Iba siendo hora. Por fin amaneció un día más o menos soleado, con unas
temperaturas deliciosas que animaban a pasear por las avenidas junto al río
Cubia o el Martín. Solo había un aquel, el de los animalitos ladradores, esos
grandes amigos de determinados hombres y mujeres, que, sueltos, sin correa ni
bozales, como mandan las normas, corren por esos paseos sin control, se meten
entre las piernas de los que paseamos dedicados a otras cosas o se lanzan a los
prados a izquierda o a derecha a hacer sus necesidades, cuando no en el mismo
paseo, que es a lo que los sacan sus dueños. Me da asco, qué quieren que les
diga, esa gente que desprecia olímpicamente el derecho de los demás a tener un
entorno como es debido amparándose en su amor a los animales. Desde siempre, he
visto a dueños de perros que van junto a ellos y recogen sus plastas. Acaban en
la primera papelera o en el primer contenedor. Pero sigue habiendo gente que
disfruta y anima a sus grandes amigos para que excreten en cuanto puedan, y
además los felicitan en cuanto lo hacen, como si fuesen niños que piden pis por
primera vez en su vida en vez de hacérselo por ellos. El resto de ciudadanos
que no compartimos ese afán de protección tan desmesurado hacia los perros nos
enfrentamos en más de una ocasión al zigzag obligatorio si no queremos acabar
pisando la mierda que alegremente y entre gritos de dicha de sus dueños han
expulsado de sus cuerpos estos animalitos.
Ya puede haber bandos municipales notificando las posibles
multas que puede acarrear esa conducta vergonzosa de los amos, que se los
saltan a la torera ya que saben que nadie se encarga de velar porque se cumplan
esas normas.
Y de difícil, nada. Es cuestión de voluntad, no solo de
papeles por las paredes. Lo tendrían fácil: hay determinados lugares y a determinadas
horas en que este asqueroso ejemplo antisocial se produce. No habría más que
controlar un poco y hacer cumplir las normas. Todos tenemos derechos, pero en
estos casos los derechos se los llevan todos ellos los “amantes de los animales”,
de los perros en particular, que disfrutan de privilegios especiales en lugares
tan poco adecuados como los parques, los paseos o incluso las aceras. Sueltos,
a las carreras, y haciéndoselo donde quieren. Gracias que aún a nadie le dio
por tener de mascota un elefante. Se imaginan que proliferase esta clase de
animalitos. Es cuestión de que los pongan de moda cuatro tontitos/as. Y ya me imagino que no vivirían en la casa,
sino que los tendrían atados a la puerta del portal o dentro incluso de él. Y saldrían a darle una vuelta para que
evacuara, eso sí, siempre lejos de sus propias casas, para no manchar su calle
pero sin importarles las de los demás.Viviríamos debajo de la mierda elefantina. Y tendríamos que callar o seríamos acusados de cualquier cosa.
¿No habrá manera de educar a determinados dueños?
Disfruten
del día. Un saludo.
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