para que no os engañen, a alguno de vosotros lo habrían mediatizado explicándole el caso como un milagro por parte de alguna megaempresa de ideas que le contaría el hecho como algo relacionado con la palabra de dios, del dios del dinero.
¡Ya podéis agradecérmelo!
Mientras pensáis en cómo hacerlo, se acaba el capítulo y, por si no quedó claro en capítulos anteriores, espero que tengáis un día maravilloso, como los del resto de vuestra vida.

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