Habían comenzado
a desparecer las sombras nocturnas, el albor asomaba por encima de la sierra
oriental y la claridad descubría paulatinamente lo que se escondía bajo la
oscuridad inmensa de la noche invernal.
Una lechuza dejó
oír su grave craqueo lastimero desde el tejado de la casa de Hombre sin
Piernas, en cuyo desván anidaba desde el invierno pasado, después de haber
sufrido la ira de un cazador que había destruido su nido anterior en Risco
Agudo.
De entre el
matorral, tras el Templo de la Verdad, surgieron los últimos ladridos gimientes
de un zorro, que se había acercado hasta el basurero en busca de algún supuesto
y casi imposible resto de comida que hubiesen podido dejar los perros del
pueblo, después de una noche aciaga en la que solo había logrado acometer a una
liebre que se le escurrió en el último suspiro dejándolo exhausto y sin el ánimo
necesario para continuar la caza una vez más.
A lo lejos se
oyó el último de los aullidos de aquella noche procedente del Bosque del Agua
que daba cuenta de la retirada momentánea de la manada hacia sus loberas para
recuperar fuerzas después de la larga caminata que les había llevado hasta las
cercanías de la Cueva del Musgo, casi junto a la capital, y dejado a un pastor
sin cuatro ovejas que pastaban al lado del redil, a unos cientos de metros de
la casa principal.
Allí, tras la
Casa de Rico, en el huerto, una vaca se había tumbado bajo uno de los manzanos
y comenzado su lento e interminable rumiar, mientras pensaba tal vez en su vida
totalmente monótona y huérfana de aventuras, no como la que acaso llevaría su
hermana que se había escapado siendo aún una novilla de Monte Comunal, en la
braña, donde las habían subido en la primavera de hacía tres años, y no había
regresado jamás. En cambio, a ella le faltaban arrestos para huir y se había
acabado conformando con aquella vida tranquila y sin sobresaltos que llevaba
sin mucho esfuerzo.
En el sótano
había dejado de oírse desde hacía un rato los correteos de los ratones que, a
falta de otra cosa mejor que hacer, se dedicaban a zamparse su propia ración
del maíz destinado a las gallinas de la casa. Seguro que estarían hartos y
ahora les tocaba recogerse a través de unos pequeños agujeros, roídos tras los
pesebres de los dos caballos, que comunicaban directamente con el exterior. Más
de una vez, Hombre de la Casa, a la vista de que yo no me esforzaba mucho en
aquellos quehaceres de caza, los había cerrado con una mezcla de arena y
cemento. Pero, al cabo de pocos días, aparecían nuevos túneles destinados a
enlazar el exterior con las pilas de sacos de grano que se amontonaban en la
esquina de la caballeriza. Hombre de la Casa no se rendía, pero los ratones
tampoco. Y así estaba la situación en aquel momento.Yo habría claudicado, si no lo hubiese hecho ya hacía años.
En una esquina
del cuarto, Araña de Jardín había tejido durante la noche una finísima tela que
colgaba inocente, intentando engañar a alguna infeliz presa, frugal pero
alimenticia, que dignase equivocarse y caer en ella. ¡Desdichada! Iba a durar
tan poco tiempo como el que tardase en verla Señora de la Casa nada más levantarse
y aparecer junto al hogar para atizarlo y preparar su primer café de la
jornada. Escoba en ristre, se lanzaría como una descosida eliminando cualquier rastro
de tela y de araña.
Por fin, por la ventana
pude ver, a través de mis ojos medio cerrados, cómo el Sol se levantaba
por detrás del Pico de la Osa y esparcía y disolvía definitivamente el resto de
las sombras y veladas amenazas que estas sugerían.
Me estiré,
desentumecí mis músculos allí sobre la repisa, al lado de la cocina de leña que
aún conservaba rescoldos que dispersaban suaves ondas de calor, me quité las
lagañas con ambas patas delanteras y, por fin, brinqué al suelo, cerca del
tazón donde todavía quedaban varios sorbos de leche de la noche anterior. Los
lamí con fruición y me volví a estirar. Era la hora del primer paseo del día.
Me dirigí lentamente hacia la gatera y salí al exterior.
Maullé. ¡Buuuf, había
helado! ¡Qué frío hacía!
¡Pobre gato! Más o menos, como yo hoy cuando salí a la calle. Tengan un buen día y disfruten de él.
Es un gato de lo más observador.
ResponderEliminarMe encantó.