viernes, 15 de febrero de 2013

LA CHIMENEA

Ayer vi al niño de cuatro años delante de un folio en blanco, con un rotulador sujeto con la mano derecha y con la mejilla izquierda apoyada sobre la palma de la mano izquierda, muy pensativo, devanándose los sesos pensando qué me iba a dibujar. No hacía más de  un minuto que me había dicho que quería pintar, que no quería ver más la película de Spiderman en el ordenador, que lo había puesto “quieto” para verlo más adelante, pero que ahora, me repitió, quería pintar.
Fui a la habitación donde tengo varios cuadernos y un par de estuches abarrotados de rotuladores, lápices plásticos de colores, gomas y tajalápices, que guardo para cuando  vienen a casa mis dos pseudonietos (lo son, nietos de verdad, de mi cuñado: una niña de seis años y este de cuatro que es ahijado de mi mujer); me acerqué con uno de los estuches hasta la mesa del ordenador donde el crío ya tenia preparado el folio que había sacado del paquete que guardo junto a la impresora.
Ahora, una vez abierto el estuche, se había decidido por un rotulador rojo esperando, digo yo, a que viniese alguna musa inspiradora para crear ese dibujo que me iba a hacer.
Por fin, se lanzó a ello; primero fue una raya vertical centrada en el folio, más o menos recta y de unos diez centímetros; luego otras dos paralelas trazadas hacia la derecha desde cada extremo de la anterior, formando ángulos que se querían aproximar a los noventa grados, aunque el trazo era irregular, de unos diez o doce centímetros; y por fin, otra vertical para acabar de cerrar aquel rectángulo, un poco abombada para poder unir los extremos de las líneas inferior y superior que no le habían quedado muy igualadas.
Levantó al cabeza hacia mí, con media sonrisa en la cara, pero sin decirme nada.

-¿Qué has dibujado? –le pregunté- ¿Qué es, una caja?
Me miró un tanto asombrado pensando, supongo yo, por el gesto que puso, que yo era un poco tonto al no saber lo que él había representado, pero siguió callado. Se centró nuevamente en el dibujo y trazó una línea oblicua hacia arriba desde el vértice superior izquierdo de unos siete u ocho centímetros; después, desde el vértice superior derecho, se afanó en dibujar otra nueva línea que fue a unirse al extremo de la anterior. Ahora la figura dibujada se asemejaba a una caja, con un sombrero triangular encima.
Volvió otra vez la cara hacia mí.
-¿Zabez qué ez, Luiz?
Yo me lo imaginaba, una casa. Pero para seguir con el juego, puse cara de intriga e hice un gesto con los labios como dándole a entender que aún no lo sabía, que aquello para mí era un misterio.
-Veraz, voy a pintar maz cozaz.
Y automáticamente dibujó dos cuadraditos de lados más o menos rectos, más bien menos que más, que harían de ventanas en la planta baja y otras dos un poco mayores sobre ellas en la planta superior. Tras un par de segundos con la mirada fija en su dibujo, volvió a la carga: se le había olvidado la puerta, que ahora quedaba centrada sobre la línea inferior, entre las dos ventanas pequeñas.
Entonces volvió a mirarme.
-¿A que la vez?
-¡Ahora sí, ya caigo!- exclamé con cara de alegría y media sonrisa, como si por fin hubiese caído de la burra- ¡Es una casa!- le contesté muy ufano, como si hubiese adivinado el significado de aquellas rayas gracias a sus últimos cuadraditos.
Y él rió con la boca y con los ojos. Cogió a continuación otro rotulador, esta vez verde, y empezó a pintar el tejado y la fachada, todo menos las ventanas. Luego echó mano al rotulador amarillo y pintó las ventanas.
-Zon laz habitacionez, que eztán pintadaz de amarillo.- me contó, mientras se mordía el labio inferior concentrado en no salirse de las líneas que había trazado.
Cuando acabó me miró orgulloso.
-Ahora voi a ver a Ezpiderman.
Pero antes de que pulsara el ratón para echar a andar otra vez la película, no me contuve y metí la gamba como estaba mandado, como muchas veces los mayores, que creemos que tenemos siempre razón cuando hablamos o les explicamos cosas a los niños.
-Espera, que te falta la chimenea- Y con el rotulador rojo se la dibujé sobre la línea oblicua que marcaba el tejado de la derecha.
Se me quedó mirando muy serio, sin  entender lo que yo había hecho.
-¿Qué ez ezo, Luiz?
-La chimenea, por donde sale el humo de la cocina.
Y entonces su rostro mostró el más raro gesto de estupefacción que le había visto en toda su vida.
-¿Qué ez, pa zi ze quema la caza, Luiz? Entoncez tenemoz que zalir corriendo.
-No, mi vida, es para que el humo que produce la leña o el carbón en la cocina, cuando cocinamos, salga afuera y no se quede en casa, que entonces no respiramos.
-No, Luiz. En caza no hay humo. La cocina hay que enchufarla. No hay leña…Y carbón tampoco, porque  fuimoz buenoz y los Reyez no lo trajeron.
-Claro- me debí quedar patidifuso, sin saber muy bien qué contestarle. Mi cara debía ser todo un poema. ¿Cómo le explicaba a este crío lo de la cocina de leña y carbón si toda su vida había vivido en una casa con otras comodidades impensables en mi infancia? Si hoy en día todo funciona con electricidad o gas natural, ¿cómo extrañarse de que una casa dibujada por un chiquillo no tenga chimenea?
Cuando iba a contarle, o por lo menos a comentarle, algo sobre el humo y la cocina, ya él había cogido el ratón y había reanudado la película; ya no tenía ojos más que para los vuelos, ayudado por las telarañas lanzadas desde la muñeca, de su Ezpiderman.
Lo dejé mientras cavilaba sobre ello. ¡Cuántas cosas van desapareciendo de nuestras vidas! ¡Cuántas han pasado a la historia, quedaron relegadas al olvido, a los estudios antropológicos, desde hace solamente cuarenta años acá! ¡Cuántas cosas queremos que los niños sepan, pese a que para ellos no tengan sentido! ¡Cómo pasan los años!
Un saludo y disfruten del día.

 

 

1 comentario:

  1. Sencillamente GENIAL y el neñu "como siempre" dando lecciones a los mayores

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