martes, 11 de diciembre de 2012

APUNTES AL AMANECER


Habían comenzado a desparecer las sombras nocturnas, el albor asomaba por encima de la sierra oriental y la claridad descubría paulatinamente lo que se escondía bajo la oscuridad inmensa de la noche invernal.

Una lechuza dejó oír su grave craqueo lastimero desde el tejado de la casa de Hombre sin Piernas, en cuyo desván anidaba desde el invierno pasado, después de haber sufrido la ira de un cazador que había destruido su nido anterior en Risco Agudo.

De entre el matorral, tras el Templo de la Verdad, surgieron los últimos ladridos gimientes de un zorro, que se había acercado hasta el basurero en busca de algún supuesto y casi imposible resto de comida que hubiesen podido dejar los perros del pueblo, después de una noche aciaga en la que solo había logrado acometer a una liebre que se le escurrió en el último suspiro dejándolo exhausto y sin el ánimo necesario para continuar la caza una vez más.

A lo lejos se oyó el último de los aullidos de aquella noche procedente del Bosque del Agua que daba cuenta de la retirada momentánea de la manada hacia sus loberas para recuperar fuerzas después de la larga caminata que les había llevado hasta las cercanías de la Cueva del Musgo, casi junto a la capital, y dejado a un pastor sin cuatro ovejas que pastaban al lado del redil, a unos cientos de metros de la casa principal.

Allí, tras la Casa de Rico, en el huerto, una vaca se había tumbado bajo uno de los manzanos y comenzado su lento e interminable rumiar, mientras pensaba tal vez en su vida totalmente monótona y huérfana de aventuras, no como la que acaso llevaría su hermana que se había escapado siendo aún una novilla de Monte Comunal, en la braña, donde las habían subido en la primavera de hacía tres años, y no había regresado jamás. En cambio, a ella le faltaban arrestos para huir y se había acabado conformando con aquella vida tranquila y sin sobresaltos que llevaba sin mucho esfuerzo.

En el sótano había dejado de oírse desde hacía un rato los correteos de los ratones que, a falta de otra cosa mejor que hacer, se dedicaban a zamparse su propia ración del maíz destinado a las gallinas de la casa. Seguro que estarían hartos y ahora les tocaba recogerse a través de unos pequeños agujeros, roídos tras los pesebres de los dos caballos, que comunicaban directamente con el exterior. Más de una vez, Hombre de la Casa, a la vista de que yo no me esforzaba mucho en aquellos quehaceres de caza, los había cerrado con una mezcla de arena y cemento. Pero, al cabo de pocos días, aparecían nuevos túneles destinados a enlazar el exterior con las pilas de sacos de grano que se amontonaban en la esquina de la caballeriza. Hombre de la Casa no se rendía, pero los ratones tampoco. Y así estaba la situación en aquel momento.Yo habría claudicado, si no lo hubiese hecho ya hacía años.
 
En una esquina del cuarto, Araña de Jardín había tejido durante la noche una finísima tela que colgaba inocente, intentando engañar a alguna infeliz presa, frugal pero alimenticia, que dignase equivocarse y caer en ella. ¡Desdichada! Iba a durar tan poco tiempo como el que tardase en verla Señora de la Casa nada más levantarse y aparecer junto al hogar para atizarlo y preparar su primer café de la jornada. Escoba en ristre, se lanzaría como una descosida eliminando cualquier rastro de tela y de araña.

Por fin, por la ventana pude ver, a través de mis ojos medio cerrados, cómo el Sol se levantaba por detrás del Pico de la Osa y esparcía y disolvía definitivamente el resto de las sombras y veladas amenazas que estas sugerían.

Me estiré, desentumecí mis músculos allí sobre la repisa, al lado de la cocina de leña que aún conservaba rescoldos que dispersaban suaves ondas de calor, me quité las lagañas con ambas patas delanteras y, por fin, brinqué al suelo, cerca del tazón donde todavía quedaban varios sorbos de leche de la noche anterior. Los lamí con fruición y me volví a estirar. Era la hora del primer paseo del día. Me dirigí lentamente hacia la gatera y salí al exterior.

Maullé. ¡Buuuf, había helado! ¡Qué frío hacía!
 
¡Pobre gato! Más o menos, como yo hoy cuando salí a la calle. Tengan un buen día y disfruten de él.



 

 

 

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