viernes, 8 de febrero de 2013

LA BOQUITA DE ROSELL

El presidente de la CEOE, el Sr. Rosell, cuando habla deja más que contentos a todos los socios de su confederación. No sé cuantos son, pero estarán más que satisfechos con el mandamás sucesor de Ferrán. Ya se estarán frotando las manos pensando en lo que pueden lograr con este Gobierno, abriendo cuentas en un país de esos donde nadie sabe nada de nadie y contando los billetes que van a meter en ella.
Otra cosa es lo que piensan los trabajadores. A la vista de sus últimas declaraciones, es un peligro para la salud económica de todos cuantos viven de un sueldo, de la gente que recibe una nómina al mes y cuyo montante económico es el que es, e incluso de aquellos que están cobrando un subsidio de desempleo.

¡Ay, si esta gente ahogada por esos miserables pudieran hacer como muchos de los socios y amigos, seguro, de este Rosell! ¿Se habrá preguntado por casualidad dónde ha ido el dinero que salió de España durante los últimos años? Solo le faltaba decir que lo han llevado a Suiza o a Panamá aquel electricista, o aquel albañil, o aquel funcionario, o aquel soldador, o aquel dependiente desalmado que no piensa en España ni en sus ciudadanos, solamente en su egoísmo personal. La culpa es de ellos.
Ahora que unas 30.000 personas, según Hacienda, se han puesto al día con la Agencia Tributaria gracias a la amnistía que Montoro y Cía. se sacaron de la manga, no se le oyó decir ni palabra de sus camaradas, de los que se hallan en ese brete si ahora se descubre el nombre de todos cuantos se han aprovechado de las ventajas que les ofreció el Gobierno.
Pero no. Rosell se lanza a tumba abierta, quien sabe si para desviar la atención de lo anterior, y suelta que si lo dejasen a él la legislación laboral la cambiaba en una semana. ¡Pobres de nosotros! Acabaríamos diciendo sí, bwana a nuestros queridos socios de la CEOE tirándonos por el suelo para servirles de alfombra y agradeciéndoles con un besamanos continuo el que nos dejasen comer de vez en cuando un mendrugo de pan caído de su mesa.
El primer paso sería restringir el derecho de huelga. Hay que acabar con tantas horas dilapidadas por protestar unas condiciones laborales esclavizantes u unas medidas encaminadas a terminar  con el estado del bienestar, con al educación, con la sanidad, etc. Si por él fuera, no habría más huelgas, Todo se privatizaría, como ya han empezado los gobiernos a hacer desde hace años, y al que no esté de acuerdo con sus condiciones laborales a engrosar la lista del paro. Total el Sr. Rosell no cree en el Instituto Nacional de Estadística ni en las cifras de la EPA, todo es un cuento del gobierno y de los sindicatos. Me gustaría verlo en el medio de un gran círculo compuesto por todo los parados de este país para que los contase uno a uno. Y luego que les explicase que muchos de ellos no tienen intención ninguna de trabajar aunque se apunten en el paro, que lo único a lo que aspiran es a vivir del cuento, y que allí hay muchos amos y amas de casa que cumplen con sus labores, como hace décadas se escribía en la profesión de la mayoría de las mujeres de este país, y que no tienen derecho a apuntarse para obtener lo que les caiga.
Lo mismo le sucede con los funcionarios, ¡qué tirria les tiene, Señor!, la grasa hay que echarla para casa. No sabe cuántos sobran, pero se lanza con trescientos o cuatrocientos mil como si nada. Más aún, defendería también que se les dé un subsidio a todos y así se ahorra en papel, teléfono y en la creación de leyes que a él no le gustan.
Este señor es un impresentable. No se puede permitir que salga ni siquera en ningún  medio de comunicación diciendo estas barbaridades que lo único que hacen es soliviantar más de lo que están a los millones de trabajadores que han visto recortado su salario y aumentado sus gastos corrientes por culpa de gente como él o se han quedado sin trabajo por culpa de muchos de sus amigos que guardaron el dinero en paraísos fiscales.
Lo que el estado debería de hacer de una vez por todas es justo lo contrario de lo que hace ahora: las empresas de estos corruptos o de estos impresentables hay que nacionalizarlas y luego entregárselas a los trabajadores, y a los dueños malandrines mandarlos a vivir a debajo de un puente un día de riada de las gordas, que se arreglen como puedan, para que sepan como se arreglan hoy muchos españoles.
Perdonen mi mala leche, pero no lo soporto, es superior a mis fuerzas; nada más verle el careto, me pone de mala hos…
Pasen un buen día y no hagan mucho caso a lo anterior.

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