He estado leyendo en un par de webs una serie de aforismos que me
encantaron.Así que busqué aquellos que más me agradaron para intentar escribir el
artículo de hoy, aforismos que hablan de las leyes, de la corrupción, del
capital, de los políticos, de la vida en general. Si bien el contexto temporal no
es el actual, bien se pueden extrapolar algunos de ellos que siguen estando
vigentes a día de hoy. Y los hay que no tienen desperdicio.
A raíz de los
sucesos de los últimos días con el caso Bárcenas y, por añadidura, los que de
él se deriven, pienso que se va a resolver de la forma más fácil para todos
echando la culpa a uno o a ninguno, buscando los recovecos que dejan libres al
redactar las leyes con el fin de escabullirse por esos intersticios que,
adrede, dejaron sus promulgadores. Ya decía Anne Robert Jacques Turgot que “de
nada sirve proclamar leyes, si han de eludirlas los mismos que las proclaman”.
Y Gerry Spence añadía con cierta mala leche que “la función
de la ley no es hacer justicia o preservar la libertad, sino mantener a los que
detentan el poder en el poder”. También el pacifista Gandhi manifestó creo que acertadamente que “la honestidad es
incompatible con amasar una fortuna”. Y menos aún en tan poco tiempo si se
quiere hacer creer que todo se hizo de forma legal, como es el caso del ex
tesorero del PP. A no ser que le haya tocado la lotería. Y, usted, Sr.
Presidente, que tanto ama a Alemania,
tal vez debería haber leído a Adenauer: “En política hay enemigos, enemigos
mortales y compañeros de partido”. O sea, que fíjese bien en los que lo rodean
si es verdad que no sabe nada de lo sucedido en esos años convulsos en los que
Bárcenas amasó su fortuna. Patricia Cornwell hace años que escribió que “la
raíz del mal es siempre el abuso de poder”. Pues bien, eso es justamente lo que
se acostumbra siempre en el seno de los partidos políticos, en el suyo y en el
de los demás, que no se permite la discusión de ideas, se elimina
inmediatamente a cualquier disidente que ose defender opiniones distintas de
las del líder y sus monaguillos, es decir, se abusa del poder. Y en este
momento, después de los años que llevamos de partidocracia, como decía Séneca, ”lo
que al principio eran vicios, ahora son costumbres”.
Por mi parte, cada vez que me pongo con uno de estos
artículos y centro el tema en algún asunto de índole política nacional, no
suelo ser muy complaciente con él. Me molesta infinitamente que estemos en un
país en el que, parafraseando a Esopo, “colgamos a los ladrones de poca monta,
pero a los grandes ladrones los elegimos para cargos públicos”.
En mi caso, como escribió Henry Louis Mencken, “es
inexacto decir que odio todo. Estoy totalmente a favor del sentido común, la
honestidad y la decencia común. Esto me hace inelegible para siempre a un cargo
público”.
Pero en su caso y en el de la
oposición tal vez sí valgan; podían entonces aprender algo de quienes también tuvieron
en sus manos el gobierno de alguno de los países de nuestro entorno; por
ejemplo, Churchill manifestó que “la democracia es la necesidad de doblegarse
de vez en cuando a las opiniones de los demás”. ¿No sería conveniente que lo
hicieran en este momento para tomar decisiones tan importantes como hay que
tomar para atajar la crisis económica en que nos han metidos esos neblinosos
mercados que nadie de la calle conoce, y acabar de una vez con la corrupción
que los inunda a ustedes con leyes duras, sin agujeros por los que escaparse?
Tal vez de esta manera los ciudadanos se sentirían más protegidos sabiendo que
en vez que estar todos los días tirándose ustedes de los pelos sin hacerse daño,
al menos alcanzan acuerdos aunque sean mínimos, para sacarnos del atolladero.
Quién sabe, quizá nuestra opinión sobre ustedes sufra alguna modificación.
Piense que, escribía Walt Whitman, “el mejor gobierno es el que deja a la gente
más tiempo en paz”. Dejen por un tiempo sus rencillas a un lado y dedíquense a
gobernar este país semicomatoso con más de seis millones de parados.
Permítanme acabar, señores
políticos, citando en primer lugar a Joubert que manifestó que “Aquellos que
nunca se retractan de sus opiniones se aman más a ellos mismos que a la
verdad”; en segundo lugar a Kant: “El sabio puede cambiar de opinión. El necio,
nunca”. No sé si estos pensamientos les servirán de algo. Tengan en cuenta que
“no se debe confundir la verdad con la opinión de la mayoría” (Jean Cocteau)
Pásenlo bien. Un saludo.
¡Jolín, chaval! cada dia estás mas científico y mas acertado. Digue y como dicen por ahí (desconozco el autor y no puedo dar la cita "tira p'alante" .
ResponderEliminarHermano mayor