martes, 27 de abril de 2010

FELISA (Capítulo 22)

(De cómo Felisa sale del río)
La niña tocó con la mano el fondo, dándose cuenta de lo blandito que estaba y de como su extremidad se hundía en aquella masa lodosa producto de los detritus acumulados a lo largo de las últimas décadas en el cauce de un río que, hasta hacía unos cincuenta años, contaba su madre, había sido el preferido de los lugareños para pescar unas truchas o unos salmones con los que paliar el hambre en tiempos de necesidad, es decir, todo el año. ¡Y por más que pescaban, no se acababan, oye!.
Igual que ahora, pero sin artilugios eléctricos, ni redes, ni carburos, ni trajes de pesca submarina, ni lejías ni detergentes, ni residuos de plantas industriales, ni minas, ni etcéteras, que son los verdaderos culpables, a los que coadyuvan una población de nutrias que se multiplicó por milenta desde finales del XX, y de garzas y cormoranes, todos ellos y ellas protegidos y protegidas, a los que sólo les falta comer a la mesa de quienes dictan determinadas normas para que los inviten a una buena parrillada de pescad.-
Pero bueno, ¿a qué me meto yo en estos berenjenales de protector de la naturaleza? Nada, que la acabo cagando en cuanto las ideas que sueño se me escapan al papel. ¡Qué bien estaría calladito y haciendo caso al refrán "en boca cerrada no entran moscas"!
La niña no pudo evitarlo,¡qué asco! Más que nada por alejarse de tanta mierda, se lanzó hacía arriba, no fuera que le diesen vçomitos y tuviese que tragar parte de aquel líquido elemento en el que flotaba. Al fin, logró sacar la cabeza fuera y respirar un poco de aire. Con no poco esfuerzo, estirando y encogiendo los brazos y las piernas como había vistio hacer a su padre en el pequeño embalse del arroyo Picón, cuyas aguas se mantenían en buen estado de conservación, algunos sábados por la tarde. Esto sucedía cuando su mujer ya no lo soportoba ni siquiera en la cocina del olor que despedía después de varios días sin lavarse.
¡¡¡O te bañas o en esta casa no tocas nada!!!- solía decirle en aquellos instantes previos al paseo hasta el arroyo, sin dejarle poner ni un pie en casa. Y cuando su mujer decía nada, era nada, por lo visto. Asíq ue el padre de Felisa debía de querer tocar algo más que la comida, pues...¡al baño, patos! Y la cría y su hermano, con él, aunque éstos se bañaban en la orilla, donde no cubría más que un palmo.
Por eso la niña, acordándose de cómo nadaba su padre, lo imitó lo mejor que pudo hasta que por fin notó que sus pies tocaban aquel fondo lamoso y asqueroso. Se enderechó y salió pitando del río.
Una vez en la orilla, se sacó la ropa e intentó poner orden en ellas; era tal el hedor que despedían que más le apetecía quedarse desnuda que volver a ponérselas, pero por pudor...(aunque a ella aún no le habían explicado el significado de este concepto, pero le sonaba a algo propio en estos casos). Luego se descalzó y limpió los zapatos, cubiertos completamente de aquella masa pastosa y hedionda, con unos helechos cercanos.
Me imagino cómo quedarían rezongando y maldiciendo ante aquel acto tan vil que había condenado a unas plantas que, hasta ese momento, no se habían metido con nadie y vivían con sus congéneres en paz y armonía, a verse marginadas por las de su propia especie debido al asqueroso olor que desprendían. Ni las garrapatas, que huyeron como alma que lleva el diablo, quisieron saber más con ellos.¡Pobres!
Bueno, señores y señoras, el próximo será el 23. Y mientras, pásenlo bien, sean felices.

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