miércoles, 5 de diciembre de 2012

CAMINAR


 

Ha vuelto a llover. Toda la noche. Hora tras hora.

Millones de gotas repiqueteando en las baldosas del patio.

Y el impulso de sentir la lluvia.

Mis pasos lentos recorren una calle sucia.

Aún no pude ver los montes más lejanos.

Las casas de la ciudad no me lo permiten.

Te esconden de la luz. Te ocultan la luz. Te oscurecen.

Y yo aún no pude vislumbrar sus cimas cubiertas de nieve.

El viento trae en su camino el olor

y la frescura del agua pura de las nubes.

Respiro, hondo. Me lleno la cabeza de su aroma.

Hincho los pulmones y aspiro su fragancia.

Y camino.

Camino hacia ningún lado. Sin rumbo.

Solo por caminar.

Solo por respirar.

Solo por darme cuenta de que sigo aquí.

Solo.

Solo.

Solo.

Y eso ya es mucho. Muchísimo.

Tanto que contarlo ya merece la pena.

Y vivirlo aún más.

A fin de cuentas, la salida la olvidé hace años ya.

Camino sin destino y,  aunque no vea la meta,

lo importante no es tanto saberla como andar.

Al final, la encontraré. Todo es cuestión de tiempo,

de paciencia, de constancia, de fe.

Y ella siempre espera por ti.

Siempre.

Siempre.

Siempre.

Una meta, la mía, no la de los demás,

en algún lugar secreto, donde alcance la paz.

Y entonces veré la nieve

sin que me la oculte nunca la ciudad.

Veré la nieve…

y veré la mar.
 
Buen día y que vuestra meta esté donde la buscáis.

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