Ayer tuve tiempo para echar un vistazo a la decisión
del Tribunal Supremo en la que se deja a los maestros y profesores asturianos
sin cobrar el incentivo referente a la Ley de Evaluación que se habían empeñado
en llevar adelante y aprobar en el parlamento regional contra viento y marea
tanto el presidente anterior del Principáu d’ Asturies, como su superconsejera,
la Sra. Migoya.
Ya entonces se les había dicho por activa y por pasiva que algunas
cosas de aquella ley no eran correctas y no se ajustaban a la legalidad, tanto en la forma como en el fondo. Incluso se echaban en falta
acuerdos tan importantes como los del Consejo Escolar de Asturias o, muy
importante, que se hubiese debatido en la Mesa Sectorial de Educación. Pero el
gobiernín de Areces iba “sobráu”. Buscó la complicidad de sus amigos sindicales
y tiró “p’ alantre”, como los de Alicante.
Durante su gobierno, esta forma
peculiar de actuación le llevó a perder en los tribunales poco a poco, sin
prisa pero sin pausa, una vez y dos y tres y más todos los juicios de todas clases que se
entablaron contra esos caprichos legislativos. Y él y sus adláteres, nada,
incombustibles aferrados a sus sillones a pesar de los claros síntomas de
incapacidad que demostraban para gobernar.
Pues bien, ahora anda el pobre de Javier Fernández
intentando arreglar el desaguisado, uno más, que le dejó en infausta herencia
su predecesor. Pero tampoco me creo mucho que lo vaya a hacer mejor. Trabaja
con los mismos mimbres.Si por él fuera, iría dejando pasar el tiempo, ese que
hace posible que todo se olvide, hasta que para los docentes suponga un palo más
en sus emolumentos, entre los peores de toda España, y se dediquen a echar las
manos a la cabeza, despotricar contra todo lo que se mueve y buscar una cabeza
de turco a quien echarle la culpa, para lo cual el mismo gobierno se encargará
de señalar con el dedo, como quien no quiere la cosa, a los posibles culpables.
Muy original lo de desviar la atención: acuérdense de que el despilfarro
económico del Niemeyer, Areces dixit, tiene
como culpables a los que sentían envidia de que se construyese. ¿¿¿ ? ? ?
Así que ya veréis a quien le cargarán la culpa del
asunto este de la evaluación.
Ya sé que me puedo equivocar e igual reparan el entuerto. Bueno, entonces los felicitaré, pero mientras las dudas me corroen.
Porque se quiere, sibilinamente, explicar la nueva merma
de poder adquisitivo docente, que se suma a los que llevamos hasta ahora, dándole
hachazos al sindicato que denunció ante la justicia los hechos. Es increíble. Me
siento afectado por la decisión del tribunal, pero no hasta el punto de echárselo
en cara a un sindicato, SUATEA, que lo único que hizo fue defender unas buenas prácticas
a la hora de tomar decisiones desde el poder político y no permitir hacerlo de
forma arbitraria y de cara a unas elecciones generales en Asturias, y sí en
cambio me siento cabreado con aquellos que en su momento firmaron algo que sabían ilegal.
Y es que un ciudadano medianamente responsable, aunque lo joda, lo que nunca se pude permitir es que un gobierno haga leyes injustas y además quiera hacer cumplirlas. Ese es el camino hacia otra forma de gobierno de la que no quiero acordarme.
No en vano, los políticos, cuando se ven entre la
espada y la pared, siempre apelan a la decisión de los jueces y a que respetarán
las decisiones acordes con la ley. La desgracia es que, aún sabiendo que han
tomado una decisión injusta, se aferran a sus ideas necias o interesadas antes que reconocer sus
posibles errores. Luego, cuando los resultados son adversos, se hacen los
sordos y los ciegos y alegan ignorancia para esquivar su responsabilidad. Y lo
que fallan los tribunales, si se tercia, queda también en papel mojado. Ahí
siguen estando los nombramientos-enchufes a dedo de los últimos años en nuestro
país asturiano y no pasa nada.
¡Qué país de desgraciados, los que seguimos a pie!
Aún seguimos tolerándolos. Y lo que es peor, esos representantes políticos
siguen sentados en el Parlamento Regional, en el Congreso o el Senado del Reino,
a sabiendas de su incapacidad manifiesta para desempeñar ese tipo de cargos en órganos
donde la aprobación de las leyes que revierten en el pueblo han de ser rectas y justas. Ni uno ha dimitido o se ha ido, aunque solo fuese porque los demás no
sintamos algo de vergüenza ajena.
Así nos va.
Que pasen un buen día, y vivan la vida
maravillosa que tenemos. Merece la pena, olvidándose de esos engreídos.
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