jueves, 24 de enero de 2013

AFORISMOS Y POLÍTICA

He estado leyendo en un par de webs una serie de aforismos que me encantaron.Así que busqué aquellos que más me agradaron para intentar escribir el artículo de hoy, aforismos que hablan de las leyes, de la corrupción, del capital, de los políticos, de la vida en general. Si bien el contexto temporal no es el actual, bien se pueden extrapolar algunos de ellos que siguen estando vigentes a día de hoy. Y los hay que no tienen desperdicio.
A raíz de los sucesos de los últimos días con el caso Bárcenas y, por añadidura, los que de él se deriven, pienso que se va a resolver de la forma más fácil para todos echando la culpa a uno o a ninguno, buscando los recovecos que dejan libres al redactar las leyes con el fin de escabullirse por esos intersticios que, adrede, dejaron sus promulgadores. Ya decía Anne Robert Jacques Turgot que “de nada sirve proclamar leyes, si han de eludirlas los mismos que las proclaman”. Y Gerry Spence  añadía con cierta mala leche que “la función de la ley no es hacer justicia o preservar la libertad, sino mantener a los que detentan el poder en el poder”. También el pacifista Gandhi manifestó  creo que acertadamente que “la honestidad es incompatible con amasar una fortuna”. Y menos aún en tan poco tiempo si se quiere hacer creer que todo se hizo de forma legal, como es el caso del ex tesorero del PP. A no ser que le haya tocado la lotería. Y, usted, Sr. Presidente, que tanto ama a  Alemania, tal vez debería haber leído a Adenauer: “En política hay enemigos, enemigos mortales y compañeros de partido”. O sea, que fíjese bien en los que lo rodean si es verdad que no sabe nada de lo sucedido en esos años convulsos en los que Bárcenas amasó su fortuna. Patricia Cornwell hace años que escribió que “la raíz del mal es siempre el abuso de poder”. Pues bien, eso es justamente lo que se acostumbra siempre en el seno de los partidos políticos, en el suyo y en el de los demás, que no se permite la discusión de ideas, se elimina inmediatamente a cualquier disidente que ose defender opiniones distintas de las del líder y sus monaguillos, es decir, se abusa del poder. Y en este momento, después de los años que llevamos de partidocracia, como decía Séneca, ”lo que al principio eran vicios, ahora son costumbres”.

Por mi parte, cada vez que me pongo con uno de estos artículos y centro el tema en algún asunto de índole política nacional, no suelo ser muy complaciente con él. Me molesta infinitamente que estemos en un país en el que, parafraseando a Esopo, “colgamos a los ladrones de poca monta, pero a los grandes ladrones los elegimos para cargos públicos”.
En mi caso, como escribió Henry Louis Mencken, “es inexacto decir que odio todo. Estoy totalmente a favor del sentido común, la honestidad y la decencia común. Esto me hace inelegible para siempre a un cargo público”.
Pero en su caso y en el de la oposición tal vez sí valgan; podían entonces aprender algo de quienes también tuvieron en sus manos el gobierno de alguno de los países de nuestro entorno; por ejemplo, Churchill manifestó que “la democracia es la necesidad de doblegarse de vez en cuando a las opiniones de los demás”. ¿No sería conveniente que lo hicieran en este momento para tomar decisiones tan importantes como hay que tomar para atajar la crisis económica en que nos han metidos esos neblinosos mercados que nadie de la calle conoce, y acabar de una vez con la corrupción que los inunda a ustedes con leyes duras, sin agujeros por los que escaparse? Tal vez de esta manera los ciudadanos se sentirían más protegidos sabiendo que en vez que estar todos los días tirándose ustedes de los pelos sin hacerse daño, al menos alcanzan acuerdos aunque sean mínimos, para sacarnos del atolladero. Quién sabe, quizá nuestra opinión sobre ustedes sufra alguna modificación. Piense que, escribía Walt Whitman, “el mejor gobierno es el que deja a la gente más tiempo en paz”. Dejen por un tiempo sus rencillas a un lado y dedíquense a gobernar este país semicomatoso con más de seis millones de parados.                                                                                                                                                                   
Permítanme acabar, señores políticos, citando en primer lugar a Joubert que manifestó que “Aquellos que nunca se retractan de sus opiniones se aman más a ellos mismos que a la verdad”; en segundo lugar a Kant: “El sabio puede cambiar de opinión. El necio, nunca”. No sé si estos pensamientos les servirán de algo. Tengan en cuenta que “no se debe confundir la verdad con la opinión de la mayoría” (Jean Cocteau)  

Pásenlo bien. Un saludo.

1 comentario:

  1. ¡Jolín, chaval! cada dia estás mas científico y mas acertado. Digue y como dicen por ahí (desconozco el autor y no puedo dar la cita "tira p'alante" .
    Hermano mayor

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