Esperando a Godot. Así estuve yo el fin de semana, como Didi
y Gogo, esperando por la nieve. “Aparentemente, no vendrá hoy, pero vendrá
mañana por la tarde”- les dice el muchacho.
Pues para mí este muchacho lo interpretaba el hombre del
tiempo, y daba igual el medio de comunicación o la hora. La sentencia era: nieve al
nivel del mar.
Durante la semana anterior, en prensa, radio y televisión,
se hartan de hablar del temporal de frío y nieve que iba a asolar durante el
fin de semana sobre todo el norte de España. Un frente frío procedente de
Centroeuropa se disponía a penetrar en la península e iba a dejar una parte de
ella, como quien dice, absolutamente blanca. Tal y como lo comentaban y
avisaban, iban a blanquear hasta los mapas de los partes meteorológicos.¡Lo
nunca visto!
Y llega el viernes de tarde. Algo de frío. “Ta cociendo
nieve”- decían algunos de mis amigos. Y yo asentía. Y me imaginaba el manto
albo que iba a cubrir mi pueblo no tardando mucho.
Por fin, llega la hora de retirar. Antes de coger cada uno el camino de su casa, “Mañana
amanece cubierto”, me dice uno de mis compañeros.
Al día siguiente, me levanto a las seis y media y lo
primero que hago es levantar la persiana para comprobar la gran nevada. ¡Ni
llovía siquiera! Miré al cielo y las nubes grises, oscuras como el plomo, parecía
que iban a hacer real la amenaza.”Tiene pinta de comenzar a echarla en
cualquier momento”. pensé mientras bajaba algo la persiana, dejándola
levantada algo así como treinta centímetros, por si acaso empezaba, poder
enterarme rápidamente.
Cuando salgo a la calle, me tengo que subir las solapas
del chaquetón. El frío es intenso. Mis ilusiones vuelven. “Con este frío,
seguro que nieva antes de mediodía”. Pero pasa la mañana del sábado mientras en
la tele, en la radio y en la prensa continúan con la misma amenaza naranja para
no sé cuantas provincias españolas.
A última hora de la tarde, después de ver el partido del
Sporting, ¡qué cosas, ganó tirando una sola vez a puerta!, alguien comenta: “¡Calentó
el tiempo!”. “Para que nieve, tiene que calentar primero”-le respondo yo, que
seguía con las mismas ganas de ver la blancura de los copos como a principios
de semana cuando comenzaron a avisar del temporal.
“Bueno, de esta noche no pasa”.-cavilé para mis adentros.
Cuando regreso a casa, ya me imaginaba la mañana de domingo
caminando sobre una cuarta de nieve por las calles. Al tiempo pienso “¡Joder,
otro domingo malo! Adiós mercado. Llevamos tres meses que no libra un domingo
sin que llueva. ¡Vaya mala suerte que tiene esa gente! Pero la nieve es la nieve y un día es un día.”
Y a las seis de la mañana del domingo estoy levantando
nuevamente la persiana. Nada. Pero nada de nada. Absolutamente impoluto el
patio que veo desde ella. Ni mojado siquiera.
“¿Pero qué mierda de previsiones meteorológicas hacen
estos tíos? Coño, que dejan a uno con la miel en los labios. ¡Quiero ver nevar
en mi pueblo!” -Ya estoy cabreado con todos los hombres y
mujeres de tiempo que estos días han transitado por todos los platós, por todas
las emisoras y por todas las prensas. No es cuestión de ir a diez o doce
kilómetros a ver la nieve, que eso no tiene gracia. Es como si un obrero está
al paro y le dicen que tiene trabajo a diez o doce fronteras de su país; que
no, que no es eso que quiere tenerlo dentro de sus fronteras, no ir por ahí a ver
lo que hay.
“Bueno, aún es domingo. A lo mejor a lo largo del día…!- Aún
la confianza no la había perdido.
Y pasan las horas…Ni medio copo despistado que mis ojos
pudiesen ver.
¡Vaya alerta de las narices! ¡Mira que tengo pisada la
nieve a lo largo de mis años de trabajo por pueblos de Tinéu, pero…con las
ganas que tenía de verla aquí!
Hoy, lunes, frío y con alguna llovizna cuando salgo a por
el periódico y el pan. Y, ¡sorpresa!, a eso de las doce de la mañana, sin que
se la esperase, porque ya no tenía esperanza ninguna, por fin veo nevar en mi
pueblo. En ningún parte del tiempo habían dicho que podía pasar. Dura un par de
minutos nada más, pero me coge con la ventana con la persiana subida. Dos minutos
con las narices pegadas al cristal. La espera mereció la pena. Más vale tarde
que nunca. Pero, coño, podían haber acertado, que estuve todo el fin de semana
a punto de que me diese un síncope. Y a mis años, ya no está uno para estos trotes.
No obstante, aunque hubo que estar esperando varios días, por fin apareció Godot, poco tiempo, pero menos da una piedra. El que no se consuela es porque no quiere, que...¡anda, que el que esté esperando por los brotes verdes!
Que pasen un buen día. Un saludo.
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