viernes, 28 de diciembre de 2012

PURA Y EL SOL DE INVIERNO TEMPRANERO


Había amanecido un día de sol espectacular. Eran solamente las nueve y cuarto de la mañana y el sol lucía esplendoroso sobre el Monte Los Pinos, dejando ver un cielo limpio de nubes, totalmente inmaculado, con ese color azul celeste con el que sueña cualquier veraneante cuando se levanta al amanecer para ir a la playa.
Pero no era este el caso: estábamos en diciembre.
Y, a pesar de ello, los rayos calóricos eran ya suficientemente fuertes como para poder salir a la calle con un simple jersey, fino y más apropiado para el frescor de las tardes primaverales que para las fechas actuales.

Me acerqué, una costumbre diaria reconfortante, hasta el quiosco-tienda en el que compraba la prensa. Había otras dos personas, un chico como de veinticinco años y una mujer mayor, de unos ochenta. El chico le estaba comentando a Pablo, el quiosquero, algo sobre el día tan maravilloso que nos esperaba, a lo que el vendedor asentía concentrado en buscarle la revista que había pedido entre un montón apilado sobre una mesa.
-¡Malo!- dijo la mujer.
-¿Qué?- se extrañó el chico al oír aquella exclamación tras de él.
-Que malo.- porfió la señora.


-¿Pero malo, qué?- se interesó ahora el joven, un poco mosqueado.
-Que malo que el sol salga tan pronto- explicó ella como si nada.
-Pero… ¿Por qué? ¿Mejor, no? Llevamos el mes de agua a pasto. Ya tocaba un buen día de sol.
Durante aquella conversación, mis ojos iban de una a otro esperando a ver en qué quedaba la charla improvisada que habían comenzado. El joven estaba un tanto perplejo, mientras que en la cara de la anciana seguía reflejándose serenidad y aceptación ante lo inevitable.
-Sol de invierno tempranero, dura menos que un mes de febrero.
-¿Cómo?
-Y si además calienta, espera por tormenta.
El rapaz cogió la revista que le apurría Pablo con la mano izquierda al tiempo que con la derecha le entregaba el dinero justo para pagarla.
-Mire, señora, siempre me acuerdo de mi abuela que, para cada ocasión, tenía un refrán a mano con que sermonearme. Nunca le hacía mucho caso, hasta que se cumplía. Voy a estar todo el día mirando al cielo hasta ver las nubes de tormenta.
-Si vas a estar todo el día fuera, lleva paraguas.- Y la vieja le entregó a Pablo un euro y una moneda de diez céntimos, al tiempo que asía el periódico entre sus manos apergaminadas.- No es solo el sol, hay que oler también el aire y sentir los huesos, hijo. Sobre todo estos, nunca fallan.
-¡Ya, ya! Bueno, adiós, señora, y que tenga un buen día.
-Adiós, chico, y acuérdate del paraguas.
Cuando salieron los dos del quiosco, miré a Pablo.
-Es Pura, la del cuarto del portal de ahí enfrente.- me dijo.
-Ya la conozco, de vista. ¿Tú crees que lloverá?
-Por la tarde, seguro. No se equivoca ni un día. Cada vez que sale a por el periódico a estas horas, agua segura. Anuncia el agua mejor con su presencia que con los refranes. ¡Y mira que llevo años aquí, eh! No falla.
-La sabiduría popular, eh. Será difícil que no lleve razón. Y eso que hay mucha gente para la que todo esto de los refranes no es más que una patochada.- Le di un billete de cinco euros, mientras doblaba el periódico bajo el brazo.
-¡Allá ellos!- Pablo me devolvió mis tres con noventa. –Pura solo compra el periódico días así. Me contó en una ocasión que lo hacía para matar el tiempo por la tarde porque, cuando llovía, ella nunca salía de casa. Y entonces echaba un par de horas leyendo las letras grandes de las noticias y de arriba a abajo, lo que más tiempo le llevaba, las esquelas.
-Bueno, Pablo, anda, que pasa el tiempo volando. Hasta luego.- Me despedí de él y salí nuevamente a aquel sol cegador que ahora dejaba a mi espalda.

La mañana perdió sus minutos entre la lectura del periódico con muchas de sus noticias cabreantes, un paseo lector y  tranquilizador al lado del río, una visita obligada al centro de salud a por unas recetas de crónicos que me encaminaron a la farmacia y un vistazo al correo lleno de facturas y de propaganda. A la una me acerqué hasta Ca Moh.a a tomar un vino antes de comer y charlar de todo y de nada con los parroquianos de diario.
Cuando regresé a casa, a eso de la una y media, vi las primeras nubes por encima de Sierra Sollera, un puñado que se iban apoderando de aquella zona casi llorando.
A las cuatro, los rayos de sol habían pasado a la historia del día. Poco después, tal vez en un acto de rebeldía contra una tiránica y supuesta Nube-Jefe, una de aquellas masas plúmbeas, contra todo pronóstico, abrió una de sus espitas y dejó caer unos goterones que empaparon rápidamente la superficie de las aceras y el asfalto de las calles. Fueron solo un par de minutos, pero a buen entendedor, pocas palabras bastan, como seguro que diría Pura.
A las siete y unos minutos, cuando la penumbra se había apoderado ya de la jornada, un primer rayo iluminó el firmamento avisando del primer trueno que retumbó con estrépito en los oídos de los viandantes. E inmediatamente, como todas puestas de acuerdo, las nubes abrieron sus vientres henchidos de agua y la descargaron con violencia sobre la ciudad. Luego seguirían más relámpagos y más truenos.
Muchísima gente corría en todas direcciones a la búsqueda de un lugar para resguardarse, lo mismo en un portal, que un bar o una tienda.
Yo seguí caminando lentamente.
Llevaba paraguas.

Léase el relato anterior con cariño. La sabiduría de la vejez es producto de la experiencia y esta a su vez de los años vividos. Pásenlo bien y que no les gasten muchas inocentadas. Buen día.

1 comentario:

  1. Espero que con el transcurso de las horas el dia se te haya convertido en bueno. Ese es mi deseo para ti. Adelante y un abrazo

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