El presidente de la CEOE, el Sr. Rosell, cuando habla deja
más que contentos a todos los socios de su confederación. No sé cuantos son,
pero estarán más que satisfechos con el mandamás sucesor de Ferrán. Ya se estarán
frotando las manos pensando en lo que pueden lograr con este Gobierno, abriendo
cuentas en un país de esos donde nadie sabe nada de nadie y contando los
billetes que van a meter en ella.
Otra cosa es lo que piensan los trabajadores. A la vista de
sus últimas declaraciones, es un peligro para la salud económica de todos
cuantos viven de un sueldo, de la gente que recibe una nómina al mes y cuyo
montante económico es el que es, e incluso de aquellos que están cobrando un
subsidio de desempleo.
¡Ay, si esta gente ahogada por esos miserables pudieran
hacer como muchos de los socios y amigos, seguro, de este Rosell! ¿Se habrá
preguntado por casualidad dónde ha ido el dinero que salió de España durante los
últimos años? Solo le faltaba decir que lo han llevado a Suiza o a Panamá aquel
electricista, o aquel albañil, o aquel funcionario, o aquel soldador, o aquel
dependiente desalmado que no piensa en España ni en sus ciudadanos, solamente
en su egoísmo personal. La culpa es de ellos.
Ahora que unas 30.000 personas, según Hacienda, se han
puesto al día con la Agencia Tributaria gracias a la amnistía que Montoro y Cía.
se sacaron de la manga, no se le oyó decir ni palabra de sus camaradas, de los
que se hallan en ese brete si ahora se descubre el nombre de todos cuantos se
han aprovechado de las ventajas que les ofreció el Gobierno.
Pero no. Rosell se lanza a tumba abierta, quien sabe si
para desviar la atención de lo anterior, y suelta que si lo dejasen a él la
legislación laboral la cambiaba en una semana. ¡Pobres de nosotros! Acabaríamos
diciendo sí, bwana a nuestros queridos socios de la CEOE tirándonos por el
suelo para servirles de alfombra y agradeciéndoles con un besamanos continuo el
que nos dejasen comer de vez en cuando un mendrugo de pan caído de su mesa.
El primer paso sería restringir el derecho de huelga. Hay
que acabar con tantas horas dilapidadas por protestar unas condiciones laborales
esclavizantes u unas medidas encaminadas a terminar con el estado del bienestar, con al educación,
con la sanidad, etc. Si por él fuera, no habría más huelgas, Todo se privatizaría,
como ya han empezado los gobiernos a hacer desde hace años, y al que no esté de
acuerdo con sus condiciones laborales a engrosar la lista del paro. Total el Sr.
Rosell no cree en el Instituto Nacional de Estadística ni en las cifras de la
EPA, todo es un cuento del gobierno y de los sindicatos. Me gustaría verlo en
el medio de un gran círculo compuesto por todo los parados de este país para
que los contase uno a uno. Y luego que les explicase que muchos de ellos no
tienen intención ninguna de trabajar aunque se apunten en el paro, que lo único
a lo que aspiran es a vivir del cuento, y que allí hay muchos amos y amas de
casa que cumplen con sus labores, como hace décadas se escribía en la profesión
de la mayoría de las mujeres de este país, y que no tienen derecho a apuntarse
para obtener lo que les caiga.
Lo mismo le sucede con los funcionarios, ¡qué tirria les tiene, Señor!, la grasa hay que
echarla para casa. No sabe cuántos sobran, pero se lanza con trescientos o
cuatrocientos mil como si nada. Más aún, defendería también que se les dé un
subsidio a todos y así se ahorra en papel, teléfono y en la creación de leyes
que a él no le gustan.
Este señor es un impresentable. No se puede permitir que
salga ni siquera en ningún medio de comunicación
diciendo estas barbaridades que lo único que hacen es soliviantar más de lo que
están a los millones de trabajadores que han visto recortado su salario y
aumentado sus gastos corrientes por culpa de gente como él o se han quedado sin
trabajo por culpa de muchos de sus amigos que guardaron el dinero en paraísos fiscales.
Lo que el estado debería de hacer de una vez por todas es
justo lo contrario de lo que hace ahora: las empresas de estos corruptos o de
estos impresentables hay que nacionalizarlas y luego entregárselas a los
trabajadores, y a los dueños malandrines mandarlos a vivir a debajo de un
puente un día de riada de las gordas, que se arreglen como puedan, para que
sepan como se arreglan hoy muchos españoles.
Perdonen mi mala leche, pero no lo soporto, es superior a
mis fuerzas; nada más verle el careto, me pone de mala hos…
Pasen un buen día y
no hagan mucho caso a lo anterior.
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