A Eufemiano Fuentes le ha caído la pena que le ha caído
porque las leyes antidopaje en España permitían lo que permitían. Está claro
que, como han denunciado algunos deportistas de élite ante el fallo judicial,
este puede ser considerado casi como una broma de mal gusto o una tomadura de
pelo, si no fuese por la gravedad de los hechos, continuando en el anonimato quienes han
sido verdaderamente culpables de haberse metido algún tipo de droga en el
cuerpo para lograr destacar en sus deportes. Pero seguramente la culpa no estuvo en quien juzgó, sino en unas leyes inapropiadas y obsoletas como muchas otras
que aún quedan en nuestro país, que protegen actuaciones como estas y otras
incluso peores. Esta clase de actuaciones es la que hace que uno dude hasta de su propia sombra cuando conoce los éxitos conseguidos.
La vergüenza de nuestro estado, ese que dicen de derecho,
el que para más inri quiere gastar una millonada en unos Juegos Olímpicos en
Madrid, es que no se castiga
con la suficiente contundencia a los tramposos ni tampoco se plantea como uno
de los objetivos más cercanos hacerlo por más que nos lo repitan a todas horas como un mantra. A la gente ya no se la engaña, no quiere palabras bonitas sino hechos. En España se mira continuamente hacia otro lado y los miembros
de la Casa Real, los Presidentes y otros políticos buscan la fotografía
oportuna con ellos como si fuesen unos verdaderos héroes. No estaría de más que
los ciudadanos supiéramos a quienes aclamar por su fortaleza, honradez,
dedicación y pundonor en vez de subir a los altares a semidioses altivos que se
ríen de nosotros desde sus peanas.
Pero para eso debería de actuarse de otra manera: sin
miedo a abatir las imágenes de falsos tótems y erigiendo otros, aunque no levanten copas, ni obtengan medallas
de oro ni ganen millones. Que los hay, y muchos.
Hay un dicho japonés que dice algo así como que no sonreímos porque nos ha ocurrido algo bueno, sino que algo bueno nos podrá suceder si sonreímos. Así que alegran esa cara y disfruten del día.
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