jueves, 14 de marzo de 2013

HABEMUS, HABEMUS,...


Habemus, habemus otra persona sentada en ese trono que  llaman de San Pedro. Este pontífice, que va a tener que convivir con el anterior, llegó de Argentina y cuenta nada menos que con 76 años y pico. ¡Viva la juventud y su representación en la Iglesia, que no olvidemos que la forman todos cuantos pertenecen a ella, no solo los cardenales, obispos y demás de sotana!
Hace unos días me preguntaba cuál sería la media de edad de los cardenales del cónclave, ¡ufff!,, ese lugar donde más que el Espíritu Santo, que también tiene unos dos mil años, ¡viejo, viejo, eh!, lo que se trata es de nombrar a aquel que mejor le vaya al grupo que quiere seguir mandando o al del otro grupo que aspira a heredar ese poder. Como tienen tiempo, si no se ponen de acuerdo en uno o en otro, se elige de tapadillo al primero que pase por allí en ese momento, mientras ellos siguen conspirando unos cuantos años más para intentar arrimar el ascua a su sardina y reintentarlo en la próxima edición.
Ustedes se imaginan que en unas elecciones en cualquier país democrático un partido presente a Presidente de gobierno a alguien con esa edad o similar. ¿Qué diríamos los votantes de semejante desatino? ¿Qué pensarían los jóvenes?
Pues en la Iglesia, la que tiene su sede en el Vaticano, que es donde se maneja todo a espaldas del católico de la calle, hacen al revés que en cualquier país medio civilizado. Pero bueno, tampoco puede presumir de democracia, que allí lo único que existe es lo que ellos podría denominar como un régimen especial, la espiritucracia, que hasta ahora ha tenido más sombras que luces a lo largo de la historia de sus doscientos y pico elegidos. Y no quiero pensar que en los papados de sombras haya participado el Espíritu Santo, porque menudo papelón que tendría para explicárselo a su Superior. Y si no participó en esas sombras, tampoco creo que se haya metido en líos con las luces. ¡Allá ellos con su libre albedrío!- habrá dicho sin perder un segundo en mirar para ellos. Por lo tanto, como el libro albedrío de libre no tiene nada, pues eligen los que quieren el dinero y el poder.
¿Seguir a Cristo? ¡Hostias en vinagre! Cuando a Jesús se le acercó un hombre muy rico y le preguntó que tendría que hacer para ser su discípulo, le respondió que entregara todo su dinero a los pobres y luego lo siguiera. ¿Hay alguno de estos por ahí? ¿Hay alguien en casa, señores? ¡Ja!, si cuadra, se quedan con mil y dan uno de limosna y, si el día se presenta con opción de algún negocio de alta rentabilidad, pues además se aporrean el pecho con su puño dándose golpes pidiendo perdón por sus pecados, mientras con la otra mano firman los papeles del siguiente negocio que le harán un poco más rico. Y, ¡oh, Jesús!, otro euro para el cepillo de San Judas.
Se imaginan a Cristo viniendo a la Tierra y acercándose al Vaticano. ¿Recuerdan cuando cogió un látigo y echó del templo a todos los ladrones y mercaderes que allí había?
Sean felices y pasen un buen  día.

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