viernes, 21 de diciembre de 2012

OLVIDO: UN RELATO PARA NO OLVIDAR


Todas las mañanas, al abrir los ojos, fijaba su mirada en el calendario que tenía enfrente colgado en la pared a los pies de la cama. Era un calendario que le había traído su nieta, con los números grandes y el nombre de la festividad que se celebraba en esa fecha. Hacía tiempo, le gustaba leerlo para saber a quien tenía que felicitar. La mayoría de los santos no le decían nada porque no había nadie que se llamara así; Santa Águeda, San Agapito, San Eleuterio, Santa Domitila, San Juan Crisóstomo, San Pascual Bailón, San Casio,… Pero cada mañana lo leía, y el día que encontraba el nombre de alguien conocido lo apuntaba en una hojita de papel, en un bloc de pósits que le había dejado una de las enfermeras para ello, con el fin de felicitarlo nada más bajar al comedor a desayunar. No eran muchos, pero alguno encontraba y entonces bajaba con la sonrisa en la cara directo a quien le tocaba celebrar su onomástica, le daba un abrazo de oso y le susurraba como en plan secreto “Feliz santo, y que lo celebres muchos  años más.” Podía acaecer que el otro u otra lo supiese y le contestase con un “Y que tú lo veas”, o bien que se le quedara mirando con cara de pasmo, porque a veces alguno no sabía siquiera ni cuál era su propio nombre y nada le decía la felicitación.

Ahora tampoco él los leía, aquellos trazos desiguales no le decían nada. Ya no sabía qué santo se celebraba.

 Ahora todos los despertares, indefectiblemente, eran iguales desde hacía algunos meses, ayer igual que anteayer y que antes de anteayer, como hoy y, esperaba, que como muchos mañanas. En su cabeza surgía siempre la misma pregunta: ¿Qué día es hoy? Y miraba las cruces que había hecho la víspera para saberlo. Todos los días, nada más posar los pies en el suelo, se dirigía con ansia y nerviosismo hacia él, con el lápiz en la mano como si fuese una lanza dispuesta a atravesar a su enemigo, el paso del tiempo en forma de calendario, y poner una nueva marca, aquella aspa gris, sobre el número. Era la manera que tenía para no olvidar al menos eso. Otras cosas ya habían pasado a mejor vida y no se arrepentía de haberlas olvidado, a fin de cuentas no sabía cuáles eran.

Desde que su mente se había empezado a trastornar debido a aquella enfermedad que el médico había tachado hacía ya un tiempo de comienzos de senilidad, cada vez tardaba más en acordarse del día de la semana. También le costaba evocar todos los sucesos del día anterior e incluso los más recientes en el tiempo. ¿Qué había cenado?, ¿con quién había estado sentado en la cafetería?, ¿había visto la tele?, ¿qué habían dicho en la radio?, ¿quién era aquel que había estado charlando con él? ¿a qué hora se come? ¿quién duerme en esa otra cama?. Pero todo le daba igual. A su manera era feliz.

Había asumido que habría un despertar distinto en algún momento, uno en el cual tal vez ni siquiera reconociese que había un calendario al pie de la cama. Pero mientras llegase ese día…
 



Por el momento le bastaba saberlo para calcular el tiempo que faltaba para recibir la visita de su nieta. Todos los viernes, invariablemente, como un clavo, a las once de la mañana,  con una sonrisa de oreja a oreja, una gracia y salero que le hacía reír suavemente, un par de besos sonoros y húmedos que guardaba en sus mejillas como oro en paño y un puñadín de caramelos de menta. Era el día por el que suspiraba. El resto de los días y las horas se sucedían como en un sueño. A él no le importaba. De momento se encontraba bien.

Ni siquiera había amanecido del todo, pero las primeras luces del alba permitían levantarse y ya le habían descubierto el nuevo día en el calendario. El aspa medio borraba el número 28. En vertical, hacia arriba, en el calendario se veía una J. Así que hoy era 29 y por lo tanto la siguiente letra era una V. -¡Viernes, era hora, por fin!

Los viernes nunca miraba debajo del número el santo que se celebraba. Los viernes para él eran siempre Santa Azucena, el nombre de su nieta. Ese día de semana no sucedía nada a su alrededor hasta las once. Ya podían ofrecerle lo que fuese, como si le tentaban con la idea de ser nombrado embajador en la India o en Canadá, dos de los países con los que hasta no hace mucho soñaba despierto. Aunque hoy son palabras que no significan absolutamente nada.

Se levantó sigilosamente para no despertar a aquel bulto que roncaba en la cama de al lado, fue al baño y abrió la ducha. Se metió en ella feliz. No se percató de que no se había despojado del pijama. Entonces empezó a canturrear dulcemente una canción que no recordaba cuando la había aprendido,. Luego, completamente empapado hasta los huesos, se echó una toalla por los hombros y se secó, más el pijama que su propio cuerpo.

Cuando se abrió la puerta del baño, una chica de bata blanca lo llamó.

-“Pero, abuelo, ¿ya te bañaste? Yo que quería darte una sorpresa. Hala, anda, vamos a acostarnos otra vez.”

Y mientras le quitaba el pijama y lo cubría con la toalla para secarlo, él la miraba con la mirada extraviada dejándose hacer. De repente una sonrisa tierna afloró a su cara.

- “¿Has venido antes de la hora, Azucena?".

Y la chica de la bata blanca, conocedora perfectamente de la enfermedad de Manuel, suspiró quedamente.

-“No, abuelo, son ya las once. Es que pasa el tiempo volando, ya lo sabes. Pero ahora vas a dormir otro poco y luego seguimos hablando, ¿vale?”

-“Sí, sí, Azucena, como quieras".- asintió con la cabeza permitiendo que el brazo de su “nieta” lo condujese a la cama.- "¿Pero tú, ¿cómo estás, qué tal la semana? ¿Y por casa siguen todos bien?"

-"Perfectamente, abuelo. Mira te dejo en el cajón de la mesita los caramelos, pero no te los comas todos de una vez, que te conozco."- Y Manuel, con una sonrisa beatífica, cerró los ojos lentamente y se amodorró arrebujado entre las sábanas.-
-"¿El viernes volverás, verdad?"- musitó aún antes de perderse en los recovecos del sueño.

-"Sí, no te preocupes, como siempre. A las once".- y se inclinó y le dio dos besos al anciano.

Más tarde la auxiliar volvería a guardar los caramelos en el bolso de su bata para volver a ofrecérselos el día siguiente, ya que Manuel no recordaría en ningún momento ni dónde estaban, ni si los había comido o no. Solo sabría que su nieta había venido como todos los viernes y le había dado caramelos.

Antes de salir de la habitación, lo miró serenamente y esbozó una tímida sonrisa. ¡Era tan sencillo tenerlo feliz todo el día!  Ya podía estar tranquila con Manuel hasta la hora de ir a levantarlo para el desayuno. Siempre la misma canción. Por lo demás no daba ni un solo problema. Lo único era aquello: todas las noches, para acostarse, tachaba los días de la semana de sábado a jueves. Y todos los días, rutinariamente, en cuanto despertaba, fuese la hora que fuese, se acercaba al calendario y tachaba el viernes, el día de visita de su nieta. Al cabo del año gastaba varuios calendarios, pero y qué...

Sentía pena y le afligía ver con cuánta ilusión repetía aquello jornada tras jornada. No había ninguna nieta que viniese a verlo; es más, de acuerdo con los datos que ella conocía, había permanecido soltero toda la vida y no se conocía ningún familiar. La única Azucena era ella, que se llamaba Blanca,  que, en cuanto lo oía tirarse de la cama, entraba al cuarto para acostarlo y hacerse pasar por aquella nieta imaginaria. Unas veces llegaba a tiempo, pero otras le tocaba sacarlo pingando de la ducha. Incluso un día que se había retrasado con otra de las personas ingresadas en aquella residencia de ancianos, lo encontró a punto de bajar las escaleras, descalzo, chorreando agua, con su boina calada, la camisa mal abotonada y en calzoncillos.

-¡Voy a ver a mi nieta, que debe estar ya esperándome abajo!- decía mientras caminaba lentamente ayudado por aquella muleta más vieja que Matusalén, único bien con el que había llegado a la residencia hacía ya de ello más de veinte años desde un pueblo del occidente donde había residido entre las ovejas y las vacas perdido por el monte.

Pero ahora Manuel está feliz. Encontró a su familia, encontró a Azucena, no necesita nada más.

 
Cosas mías, ya saben. Si les gusta, bien; si no, olvídenlo ipso facto. Buen día.

3 comentarios:

  1. Magistral descripcion dde la sintomatologia de la enf de Alzheimer. ¿Acaso eres médico?

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    1. No, es un simple relato, una muestra de cariño hacia cualquier anciano.

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    2. No siendo médico tiene todavia mas valor

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