jueves, 1 de abril de 2010

FELISA (Capítulo 8)

(De cómo de un cuento aparentemente infantil se pueden extraer pensamientos morbosos)
(Atención, a partir de aquí, y hasta nuevo aviso, se comunica a las familias responsables que algunos pasajes pueden herir la sensibilidad de los niños muy espabilados; por ello se recomienda que no se les deje leerlo solos, sino acompañados de sus parejas, que todos sabemos lo que son estas cosas, o bien en presencia de algún adulto instruido que les pueda dirigir y explicar el verdadero sentido de las palabras en un contexto como el actual).
La abuela había tomado de la mano al lobo enamorado.
-¡Vaya chollo que me salió! A mi edad, esto es un regalo del cielo-A la viejecita, mientras a su cara asomaba una expresión de tremebunda posesión sobre aquel ser indefenso, la situación le ponía los dientes largos sólo de pensarlo- aparte de que tal expresión iba a tenor de sus protuberancias maxilares- y un gesto de fiereza se dibujó en su cara a la vez que echaba un vistazo a su alrededor por si alguien se atrevía a disputárselo.
-Anda, pasa, mi queridín- le dijo ella cariñosa al tiempo que lo conducía hasta la puerta de casa. Antes de entrar, volvió a escudriñar los alrededores y la entrada del bosque para asegurarse de la inexistencia de cualquier otro ser vivo, aunque ahora más que nada por el qué dirán, que no tenía ganas de ser la comidilla del contorno. ¡En los pueblos pequeños, ya sabéis, tira uno un pedo y lo huelen todos!
A continuación cruzó el umbral apoyándole la palma de la mano derecha en el lomo para animarlo y que no desconfiase, aunque el animal aún no había salido de su ensimismamiento y, estoy seguro, no se alteraría lo más mínimo ni aunque lo disfrazasen de oveja Dolly.
El animalito, una vez dentro, y a pesar de la suciedad que envolvía todos los rincones, seguía sin decir palabra. Su cara, en la que de animal feroz y sanguinario no quedaba nada, era la de un panfilo subnormal (adjetivo usado entonces para estos casos y que hoy se ha sustituido por el de discapacitado psíquico, sin ánimo de polemizar) al que se le podía presumir, sin lugar a dudas y con sólo echarle un vistazo superficial, su incapacidad temporal de ver más allá de la cara de la abuela...Aunque muchas veces las cosas dan tantas vueltas...
La vieja arrastró a su chollito enamorado escaleras arriba. Su nerviosismo iba en aumento y no estaba dispuesta a perder ni un solo segundo.
Ella ya no se acordaba de la última vez que alguien se había mostardo así con ella. Bueno, sí se acordaba, pero casi nunca rememoraba la historia.
¡Ay, su maravilloso Sreekh XIII! Era un caballero de décimotercera generación apuesto como un galán de teatro. Sabía que no era para ella, pero en cuanto lo veía, su corazón destilaba tanta pasión que le era imposible olvidarlo. Sólo pensaba en comer a todas horas- se había puesto como una Obélixa cualquiera- y bañarse en la alberca de los cerdos- hedía tanto o más que su adorado Sreekh- esperando llamar algún día su atención.
Y aquella noche, ¡jo, qué noche!
Había ido con una de sus amigas hasta Llamurgueiro, que celebraba la fiesta de su patrona. Era la mejor romería de la zona. recordaba que, entre las actuaciones principales, además de circo, que lo hay en todos los sitios, actuaba Vitomael, el trovador de moda por una canción que encandilaba a las parejas y las hacía bailar al ritmo de las plantas de maíz mecidas por el viento. A mitad del concierto, su amiga se había ido con su novio a comprobrar el movimiento del maíz y ella se había quedado sola. No le importó, ya le había sucedido en otras ocasiones; esperó hasta el final, más que nada porque no tenía otra cosa que hacer, y luego se encaminó hacia la Taberna del Furtivo donde había quedado para regresar a casa. Por el camino, en un recoveco del camino, tras un carro cargado de hierba seca, junto a unas matas (con minúscula, eh), el presidente de la comisión de fiestas pagaba en dinero negro al trovador, que así esquivaba los impuestos que regían para dichos espectáculos desde hacía más de dos años. Ella fue testigo de la operación, pero no se molestó en denunciar nada: sabía que todos lo hacían y que cuanto más altos estaban en el escalafón social más grande era la cantidad, de la que retraían prudentemente una porción para los jueces amigos y conchabados con muchos de aquellos personajes famosillos.
El caso es que siguió hasta la taberna. Allí se encontró con Sreekh, que se había pasado cuatro pueblos con la leche de burra, hasta que le dio por probar una bebida espiritosa hecha de zumo de manzana dejado fermentar durante unos meses y que ofrecía gratis, en plena campaña de lanzamiento al mercado, un misterioso y emperifollado hombretón (por gordo, no por alto) que llevaba unas antiparras, el cual, con voz meliflua, animaba a los clientes no sólo a probarla, ya que además deslizaba en el oído de la gente su intención de presentarse para las próximas elecciones, animándola a votarlo y desbancar así del gobierno de la comarca al representante oficialista del señor de la villa.
Cuando Sreekh se acercó a por el vigésimo segundo vaso de aquella bebida, que echó al estómago de un solo trago, oyó como el pérfido y zalamero político le susurraba a su adonis promesas sobre hacer un puerto en el río, prohibir la caza y la pesca de salmón al vulgo, montar una cadena de comida rápida típica de la zona - bocadillos de chorizo, tortilla de patata y manzana asada- con dinero público que podían administrar entre los dos, e incluso le murmuró algo sobre hacer de aquella tierra un fututo plató natural para jóvenes artistas, en el que habría que invertir algún dinero y luego aportar algunas subvenciones, pero que no todo tendría por qué llegar a las manos que debían de llegar.
Ella, mientras, no dejaba de mirarlo con un embeleso que le hacía babarse sin darse cuenta de que estaba poniendo perdido el cuello de su camisa. Incluso cuando ya no se tenía en pie y el hombre del zumo de manzana espiritoso no le hacía ya ni caso porque no había ni donde colgar un candil, ella le seguía sonriendo como una tonta del bote, pero sin atreverse aún a acercarse a él, que en esos momentos no conocía ya ni a su padre.
Por fin, al cabo de una media hora (no lo sabía con seguridad porque el reloj que llevaba no tendría pilas hasta bastantes años más tarde) lo vio apoyado contra la pared del fondo y empezar a deslizarse lentamente por ella hasta el suelo donde quedó tal cual, con la cabeza inclinada hacia adelante y las piernas torcidas en una posición inverosímil , mientras de su boca se descolgaban finos hilos de vómito.
Aquella fue su oportunidad, la que siempre había esperado. Era verdad que él nunca le había hecho ni puto caso, pero esa noche...
Se acercó hasta él, le limpió la boca y la barbilla y lo ayudó a levantarse; luego le agarró por la cintura con el brazo derecho y, poco a poco, lo fue arrastrando fuera de la taberna. Nadie se fijaba en ellos, ¿qué podía haber de interesante en un borracho y una chica enamorada?
Y, señores, que se me acaba otro capítulo. Esto no sé donde va a dar, pero todo se andará.
Sean felices y disfruten del día.

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