viernes, 4 de enero de 2013

(IN)DEPENDENCIA


Me congratula y al tiempo me asombra que aún haya gente que cree en la independencia. Muy loable esa aspiración si no fuese porque es una tremenda y burda ilusión que se esfuma inmediatamente en cuanto se piensa el significado de ese concepto, su verdadero significado. En este instante, en nuestro mundo, la independencia es una verdadera falacia. No existe. En ningún lugar del mundo la hay.  Ha desaparecido hace ya muchos años, si es que alguna vez existió.
Es muy bonito hablar de ella, maravilloso pensar en esa utopía encaminada desde el primer momento al fracaso, es extraordinario reflexionar sobre ella creyendo que nos dará más libertad. Es de tontos siquiera pensarlo. Y de inocentes que con los ojos cerrados y los oídos sordos les hacen caso a esos tontos.
Todos somos dependientes, todos formamos parte de un todo dirigido desde las sombras. Todos conocemos a nuestro dueño y todos lo reverenciamos, ¡cómo no! Nos han enseñado a vivir así y ahora no hay manera de salir de esta realidad. Es simplón pensar que una revolución sería lo ideal. Si la hubiese, iba estar dirigida por los mismos que hoy nos rigen. Están preparados para todo, saben y evalúan las posibles consecuencias de sus actos. Y no desmayan como nosotros, simples humanos pisacalles, en sus objetivos. Van mil pasos por delante del ingenuo mortal.

El mundo está formado hoy, como siempre, por cangilones, los cangilones de una gigantesca noria tirada por un burro o un mulo o un caballo al que llamamos euro, dólar, o como queráis. Y el dueño del animal es quien nos mueve. Podemos estar arriba, en lo alto de la noria cuando arrean al bicho, o en el fondo ahogándonos. Todo es cuestión de la cantidad de agua que el cangilón saque a la superficie, la cantidad de sudor que sale de ese pozo freático lleno a reventar de los sudores de todos los hombres transformados por una especie de método alquímico en nuestro pan. Solo los que se pliegan a seguir sacando agua hasta que la sed de esos dueños sea completamente matada, serán los que tendrán derecho a las migajas, a los restos, a un sorbo para seguir tirando. Y esos amos siempre tienen hambre y sed, pero no de justicia precisamente. Han aplicado de forma inflexible aquella variante de la máxima bíblica que, según me contó Fonsu, dijo el genial Cantinflas en una de sus películas: “Ganarás el pan con el sudor de los de enfrente”. Y los de enfrente somos casi todos los seres humanos que poblamos esta tierra. Y cuando unos cangilones se vacían, los sumergen en esa sima agobiante de donde extraen otros nuevos que les den más juego.

La Historia nos ha demostrado a lo largo de miles de años lo mismo que sucede ahora. Siempre la tierra estuvo dirigida por lo mismo, desde el hombre de neandertal hasta este hoy tan presumido homo sapiens sapiens, por el afán de riquezas y de poder, y estos se consiguen con la dictadura de las ideas. Soy un escéptico absoluto ya que considero que nosotros no lo vamos a cambiar porque no hay modo de hacerlo. Si un día, en vez de beber un sorbo del agua, bebemos dos, ya podemos estar contentos, incluso en nuestra ignorancia damos las gracias y besamos la mano de aquel que, seguro que por descuido, nos dejó aquel sorbo suplementario. Tal vez ese día no pasemos tanta sed. Pero hambre, toda la vida: hambre de libertad, la palabra mágica con la que algunos soñadores quieren cambiar el mundo; algunos soñadores que acaban sentados en la misma mesa de los dueños del burro, si no lo están ya.

A mí no me engañan, no sé a ustedes. He preferido vivir acoplándome a esta realidad que me rodea, intentando ser todo lo feliz que se puede, antes que morir y ser un héroe más de esos que en los cementerios tienen puesta una placa. Porque el tiempo y quienes escriben la Historia todo lo borran o lo cambian. Nada es verdad o es mentira, pero siempre seguirá siendo nada.. Y morir por nada es una estupidez. Incluso hacerlo por el concepto quimérico de la  independencia o de la libertad.
Es muy encomiable soltar frases del tipo “vale más morir de pie que vivir de rodillas”. Pero en realidad nuestro sino es morir en cualquier posición, mientras que vivir lo hacemos arrastrándonos al paso del caracol, dejando tras de nosotros marcada la senda recorrida, una senda que se esfuma fugazmente al cabo de un instante.  
¡Qué se le va a hacer! Siempre seremos los de enfrente.

No sé si me explico, pero tengo el día un poco pelma. Pásenlo bien, que no tienen culpa de nada. Sean felices, libres e independientes.

 

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