lunes, 3 de diciembre de 2012

A alguien más que amigo.

Hace ya quince días. Corre el tiempo que se mata. Fue el día 18 de noviembre.
Resulta que fue entonces cuando un amigo, un hermano mayor que nunca tuve, llegó a su primer día de jubilación. No recuerdo haber percibido nunca en alguien tanta satisfacción hablando de ello. 
En este caso, con suficiente antelación, casi un mes, su rostro iba adquiriendo tenuemente ese misterioso rictus de serenidad y alegría que aumentaba día a día casi sin que nadie se diese cuente. Como vulgarmente se dice, casi no cabía ya en sus pantalones. Para él la jubilación fue el descanso propio del guerrero después de cerca de cuarenta años de profesión. Ya estaba bien. 
Pero, en concreto en mi caso, me afecta muy poco o casi nada. Tal vez para aquellos que solo veían en él al médico que los trató durante los últimos treinta y dos años en Grau les sirva de algo elevar la voz para preocuparse y preguntarse "¿Y ahora, quién vendrá en tu lugar, Alfonso?, ¿quién nos tocará?" ¡Pues menuda preocupación! Claro que, como todo en esta vida, dentro de un par de años todos lo recordarán, pero el médico  sustituto será también un gran médico y todos estarán contentos con él, aunque no obviarán decirte, si te ven por la calle," ¡bueno, pero como tú  ninguno, eh!", que tampoco es para quedar mal por algo así.
Y a mí, en cambio,  no me va a afectar en absoluto porque para mí Fonsu nunca fue el médico que me atendía, sino el amigo que me aguantaba mis quejas y dolores o mis estados de ánimo. Y ese no se jubiló. A ese no le llegó aún su época de reposo ni le llegará mientras yo siga dando tumbos por estos caminos de Dios. Va a tener que echar mano de vez en cuando de su oxidada armadura para soportarme de vez en cuando mientras damos un paseo charlando de nuestras cosas y las de los demás; tomando un vino o una caña igual por Uviéu que por Ouviñana, por Grau o por cualquier sitio donde nos encontremos; comiendo o cenando lo mismo unas tapas que a la carta o un bocadillo en cualquier sitio que nos apetezca, porque no importa la comida, sino la compañía; dándonos un abrazo cuando echamos un tiempo sin vernos, porque la sensación mía ante su presencia sigue siendo la del hermano mayor al que puedo acudir con cualquier cosa; llamándonos por teléfono aunque solo sea para saber que seguimos ahí; disfrutando de la compañía de nuestras familias y de nuestros amigos con los que pasamos ratos inolvidables, como tantos intensamente ya vividos; haciendo planes de futuro o de vacaciones, igual para el día siguiente que para una semana, un mes o un año, simplemente por el placer de adelantarnos a los acontecimientos; explicándole, o intentándolo en vano, porque no lo conseguiré nunca, que el Sporting es mejor que el Uvieú; comentando igual un libro que una película; encabronándonos con hechos o decisiones mal tomadas o sin tomar y satisfechos ante aquello que nos gusta; arrreglando el país de palabra mano a mano, aunque nadie nos haga caso, como a cualquier español que se precie de ello;  y así tanto y tanto como queda por delante.
Y en todo lo anterior y todo cuanto venga, sabe también él que cuenta conmigo para todo cuanto haga falta, hasta para decir no, que es la palabra más difícil de decir a un amigo, y que yo nunca necesité usar aún con él, ni creo que lo haga nunca, porque siempre me fío de la experiencia de mi hermano mayor desde hace un buen montón de años.
Y es que la edad de jubilación de un amigo no llega nunca, ya pueda tener veinte, cuarenta, sesenta y cinco o ciento dos años, ¡qué más da!.
Es verdad que se agasajó al Dr. D. Alfonso Joglar Tamargo, y es verdad que tuve el gusto de asistir a la comida del 28 de noviembre, pero yo fui a ella equivocado; no iba a la despedida del Dr. Joglar, fui a comer con Fonsu. Siento haber engañado al resto de la gente por colarme en ella sin permiso. Les pido perdón.
A Fonsu no, porque ya lo sabía.
Gracias, pues, por ser como eres, porque siempre estás ahí, porque nunca fallas, por poner a mi disposición en todo momento del cariño no solo tuyo sino también de tu familia. Gracias, Fonsu, y un fuerte abrazo virtual simple y llanamente porque te lo mereces.

Alguien me podría critica y decir que no es mucho. Ya lo sé, no todo se puede decir con palabras. Me gustaría escribir algo mejor, pero hoy me quedé sin ellas porque por mi mente solamente pasan recuerdos, imágenes entrañables suyas. Y, como dicen, estas imágenes valen más que mil palabras, y además me quedo yo con ellas. Tal vez otro día, qué sé yo.
 

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